Jack Bauer y
la Ética de la Urgencia
Por Slavoj Zizek
La quinta temporada de “24”, la fenomenalmente exitosa serie de televisión de Fox, tuvo su inicio el 15 de Enero. Compuesta por 24 episodios de una hora, el programa cronometra un día de trabajo de la ficticia Unidad Anti-Terrorista de los Ángeles (C.T.U. las siglas en inglés de Counter Terrorist Unit) y los intentos desesperados para frustrar un ataque terrorista catastrófico. (En la temporada 4, interceptan un arma nuclear robada que iba a explotar sobre una ciudad estadounidense importante) La naturaleza de “tiempo real” de la serie le confiere un fuerte sentido de la urgencia, enfatizado por tic-tac del reloj y acentuado con las tomas de cámara manual y pantalla dividida que muestran los eventos que acontecen a varios personajes.
Incluso los cortes comerciales contribuyen a este sentido de urgencia: Antes de un comercial, vemos en la pantalla un reloj digital que muestra las “7:46”. Cuando volvemos a la acción, el reloj digital marca “7:51”. La duración del corte comercial en nuestro, de los “espectadores”, tiempo real es exactamente equivalente al vacío temporal en la narrativa de la pantalla, como si los eventos continuaran mientras nosotros veíamos los comerciales. Esto hace que parezca como si la acción corriente es tan apabullante, inundando el tiempo real del espectador, que incluso los cortes comerciales no pueden interrumpirla.
Esto nos lleva a una pregunta crucial: ¿Qué significa éticamente este sobre- dominante sentido de la urgencia? La presión de los eventos es tan imperiosa, la apuesta es tan alta, que requieren una suspensión de las consideraciones éticas ordinarias. Después de todo, mostraría reparos morales cuando la vida de millones se encuentra en las manos del enemigo.
Los agentes de CTU actúan en un espacio de sombras fuera de la ley, haciendo cosas que “simplemente tienen que ser hechas” para salvar a la sociedad de la amenaza terrorista. Esto incluye no solo el torturar terroristas cuando son capturados, sino incluso torturar a miembros de CTU o sus familiares cercanos cuando se sospecha de lazos terroristas. En la cuarta temporada, entre esos torturados estuvieron el yerno y el propio hijo del secretario de defensa (ambos con el total consentimiento y apoyo del secretario), así como una miembro de CTU, erróneamente acusada de compartir información con los terroristas. (Después de la tortura, cuando nuevos datos confirman su inocencia, se le pide que regrese al trabajo. Y como se encuentran en estado de emergencia y cada elemento se necesita, ¡ella acepta!) Los agentes de CTU no solo tratan de esta manera a los sospechosos de terrorismo – después de todo, están lidiando con la situación de la “bomba sonado” evocada por Alan Dershowitz para justificar la tortura en su libro, "Por qué el terrorismo funciona" – sino que ellos mismos también son tratados como desechables, listos para sacrificar su propia vida o la de sus colegas si con esto se puede ayudar a prevenir el acto terrorista.
El agente especial Jack Bauer, interpretado por Kiefer Sutherland, encarna esta actitud en su forma más pura. Sin ningún reparo, tortura y permite a sus superiores disponer de su vida. Al final de la cuarta temporada, el accede a ser entregado a las República Popular de China como chivo espiatorio de una operación encubierta de CTU donde murió el cónsul chino. Aún y cuando el sabe que será torturado y encarcelado de por vida, promete no decir nada que afecte los intereses de los Estados Unidos. El final de la cuarta temporada deja a Jack en una situación paradigmática: Cuando es informado por el expresident de los Estados Unidos, su más cercano aliado, que alguien del gobierno ha ordenado su muerte (el entregarlo a la voluntad de los torturadores chinos lo consideran un alto riesgo para la seguridad nacional), sus mejores amigos en CTU organizan su falsa muerte. Entonces el desaparece en la nada, anónimo, oficialmente no-existe. En la “guerra contra el terror”, no solo los terroristas sino los agentes de CTU se convierten en lo que el filosofo Giorgio Agamben llama homini sacer – aquellos que pueden ser asesinados impunemente mientras, a los ojos de la ley, sus vidas ya no cuentan. Mientras que los agentes continúan actuando desde el poder legal, sus actos ya no son contenidos y circunscritos por la ley – ellos operan en un espacio vacío dentro del dominio de la ley.
