miércoles, marzo 11, 2009

(imagen original en http://www.mondobizzarro.net/gallery/index.php)

Identidad en los tiempos de la soledad[1]
Paul Verhaeghe


Comúnmente, en mis presentaciones y artículos, muestro una revisión sobre algún tema en particular a través de Lacan combinado con Freud. Hoy, procederé diferente, ya que quiero presentar una visión en general, apoyado en Freud y Lacan, sobre lo que considero que va mal actualmente en términos de identidad y la vida amorosa. Los títulos alternativos para esta plática pudieron haber sido “el Otro no existe” o, si quieren un título más sexy, “El cuerpo desnudo”.


Contrario a la opinión popular, el amor es relativamente fácil de definir. Es un significante, es decir, está determinado por el Otro. Pertenece a la misma especie de la feminidad y la autoridad, y esto es el porqué Lacan pudo afirmar que todos estos no existen. Pudo haber incluido al sujeto también, como una clase de producto cambiante de estos significantes. Los cambios contemporáneos en el Otro y sus efectos en la subjetividad es el tema de mi charla, visto desde el punto de vista occidental europeo.


La historia ha conocido una serie de cambios importantes en nuestros estilos de vida. La transición de cazadores-recolectores a los cocechadores sedentarios fue uno de los más importantes, seguido por la revolución industrial. Lo que hemos visto en las últimas décadas con la tecnología digital es el creciente apogeo de lo que inicialmente fue solo una revolución mecánica. Sus efectos en el flujo de la información, en la educación, salud, la producción y la globalización no pueden ser sobrevalorados, junto con su aceleración acompañante. Podemos estar conectados casi en todos lados en todo momento, podemos hacer click en cualquier pieza de información, la educación de calidad es posible tanto para hombres como para mujeres, nunca hemos estado tan saludables por tanto tiempo, etc. A esta luz objetiva y agradable, el balance es positivo, aunque restringido para lo que se llama el “occidente” y con una limitada validez ecológica. Ante esto último, puedo tranquilizar la mente del lector. La idea de que la humanidad destruirá el planeta, es equivocada. Esa idea forma parte del problema – soberbia combinada con miopía. No destruiremos el mundo, solo a nosotros mismos.

Desde el inicio de la era industrial, los problemas psicológicos que la acompañaron recibieron atención. Las reflexiones de S. Marai sobre la influencia de la sociedad moderna en el hombre son tan contemporáneas que la mayoría de sus lectores difícilmente advierten el hecho que fueron escritas hace más de un siglo. Recientemente, estos problemas tomaron una forma paradójica: la primera generación que nunca sufrió hambre, no fue a la guerra y vivió un antes desconocido nivel de prosperidad, es al mismo tiempo la generación con el más nivel de depresión y el más alto nivel de suicidio. Las múltiples explicaciones rápidamente ilustraron nuestra falta de entendimiento. Al comienzo de la monografía de Freud sobre el duelo y la melancolía, parte de la explicación se debe encontrar en la identidad, o más específicamente, en su caída, en su declinación.

Hace no mucho tiempo, la identidad hablaba por sí misma, e incluso en la teoría psicoanalítica, difícilmente era un concepto, menos aún un problema (Vanheule y Verhaeghe, 2008). A medida de que fue estudiada, la atención estuvo puesta en su estructura, comúnmente en combinación con acentos psicológicos del desarrollo. Actualmente, este no es el caso, por el contrario. La identidad se ha vuelto un problema, y los llamados trastornos de la personalidad están en todos lados. Antes de profundizar en este cambio, tengo que corregir un cierto malentendido que paradójicamente es distinguido como una definición de la identidad y que al mismo tiempo ilustra el problema.