Es aquí donde encontramos la mentira ideológica fundamental de la serie: A pesar de su actitud de despiadada de auto – instrumentalización, los agentes de CTU, especialmente Jack, continúan siendo “seres humanos sensibles”, atrapados en los dilemas emocionales comunes de la gente “normal”. Ellos aman a sus esposas e hijos, sufre por los celos – aunque de repente se den cuenta que están listos para sacrificar a sus amado por la misión. Son como el equivalente psicológico del café descafeinado, realizan todas las cosas horribles que la situación requiere, sin pagar el precio subjetivo que implica.
De esta forma, “24” no puede ser simplemente rechazada como una justificación cultural pop para los métodos problemáticos de Estados Unidos y su guerra contra el terror. Algo más esté en juego. Recordemos la lección de Apocalipsis Ahora de Francis Ford Coppola: La figura de Kurtz no es un recordatorio de algún pasado barbárico, sino el resultado necesario del poder Occidental. Kurtz era un soldado perfecto – como tal, a través de su sobre-identificación con el sistema del poder militar, se transformó en el exceso que el sistema tenía que eliminar en una operación que en sí misma imita lo despiadado de Kurtz, contra lo que se estaba aparentemente combatiendo.
Este es el dilema para aquellos en el poder: ¿Cómo obtener un Kurtz sin la patología de Kurtz? ¿Cómo obtener gente que hagan el necesario trabajo sucio sin convertirlos en monstruos? El jefe de la SS Heinrich Himmler se enfrentó al mismo dilema. Cuando asumió la tarea de liquidar a los judíos de Europa, Himmler adoptó la actitud heroica de "Alguien debe hacer el trabajo sucio, así que ¡hagámoslo!" Resulta sencillo hacer algo noble por el país de uno, como sacrificar la vida por él. Resulta mucho más difícil el cometer un crimen por el país de uno.
En Eichmann en Jerusalén, Hannah Arendt brinda una descripción precisa de cómo los ejecutores Nazi resistieron los actos horribles que cometieron. La mayoría de ellos no eran simplemente malvados; ellos estaban bien concientes de que sus actos procuraban humillación, sufrimiento y muerte a sus víctimas. La salida de ellos para tal predicamento era, “en lugar de decir: ¡Qué cosas tan horribles le hice a esta gente!, los asesinos fueron capaces de decir: ¡Qué cosas tan horribles tuve que observar en la realización de mis deberes!, ¡qué tarea tan pesada se encontraba en mis espaldas!” De esta manera, fueron capaces de alterar la lógica de la resistencia ante la tentación: Su esfuerzo “ético” se dirigía a la tarea de resistir la tentación de no asesinar, torturar o humillar. Además, la violación de los instintos éticos espontáneos de lástima o compasión se transforma en la prueba de grandeza ética: Realizar el deber de uno significa asumir la pesada carga de inflingir dolor a otros.
Había en esto un “problema ético” adicional para Himmler: ¿Cómo estar seguros de que los ejecutores de la SS que realizaron estos actos terribles podrían permanecer humanos y conservar su dignidad? Su respuesta se encuentra en la Bhagavad-Gita, una edición especial de la cual conservaba en su bolsillo. Ahí, Krishna le dice a Arjona que debería cargar con sus actos manteniendo una distancia interna y nunca dejarse envolver del todo.
En eso mismo reside la mentira de “24”: El supuesto de que no solo es posible el conservar la dignidad humana en la realización de los actos de terror, sino que cuando una persona honesta realiza estos actos como un gran deber, esto le confiere una grandeza trágica-ética. Pero, ¿Y si tal distancia es posible? ¿Y si tuviéramos personas que cometen actos terribles como parte de su trabajo, en privado, ellos permanecieran como esposos amorosos, buenos padres y amigos? Como lo supo Arendt, lejos de redimirlos, el mismo hecho de que sean capaces de conservar su normalidad mientras cometen tales actos es la máxima confirmación de su catástrofe moral.