Actualmente, la identidad es comúnmente entendida como un signo de un supuestamente único Yo o ego narcisista, el “dios en lo más profundo de mis pensamientos”, independiente de todos esos otros yoes. Tal concepción testifica aún más la pérdida de la identidad, al enviar mi propio ser a mí mismo y traer consigo la pérdida de seguridad y confianza. En contraste a esta concepción, la identidad se refiere al sentimiento tranquilizador de formar parte de un grupo al que soy más o menos idéntico – la raíz latina Identitas significa similitud. Más aún, en la mayoría de los casos alguien forma parte de diversos grupos que se encuentran interconectados y que existen también por sí mismos, basados un cierto factor común: género, familia, profesión, villa, nación… Cada uno recibe un común denominador, comúnmente condensado en un nombre propio. Tu apellido te refiere a tu grupo familiar que puede estar asociado con el nombre de una villa o ciudad, o incluso a una nación de la que eres originario. Inmediatamente cuando seguimos esto, encontramos grupos que se basan en una cierta característica como el género y la profesión.
Todo sujeto carga con estas identidades, y precisamente por estas cargas, sabemos quiénes somos dentro de una estabilidad y continuidad adquiridas. La permanencia se basa en la historia, desde las historias familiares a la historia del grupo de una profesión, un pueblo, una nación… Soy alguien debido a que pertenezco al grupo identificable de alguien que dejó rastros a través de la historia, el legado que puedo seguir. Con base a su historia, todo grupo produce un número de normas y valores que tienen que ser seguidas por el individuo si quiere tomar su identidad de este grupo particular.

Esto demuestra una segunda importancia del Otro, además de la identidad: es vía el grupo que se adquiere la regulación de la pulsión, acompañada del significado, del sentido. Formar parte de un grupo implica aceptar estas regulaciones y compartir estos significados. Asumiendo que la religión es uno de muchos grupos que proveen identidad y regulan la pulsión, no existe ningún intrínseco sentido pre-suministrado o pre-discursivo y todo sujeto tiene que arreglárselas solo en este respecto. Es imposible hacerlo por uno mismo, con excepción del sujeto psicótico. Para el resto de nosotros, el Otro es estrictamente necesario.

Tanto Freud como Lacan demostraron que la regulación y el significado deben proveerse por y a partir de una serie de instancias que sean envestidas por una autoridad simbólica que recibe una posición especial en el grupo. Su carácter de necesario es causado por el hecho de que tanto el significado como las normas son siempre arbitrarias y consecuentemente tienen que estar basadas en una convención compartida por los miembros del grupo, con el líder o líderes como garantías. El histórico pater patrias o padre fundador encuentra su contraparte en el pater o mater familias, que se supone sigue la ley al pie de la letra. Además de la ley escrita siempre existen un número de regulaciones no escritas, pero no por eso menos importantes. Más allá de sus diversas formas y elaboraciones, existe un punto central en común: estas determinan la relación con el cuerpo, ya sea el propio cuerpo o el cuerpo de alguien más, desde la etiqueta al comer, las reglas de vestimenta, reglas de cortesía del compromiso al erotismo y las relaciones de género – ver los trabajos de Lévi-Strauss.

Ciertamente, el cuerpo toma una posición central, tanto en términos de regulación como de identidad. Al final del día, toda regulación se enfoca en la jouissance[2] (ver la noción de Superyó de Freud) y la identidad no es otra cosa más que el sentido y significados en los que se enfunda la superficie del cuerpo (ver la noción del Yo como superficie corporal de Freud) a través de la ropa y símbolos de categorización. Estos últimos son importantes ya que se refieren a la identidad narrativa simbólicamente determinada que nos dice y al otro quiénes somos y cómo nos relacionamos con los otros. Sin ellos, literalmente no sabríamos quienes somos. Esto es lo que Lacan explica en su teoría del estadio del espejo y la formación del sujeto.

Basándonos en la descripción dada hasta el momento, se hace claro que el pertenecer a un grupo estable es muy importante y si esta afiliación se altera, significa que tanto la formación del sujeto, la regulación y el sentido de la pulsión también estarán alterados. Esto es lo que sucede hoy en día, desde los llamados trastornos de identidad en los pacientes borderline a la pérdida de la identidad en los casos de depresión, en ambos casos vemos que están acompañados por una siempre presente sensación de pérdida del sentido y una constante angustia. Debido a este deterioro, el cuerpo previamente subyacente se encuentra nuestros días en el primer plano, en el mejor de los casos como un marco de referencia para una identidad que todavía necesita ser construida, en el peor de los casos como la última parte de una subjetividad que desaparece que nunca fue elaborada efectivamente. Esto es la vía suicida por la que alguien que ya no se encuentra más ahí, desaparece completamente de la escena.

Individuos Anónimos

La formación de grupos estables trae consigo un número de sentimientos que hablan por sí mismos: lealtad y confianza, creencia en la autoridad y la solidaridad. Originalmente, estos fueron instalados principalmente vía grupos de afiliación; hasta que recientemente, también se formaban en el lugar de trabajo. La revolución industrial hizo de la mayoría de nosotros dependiente de la economía, trayendo consigo que su fuerza determinante no puede ser sobrevalorada. El postulado básico es que la vía económica y sus efectos en los grupos determinan al individuo y su sentido de identidad.

Una descripción general de lo que ha sido llamado “el nuevo capitalismo” puede encontrarse en Sennett (2007). La combinación de la digitalización y el Internet, neoliberalismo y la seducción del mercado de valores, tanto para las compañías como para “Juan Pérez”, el hombre común, que quiere su rebanada del pastel, han instalado en poco tiempo una completamente nueva cultura de compañía –el Otro del discurso del capitalista, como fue descrito por Lacan en 1972. Debido al poder dominante de la industria, este discurso fue rápidamente tomado por la administración del estado, especialmente en temas relacionados con la salud y la educación. Sus efectos combinados en la sociedad, la vida familiar y finalmente en el individuo son enormes e ilustran perfectamente cómo la economía, la política y la subjetividad se encuentran entremezcladas. Esta mezcla es la que quiero ilustrar brevemente en materia de administración del tiempo, la importancia del conocimiento y la experiencia, la combinación entre la lealtad y la solidaridad, y finalmente, en la posición de la autoridad. Sus efectos finales emergerán especialmente en el proceso combinado de la adquisición de la identidad y la regulación de la pulsión, y consecuentemente en nuestra vida amorosa.

La administración contemporánea se enfila hacia las ganancias a corto plazo, como nuestros políticos que solo piensan en términos de un período legislativo. Esto significa que las fluctuaciones a corto plazo en el mercado de valores tiene el mismo efecto en la economía que las encuestas de aceptación en los políticos: intervenciones rápidas y drásticas en función del “mercado”. No tomará mucho tiempo para que continuidad y estabilidad se vuelvan palabras impúdicas, indicando lo que no debes buscar. A nivel individual, esto crea inseguridad y agotamiento. Todo mundo tiene que seguir creciendo, cada entrevista de evaluación debe llevar a objetivos más altos y está específicamente prohibido mantenerse en el nivel previo. ADHD[3] se ha vuelto la norma y la flexibilidad es su dogma. Un lema como “El mundo, mi villa” debería ser reemplazado por “El mundo, una estación ferroviaria”, donde la gente anda corriendo de un lado para el otro y no puede encontrar la línea correcta debido que la pizarra ha cambiado de nuevo.

Esto explica el porqué dicha economía no puede apreciar la experiencia y el saber; tales recursos causan mucho estancamiento y resistencia al cambio. En lugar de eso, el acento recae en las llamadas competencias, innovación y glamur (“atractivo”) en función de reconocimiento por el mercado de valores. Los trabajadores con antigüedad se consideran una carga: su saber estorba el rápido progreso, sus salarios son muy altos, son muy tradicionales y su flexibilidad es nula – deshacerse de ellos es el mensaje. Lo mismo sucede en la escena política que agradece a sus fieles miembros del partido por sus esfuerzos en el pasado y llenan sus asegurados asientos electorales con un grupo de actores “machos”, “actricillas” eróticas y deportistas. La analogía a nivel individual es fácil de encontrar. Todo mundo tiene que lucir eternamente joven y entusiasta además de comprar cosas solo porque son nuevas y no porque las necesitemos. Las cosas se tiran porque son viejas, no porque ya no las podamos usar.

La combinación de una tendencia a las ganancias a corto plazo y el decremento de apreciación del saber y la experiencia conllevan a la disolución del pegamento que une y mantiene a los grupos unidos, la lealtad y la solidaridad. A la luz de lo que sucede actualmente, las generaciones previas (contemporánea y posterior a la Segunda Guerra Mundial) conocieron una mayor lealtad entre “los de arriba” y “los de abajo”. Un trabajador estaba más o menos seguro de un trabajo de por vida con el mismo jefe, y consecuentemente estaba listo para comprometerse con ese trabajo por “su” jefe – de hecho era parte del él. Este jefe se comprometería por “su” gente, ya que era los mejor para sus intereses. Lo anterior casi ha desaparecido hoy en día, tanto en la compañía como en el jefe. Una compañía multinacional es invisible, no tiene contacto con sus trabajadores y despedirá, recortará, o incrementará los trabajos en función del mercado de valores. Consecuentemente los trabajadores no tienen ningún sentimiento de lealtad, y la relación entre “los de arriba” y “los de abajo” es de total desconfianza. De nuevo, la transición en términos de política es muy sencilla. El número de miembros leales al partido está reduciendo en todos lados, y con cada elección el número de votantes indecisos va creciendo. Los que votan tienen que ser convencidos a corto plazo, un compromiso largo es algo excepcional. Así, para la toma de decisión, nos lleva al uso de argumentos baratos o populistas. Es sintomático de esta pérdida de lealtad el estilo cínico utilizado por los políticos cuando se refieren a sus votantes en lo privado, y claramente es replicado por el cinismo del ciudadano común cuando públicamente habla de sus políticos.