Entonces, qué hay de las quejas populares y aparentemente convincentes de estas preocupaciones y distinciones sobre la tortura: “¿Cuál es el problema? Los Estados Unidos solo esta abiertamente admitiendo, al menos tácitamente, no solo lo que ha estado haciendo todo el tiempo, sino lo que otros estados han estado haciendo todo el tiempo. De perdido, tenemos menos hipocresía ahora”. Ante esto, uno debería replicar con una sencilla contra-pregunta: Si eso es lo único que significan las declaraciones de los Estados Unidos, entonces ¿por qué lo están admitiendo? ¿Por qué no solo continúan silenciosamente haciéndolo, como lo hicieron antes?”
Lo que es inherente al discurso humano es la falta irreducible entre el contenido del enunciado y su acto de enunciación: “Tu dices esto, pero ¿por qué me lo dices tan abiertamente ahora?” Por ejemplo, sabemos que una forma educada de decir que la plática de un colega fue aburrida es decir, “Qué interesante”. Si en cambio dijéramos abiertamente a nuestro colega, “qué aburrido y estúpido”, se justificaría que el se sorprendiera. El acto de hacer público algo nunca es neutral – afecta el mismo contenido reportado.
Lo mismo se aplica en la reciente acto de admitir la tortura: Cuando escuchamos a Dick Cheney realizar declaraciones obscenas sobre la necesidad de la tortura, nos preguntamos: “¿Por qué hacerlo público?” Esta es la pregunta que debemos resaltar: ¿Qué hay en esta declaración que hace que la enuncies? Además, lo que es verdaderamente problemático de “24” no es el mensaje que trasmite, sino el hecho de que ese mensaje sea tan abiertamente dicho. Es una triste indicación del profundo cambio en nuestros estándares políticos y éticos.
Slavoj Žižek, filósofo y psicoanalista, investigador del Instituto de Estudios Avanzados en Humanidades, en Essen, Alemania. Entre otros libros, es autor de El frágil Absoluto y ¿Alguien dijo Totalitarismo?
Traducción: Héctor Mendoza
Título Original: Jack Bauer and the Ethics of Urgency
Artículo original en: http://www.inthesetimes.com/site/main/article/2481
Por Slavoj Zizek
La quinta temporada de “24”, la fenomenalmente exitosa serie de televisión de Fox, tuvo su inicio el 15 de Enero. Compuesta por 24 episodios de una hora, el programa cronometra un día de trabajo de la ficticia Unidad Anti-Terrorista de los Ángeles (C.T.U. las siglas en inglés de Counter Terrorist Unit) y los intentos desesperados para frustrar un ataque terrorista catastrófico. (En la temporada 4, interceptan un arma nuclear robada que iba a explotar sobre una ciudad estadounidense importante) La naturaleza de “tiempo real” de la serie le confiere un fuerte sentido de la urgencia, enfatizado por tic-tac del reloj y acentuado con las tomas de cámara manual y pantalla dividida que muestran los eventos que acontecen a varios personajes.
Incluso los cortes comerciales contribuyen a este sentido de urgencia: Antes de un comercial, vemos en la pantalla un reloj digital que muestra las “7:46”. Cuando volvemos a la acción, el reloj digital marca “7:51”. La duración del corte comercial en nuestro, de los “espectadores”, tiempo real es exactamente equivalente al vacío temporal en la narrativa de la pantalla, como si los eventos continuaran mientras nosotros veíamos los comerciales. Esto hace que parezca como si la acción corriente es tan apabullante, inundando el tiempo real del espectador, que incluso los cortes comerciales no pueden interrumpirla.
Esto nos lleva a una pregunta crucial: ¿Qué significa éticamente este sobre- dominante sentido de la urgencia? La presión de los eventos es tan imperiosa, la apuesta es tan alta, que requieren una suspensión de las consideraciones éticas ordinarias. Después de todo, mostraría reparos morales cuando la vida de millones se encuentra en las manos del enemigo.