Cuando la lealtad vertical entre los de arriba y los de abajo se pierda, la solidaridad horizontal también desaparecerá rápidamente. Una casi exclusiva tendencia hacia la rapidez o simplemente hacia mayor ganancia implica la oposición de todo lo que se interponga en nuestro camino. Consecuentemente, todo mundo se confronta con la amenazante imagen de la redundancia potencial – siempre hay alguien que es mejor, más rápido y más barato. En tal discurso, es inevitable que los colegas se vuelvan rivales y que la solidaridad sea un lujo que uno no puede darse. En la escena política también, construir una plataforma común del partido es cosa del pasado, y los principales enemigos se deben buscar en nuestras propias filas. El siguiente paso es que esta desaparición combinada de la lealtad y la solidaridad se siente a nivel del grupo más pequeño, la familia. Nuestra vida amorosa contemporánea es muy extraña. Las parejas desconfían uno del otro desde el inicio; tratando de protegerse de posibles fraudes vía complejos contratos matrimoniales, manteniendo cuentas de ahorro separadas desde el primer día, etc. En caso de conflicto, las negociaciones no son una opción válida, toma tus cosas y vete, porque la flexibilidad es mejor, y más es mejor que nada, un nuevo y supuestamente mejor producto, eso es, una nueva pareja ya está esperando. De hecho, siempre hay alguien mejor, más rápido y barato que tu.

El balance resultante es bastante pesimista. La durabilidad es mala (“¿Todavía trabajas para X?” “¿Todavía sigues con Y?”), elaborar un proyecto común a largo plazo es imposible. La desconfianza es obligatoria (“¡Nadie se va a aprovechar de mí, yo me aprovecharé de ellos!”) y la solidaridad no es más que un artículo para deducir impuestos (“¿Porqué me voy a hacer cargo de ti?”). Todo esto confluye en una esfera de fatiga generalizada, falta crónica de tiempo y, lo más importante, sentimiento de vacío. En lugar de la identidad otorgada aunque alienante del discurso previo, el sujeto contemporáneo es perseguido por las preguntas básicas: ¿quién soy, en relación a quién?

Una característica final del nuevo capitalismo es menos visible pero tiene grandes consecuencias como el resto. El centro del poder que antes era muy claro - el jefe, la oficina – no solo ha abandonado la compañía, también se ha vuelto anónima. La nueva compañía opera en el mercado de valores y se maneja por innombrables juntas directivas. Esto conlleva inevitablemente al reemplazo de la autoridad por el poder puro. El siempre temporal encargado tiene que hacer lo que el mercado y la mesa directiva le dicen hacer, y un gobierno nacional no puede contradecir estas decisiones, incluso aunque se refieran al cierre de una fábrica lucrativa. En nuestro siglo, un gobierno nacional es la perfecta encarnación del “Señor Waldemar” de E. A. Poe: está muerto sin darse cuenta de ello.

Este aspecto anónimo del poder es amenazante debido precisamente a su anonimato. Cualquiera que desee protestar hoy día está en un terrible problema debido a que es muy difícil hallar la dirección del lugar donde dirija su protesta, añadiendo al problema sentimientos de impotencia. Esto también lo encontramos a nivel de la familia, donde el asiento de la autoridad ha estado vacío por décadas. En los peores casos, los hijos literalmente no saben bajo qué común denominador deben ubicarse. Son los exponentes del anonimato creciente contemporáneo. El grupo de gente con un vínculo incierto está creciendo día con día. Vínculo incierto no realmente la expresión correcta, en muchos casos esto significa que estas personas no tienen ningún vínculo, son individuos anónimos en los tiempos de la soledad. En tales circunstancias, no es ninguna sorpresa que el cuerpo vaya por delante, al centro de la escena, como el lugar de anclaje para una identidad que todavía necesita ser construida.

Sei personaggi in cerca d’autore

Somos un cuerpo, pero no somos solo un cuerpo. Leí en el periódico el obituario de un hombre desconocido. Supe que había nacido en Ghent en 1942 el 11 de febrero, que fue la pareja de una profundamente afligida mujer, un amoroso padre de tres hijos, el abuelo de dos nietos, y que murió tranquilamente en su casa en presencia de su familia. Fue el hijo de una pareja cuyos nombres estaban marcados con una cruz. En una cuantas líneas, cuatro generaciones aparecieron. Supe que fue un arquitecto, miembro de distintas sociedades y que fue profundamente religioso. Esta descripción condensada me brinda una imagen de la identidad que revestía su cuerpo difunto. El obituario ilustra como tratamos de continuar nuestra identidad más allá de las fronteras de nuestra muerte. Sin esta identidad, el sujeto no existe; es solo un cuerpo, lo que significa que terminamos de la manera como empezamos.

Revestir, en el sentido literal y en el sentido figurativo, determina nuestra identidad y las convenciones determinan como esta forma como nos vestimos debe de lucir así como nuestra identidad. Tal determinación va más allá de solo nuestra imagen corporal o conciencia corporal – esto solo es el punto de apoyo para el Otro en la construcción del sujeto. Actualmente, parece como si no llegáramos lo suficientemente lejos en estos puntos básicos en las formas más elementarías. Si lee en el periódico que un programa político no suficientemente sexy, entonces sabrás que tiempo vives.

Un recientemente famoso documental para televisión (“In Europe”, de Geert Mak) nos muestra imágenes del siglo pasado, por ejemplo, de las protestas de estudiantes de finales de los sesentas. Incluso a color, el negro, el gris y el blanco son muy dominantes. Tenemos que asumir que los hombres que marchaban apenas son veinteañeros, pero lucen mucho mayores. Incluso, no se ven muy saludables y las formas de sus cuerpos no se ven tan atractivas. Esto no es ninguna sorpresa, ya que su actividad deportiva principal eran los debates nocturnos con muchos cigarrillos y alcohol. Su identidad se basaba en la posición brindada por sus estudios en combinación con el hecho de que ellos pertenecían a un número de otros grupos clásicos. Medio siglos después, esto ha cambiado por completo. La mayoría de los estudiantes son mujeres, los colores están en todas partes y casi todo mundo (profesores incluidos) sigue un programa de salud física. Lo siguiente va para todos en occidente: el cuerpo toma el lugar central de una forma que no hace mucho tiempo era impensable. Tiene que encontrase con un número de normas apremiantes (joven y hermoso, sexy y provocativo), y en el caso que la vida saludable, el trabajo corporal y la dieta ya no ayuden, siempre está la cirugía plástica.

La explicación racional para este cambio es que en nuestros tiempos se reconoce lo saludable como representado en una apariencia placentera. La explicación no tan racional es que es una forma desesperada para ser alguien y obtener reconocimiento. Si la determinación simbólica del sujeto está cada vez más desapareciendo debido a que los grupos que fundaron esta determinación están desapareciendo, entonces terminamos con dos posibilidades. Uno puede empezar a buscar por nuevos grupos que tal vez nos den una identidad. Y/o uno puede volver al cuerpo al desnudo, como una base para la interacción con los demás y por una posición en ese intercambio. En ambos casos, el sujeto-a-ser esta desesperadamente en busca del gran Otro que esté dispuesto a brindar una historia para su vida, como los seis personajes (Seis personajes en busca de autor) en la obra profética de Pirandello.

La búsqueda por grupos que brinden nuevas identidades sucede virtualmente en todos lados actualmente. La desaparición de naciones y su consecuente identidad en la Europa sin rostro ha traído consigo una creciente ola de regionalismo. En combinación con los hooligans del football, esta es la versión suave de un movimiento que se vuelve más severa para aquellos que caen entre las grietas de las naciones y la historia. Entre más vacía se vuelve la identidad de alguien mayor será la necesidad por un grupo riguroso, y como consecuencia de todo grupo fundamentalista – sea Cristiano, Judío o Musulmán – se volverá más atractivo. Una vez que alguien es aceptado en tales grupos, la duda desaparece. Al sujeto se le dice quién es, donde reside la autoridad, cómo se las tiene que arreglar cada quien con su propio cuerpo y con el cuerpo de los demás, cuál es el objetivo común y cómo cada quien contribuye para ese objetivo. Al fin, seguridad y certeza. Finalmente, el cuerpo ha llegado a ser un sujeto, incluso en esa manera conveniente que prepara el cuerpo para el sacrificio. En caso de que algún científico benévolo con las mejores de las intenciones llegue a explicar que Dios, Alá o Jehová no creó el mundo en siete días, entonces esta explicación será muy convincente a el posterior refuerzo y cohesión del grupo. La religión brinda identidad; la ciencia no.