Los agentes de CTU actúan en un espacio de sombras fuera de la ley, haciendo cosas que “simplemente tienen que ser hechas” para salvar a la sociedad de la amenaza terrorista. Esto incluye no solo el torturar terroristas cuando son capturados, sino incluso torturar a miembros de CTU o sus familiares cercanos cuando se sospecha de lazos terroristas. En la cuarta temporada, entre esos torturados estuvieron el yerno y el propio hijo del secretario de defensa (ambos con el total consentimiento y apoyo del secretario), así como una miembro de CTU, erróneamente acusada de compartir información con los terroristas. (Después de la tortura, cuando nuevos datos confirman su inocencia, se le pide que regrese al trabajo. Y como se encuentran en estado de emergencia y cada elemento se necesita, ¡ella acepta!) Los agentes de CTU no solo tratan de esta manera a los sospechosos de terrorismo – después de todo, están lidiando con la situación de la “bomba sonado” evocada por Alan Dershowitz para justificar la tortura en su libro, "Por qué el terrorismo funciona" – sino que ellos mismos también son tratados como desechables, listos para sacrificar su propia vida o la de sus colegas si con esto se puede ayudar a prevenir el acto terrorista.
El agente especial Jack Bauer, interpretado por Kiefer Sutherland, encarna esta actitud en su forma más pura. Sin ningún reparo, tortura y permite a sus superiores disponer de su vida. Al final de la cuarta temporada, el accede a ser entregado a las República Popular de China como chivo espiatorio de una operación encubierta de CTU donde murió el cónsul chino. Aún y cuando el sabe que será torturado y encarcelado de por vida, promete no decir nada que afecte los intereses de los Estados Unidos. El final de la cuarta temporada deja a Jack en una situación paradigmática: Cuando es informado por el expresident de los Estados Unidos, su más cercano aliado, que alguien del gobierno ha ordenado su muerte (el entregarlo a la voluntad de los torturadores chinos lo consideran un alto riesgo para la seguridad nacional), sus mejores amigos en CTU organizan su falsa muerte. Entonces el desaparece en la nada, anónimo, oficialmente no-existe. En la “guerra contra el terror”, no solo los terroristas sino los agentes de CTU se convierten en lo que el filosofo Giorgio Agamben llama homini sacer – aquellos que pueden ser asesinados impunemente mientras, a los ojos de la ley, sus vidas ya no cuentan. Mientras que los agentes continúan actuando desde el poder legal, sus actos ya no son contenidos y circunscritos por la ley – ellos operan en un espacio vacío dentro del dominio de la ley.
Es aquí donde encontramos la mentira ideológica fundamental de la serie: A pesar de su actitud de despiadada de auto – instrumentalización, los agentes de CTU, especialmente Jack, continúan siendo “seres humanos sensibles”, atrapados en los dilemas emocionales comunes de la gente “normal”. Ellos aman a sus esposas e hijos, sufre por los celos – aunque de repente se den cuenta que están listos para sacrificar a sus amado por la misión. Son como el equivalente psicológico del café descafeinado, realizan todas las cosas horribles que la situación requiere, sin pagar el precio subjetivo que implica.
De esta forma, “24” no puede ser simplemente rechazada como una justificación cultural pop para los métodos problemáticos de Estados Unidos y su guerra contra el terror. Algo más esté en juego. Recordemos la lección de Apocalipsis Ahora de Francis Ford Coppola: La figura de Kurtz no es un recordatorio de algún pasado barbárico, sino el resultado necesario del poder Occidental. Kurtz era un soldado perfecto – como tal, a través de su sobre-identificación con el sistema del poder militar, se transformó en el exceso que el sistema tenía que eliminar en una operación que en sí misma imita lo despiadado de Kurtz, contra lo que se estaba aparentemente combatiendo.
Este es el dilema para aquellos en el poder: ¿Cómo obtener un Kurtz sin la patología de Kurtz? ¿Cómo obtener gente que hagan el necesario trabajo sucio sin convertirlos en monstruos? El jefe de la SS Heinrich Himmler se enfrentó al mismo dilema. Cuando asumió la tarea de liquidar a los judíos de Europa, Himmler adoptó la actitud heroica de "Alguien debe hacer el trabajo sucio, así que ¡hagámoslo!" Resulta sencillo hacer algo noble por el país de uno, como sacrificar la vida por él. Resulta mucho más difícil el cometer un crimen por el país de uno.