El cuerpo desnudo

Si esta opción (ser parte de un grupo fundamentalista) no es posible, el personaje que busca un autor/el sujeto que busca del Otro no tiene otra opción que replegarse a su cuerpo, como la base en bruto de la identidad. Incluso así, el caso es que alguien solo puede ser un sujeto en y a través de la relación con otro alguien; por si mismo nadie puede ser un sujeto. Ana Frank necesitó a su Kitty y Tom Hanks a su Wilson (Cast Away). Cuando el proceso de la formación del sujeto está limitado a su sustrato corporal, esto implica una recaída a las formas más elementales de interacción, el sexo y el atractivo sexual. De nuevo, esto es más prominente en aquellos que caen en las grietas de la historia y las naciones, siendo en este caso principalmente las mujeres. El número de mujeres de Europa occidental que tratan desesperadamente de adquirir una identidad y una posición en el occidente a través su cuerpo, es también un efecto de la nueva economía. Este fenómeno no es nada más que una forma exagerada de lo que sucede en todos lados, aunque en una aparente forma más banal.

De alguna manera, la identidad es reducida a la identidad sexual. El hecho de que una definición de género convincente basada en la cultura haya desaparecido implica una vuelta a la determinación biológica. En palabras más encillas, esto significa una vuelta a todas aquellas características que tienen que ver con la procreación: juventud y fuerza, combinada con proporciones corporales y cierto tipo de complexión, las cuales deben ser claramente exhibidas. “Yo Tarzan, tu Jane”, parece ser la nueva fórmula amorosa. Desafortunadamente, esto no es suficiente para una sensación de estabilidad con respecto a la identidad, justamente porque no está respaldada por una determinación simbólica. La sensación de no ser lo suficientemente masculino, no ser suficientemente femenina ha tomado proporciones dramáticas. Esto contradice de forma dolorosa la ilusión de que la certeza en estos temas la podemos encontrar en la realidad desnuda. Alguien, de hecho algún-cuerpo[4] es un hombre o una mujer, biológicamente hablando, lo que tampoco se puede dudar. Pero, ¿soy lo suficiente masculino o femenino? Para hallar suficiente certeza, tenemos que incluirnos en grupos estables de nuestra cultura, y sus definiciones de masculino y femenino. Ahora que estos grupos están desestabilizados y su definición ya no tiene autoridad, la incertidumbre es la norma. En lugar de grupos tradicionales, las “magazines” contemporáneas ofrecen respuestas en la forma de preguntas en la portada. “¿Cuál es tu peso ideal?”; “¿Cuál debe ser el tamaño de tus pechos?”, y cosas por el estilo. Mientras tanto la llamada disforia de género ha recibido nueva atención. La creciente incertidumbre en términos de determinación simbólica de género ha traído consigo una gran cantidad de jóvenes con una imposibilidad de tomar decisiones, condenándolos a la tierra-de-nadie de la bisexualidad. En su doctorado, P. Gherovici demostró de forma convincente que esta es la forma contemporánea de la pregunta histérica clásica con respecto al género: ¿Soy bisexual o no?” Desde mi lectura, esto es de nuevo un indicador de la pérdida de un discurso que otorga identidad. Si convertirse en hombre o mujer se vuelve difuso, entonces mantenerse entre los dos y no tomar una decisión es inevitable. Obviamente, la metáfora de Lacan concerniente a los dos niños en el tren llegando a los baños y preguntándose si deberían ir a “Dames” o “Messieurs”, ya no se aplica, y necesita a manera de suplemento una tercera opción, o de forma más correcta, la ausencia de elección.

El advenimiento de la bisexualidad como un efecto de una vuelta a la determinación biológica de la identidad sexual resulta sumamente paradójico, para decir lo menos. Resulta así aún más debido a que nuestra generación es la primera que tiene métodos anticonceptivos efectivos a su disposición; actualmente la sexualidad y la procreación pueden estar desconectadas. Justamente en el tiempo donde ya no tenemos que preocuparnos por embarazos no deseados, regresamos a una excesiva acentuación de todas las características que se relacionan con la procreación, debido a la falta de una identidad de género determinada simbólicamente.

Independientemente de lo anterior, la introducción de métodos anticonceptivos efectivos tiene una serie de implicaciones importantes. Primero que nada el hecho de que en nuestros días una mujer puede conscientemente escoger entre su educación y su carrera, llevando la emancipación a una escala masiva. El precio a pagar es que ellas también se ven sometidas a todos los efectos amorosos de la nueva economía, como los describimos antes. Segundo, la desconexión entre el sexo y la procreación ha influenciado grandemente la interacción sexual, es decir, las limitantes de la edad definitorias de la posibilidad de tener sexo han cambiado considerablemente, en ambas direcciones. Los jóvenes comienzan a tener sexo a cada vez a más temprana edad, y con el incremento de la salud y la expectativa de vida, el sexo es una actividad placentera y un negocio riesgoso con jóvenes. Hubo un tiempo donde los padres se preocupaban si sus hijos ya “lo hacían”, en nuestros días los hijos se preocupan si su ancianos padre que queda vivo ha comenzado a “hacerlo” de nuevo, por el caso de que su herencia pueda caer en malas manos.
El efecto más importante de esta desconexión técnica es que ésta es la primera generación de mujeres en la historia de la humanidad en la que el sexo puede equivaler a placer, liberadas de la angustia de algún embarazo o de algo peor, de la muerte en el parto. En este punto, sin embargo, una angustia atávica aparece en los hombres. En su última teoría sobre el complejo de Edipo (en su seminario XVII), Lacan apunta que el sujeto neurótico experimenta jouissance como algo amenazante, y que la clásica solución edípica conlleva a una distribución de roles defensiva, con la madre recibiendo la parte de la jouissance imposible y el padre el papel del gran represor. Actualmente, la jouissance se vuelto altamente posible y la prohibición casi ha desaparecido. Como resultado, la virgen que se niega o la mujer que pospone están cada vez más siendo reemplazada por las chicas adolescentes activamente solicitas y mujeres cazadoras entradas en los cuarentas o cincuentas. Yo Barbie, Tu Ken. Una cantidad de hombre encuentran lo anterior muy difícil, y su deseo por las chicas de rancho voluptuosas pero inaccesibles de antaño ha sido reemplazado por el temor a la vagina dentata. Lo anterior puede renovar la agresión en contra las mujeres, y especialmente contra su cuerpo.

Jouissance y regulación

Con lo anterior regresamos a la idea de regulación, siendo ésta la segunda función del Otro en combinación con la determinación de la identidad. Estos son los dos lados de la misma moneda debido a la forma cómo los grupos definen su identidad siempre tiene que ver con una imagen ideal, con consiguientes prohibiciones y prescripciones. Un X verdadero (por ejemplo, un verdadero analista lacaniano) se comporta de así y no debería de comportarse así o asá. Esta combinación fue predicha por Freud, más particularmente en su diferenciación entre el Yo Ideal (deberías ser así) y el Superyó (no hagas esto), ambos proporcionando las directrices para la construcción del Yo. Encuentra el origen para esta construcción en el grupo más pequeño, es decir, la familia edípica, pero luego en su carrera generalizó sus ideas al mismo grupo de la psicología.

Estas regulaciones pueden ser muy específicas, en función de la naturaleza específica de un grupo en particular, o general. Las reglas de un club de futbol son diferentes a las de un coro y las regulaciones de una escuela difieren de todos ellos. Sin embargo, cada uno de ellos encajan en una definición general socio-cultural de cómo un miembro de cierto grupo dentro de cierta sociedad debe de comportarse. Más allá de las diferentes regulaciones, un número de elementos en común pueden encontrarse. Casi siempre, se dice cómo es que un miembro de un grupo tiene que comportarse con los miembros de otro grupo y con la gente que no pertenece al grupo, ambos con la función de un objetivo en común. Queda entendido que uno ayuda a alcanzar el objetivo, y casi siempre, está prescrito los que el individuo tiene que sacrificar para ayudar a cumplir los objetivos del grupo. Como recompensa, el miembro recibe una posición dentro del grupo y protección por el mismo, además de compartir los beneficios de haber alcanzado el objetivo.