En Eichmann en Jerusalén, Hannah Arendt brinda una descripción precisa de cómo los ejecutores Nazi resistieron los actos horribles que cometieron. La mayoría de ellos no eran simplemente malvados; ellos estaban bien concientes de que sus actos procuraban humillación, sufrimiento y muerte a sus víctimas. La salida de ellos para tal predicamento era, “en lugar de decir: ¡Qué cosas tan horribles le hice a esta gente!, los asesinos fueron capaces de decir: ¡Qué cosas tan horribles tuve que observar en la realización de mis deberes!, ¡qué tarea tan pesada se encontraba en mis espaldas!” De esta manera, fueron capaces de alterar la lógica de la resistencia ante la tentación: Su esfuerzo “ético” se dirigía a la tarea de resistir la tentación de no asesinar, torturar o humillar. Además, la violación de los instintos éticos espontáneos de lástima o compasión se transforma en la prueba de grandeza ética: Realizar el deber de uno significa asumir la pesada carga de inflingir dolor a otros.
Había en esto un “problema ético” adicional para Himmler: ¿Cómo estar seguros de que los ejecutores de la SS que realizaron estos actos terribles podrían permanecer humanos y conservar su dignidad? Su respuesta se encuentra en la Bhagavad-Gita, una edición especial de la cual conservaba en su bolsillo. Ahí, Krishna le dice a Arjona que debería cargar con sus actos manteniendo una distancia interna y nunca dejarse envolver del todo.
En eso mismo reside la mentira de “24”: El supuesto de que no solo es posible el conservar la dignidad humana en la realización de los actos de terror, sino que cuando una persona honesta realiza estos actos como un gran deber, esto le confiere una grandeza trágica-ética. Pero, ¿Y si tal distancia es posible? ¿Y si tuviéramos personas que cometen actos terribles como parte de su trabajo, en privado, ellos permanecieran como esposos amorosos, buenos padres y amigos? Como lo supo Arendt, lejos de redimirlos, el mismo hecho de que sean capaces de conservar su normalidad mientras cometen tales actos es la máxima confirmación de su catástrofe moral.
Entonces, qué hay de las quejas populares y aparentemente convincentes de estas preocupaciones y distinciones sobre la tortura: “¿Cuál es el problema? Los Estados Unidos solo esta abiertamente admitiendo, al menos tácitamente, no solo lo que ha estado haciendo todo el tiempo, sino lo que otros estados han estado haciendo todo el tiempo. De perdido, tenemos menos hipocresía ahora”. Ante esto, uno debería replicar con una sencilla contra-pregunta: Si eso es lo único que significan las declaraciones de los Estados Unidos, entonces ¿por qué lo están admitiendo? ¿Por qué no solo continúan silenciosamente haciéndolo, como lo hicieron antes?”
Lo que es inherente al discurso humano es la falta irreducible entre el contenido del enunciado y su acto de enunciación: “Tu dices esto, pero ¿por qué me lo dices tan abiertamente ahora?” Por ejemplo, sabemos que una forma educada de decir que la plática de un colega fue aburrida es decir, “Qué interesante”. Si en cambio dijéramos abiertamente a nuestro colega, “qué aburrido y estúpido”, se justificaría que el se sorprendiera. El acto de hacer público algo nunca es neutral – afecta el mismo contenido reportado.
Lo mismo se aplica en la reciente acto de admitir la tortura: Cuando escuchamos a Dick Cheney realizar declaraciones obscenas sobre la necesidad de la tortura, nos preguntamos: “¿Por qué hacerlo público?” Esta es la pregunta que debemos resaltar: ¿Qué hay en esta declaración que hace que la enuncies? Además, lo que es verdaderamente problemático de “24” no es el mensaje que trasmite, sino el hecho de que ese mensaje sea tan abiertamente dicho. Es una triste indicación del profundo cambio en nuestros estándares políticos y éticos.
Slavoj Žižek, filósofo y psicoanalista, investigador del Instituto de Estudios Avanzados en Humanidades, en Essen, Alemania. Entre otros libros, es autor de El frágil Absoluto y ¿Alguien dijo Totalitarismo?
Traducción: Héctor Mendoza
Título Original: Jack Bauer and the Ethics of Urgency
Artículo original en: http://www.inthesetimes.com/site/main/article/2481
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