Cuando vemos hacia cuáles son los grupos más elementales –los grupos de niños, niñas, hombre, mujeres, familia – y en su determinado lugar y tiempo, entonces se hace inmediatamente obvio que estas regulaciones conciernen al cuerpo, tanto el propio como el de los demás. La regulación implica cosas como la higiene, comer, tomar, y el erotismo. En pocas palabras: jouissance.

Una lectura ingenua puede considerar a las anteriores como restricciones superfluas en las que se consideran necesidades “naturales”. Una lectura más informada por la antropología descubrirá rápidamente que tales regulaciones están presentes en toda cultura – no importa lo diferentes que sean; aún más, que ellas constituyen el elemento conector de la estructura social. Ellas regulan la identidad en una serie de temas cruciales y por lo mismo, brindan seguridad. El hecho de que un número de grupos o incluso culturas hayan instalado regulaciones que causan más problemas que seguridad no es, por si mismo, un argumento para rechazar la necesidad por la regulación. Vivir juntos requiere una convención, es decir simbolización; de otra manera este vivir juntos no funciona.

Desde un punto de vista psicoanalítico, existe probablemente otra razón para esta necesidad. A mitad de su carrera, Freud tuvo que concluir que la humanidad no funciona solamente siguiendo el principio de placer; justo después de que los conductistas se enfrentaran al mismo hecho. En la experiencia de Freud, existe algo que está más allá del principio del placer, algo por lo que nos esforzamos al mismo tiempo de que lo evadimos. Conglomera niveles de tensión que van en crecimiento, si la necesidad va más allá de las restricciones de lo traumático. El pensamiento racional en combinación con el discurso científico contemporáneo descartarán estas ideas, sobre todo debido a que esta idea de tensión es difícilmente algo que encaje con la ciencia médica. Sin embargo, es suficiente si se abre un journal para encontrar más ilustraciones “basadas en evidencia” de las que te puedas interesar… Obviamente, algo se encuentra en el sujeto que nos lleva a trasgresiones más allá del principio del placer en una región de la “jouissance”, entre corchetes, ya que no es siempre obvio que tan gozable sea esta jouissance. Esta es la conclusión de Lacan cuando estudió esta jouissance: el intento fallido del sujeto para simbolizar es literalmente la elaboración normal, es decir, siguiendo las normas del Otro (Verhaeghe, 2009). Y en su lectura, los efectos de esta jouissance del nuevo capitalismo y su obligación generalizada a gozar distan de ser inocentes.

A este respecto, apreciamos un extraño giro. Con algo de exageración, se puede decir que todo lo que antes estaba prohibido ahora es obligatorio. En el pasado no tan distante, la satisfacción solo podía ser alcanzada después de una inversión considerable de tiempo y esfuerzo personal, y la idea general era que la satisfacción final no era en este mundo. Actualmente, la convicción contemporánea es que nuestros deseos deben satisfacerse completamente, siendo el único impedimento el dinero en combinación con algún consejo para la salud. Sin embargo, el sujeto postmoderno también tiene que experimentar la imposibilidad de la jouissance. Pero mientras la convicción se mantiene sobre el poder alcanzarla y como la castración simbólica esta negada, el sujeto está obligado a continuar intentándolo, y por consiguiente instalando más altos niveles de trasgresión.

El efecto no es lo que es esperado o temido. No nos desaparecemos en libertinajes ilimitados, como muchos cruzados moralistas nos previenen. El resultado es perderse en una zona de aburrimiento y frustración agresiva con latos niveles de inseguridad y angustia innombrable. Esto es lo más extraño, debido a que la mayoría de nosotros vivimos en las áreas más seguras del mundo. Así como el cuerpo del macho o la hembra no brinda suficiente certeza en materia de identidad de género, la seguridad en la realidad no es un estándar convincente para la estimación subjetiva.

Lo que sigue, es fácil de predecir: al igual que el bebé que está alterado por su cuerpo, el sujeto postmoderno apelará al Otro. La tragedia es que este Otro ha perdido su estatus, debido a que ya no es sostenido por el grupo y su respuesta ya no tiene suficiente peso. Comúnmente, este descubrimiento desata una solicitud, una súplica, por la restauración de un padre autoritario que traiga ley y orden. Para esto, es muy importante estudiar la corrección que Lacan hace de la teoría edípica de Freud. De forma resumida se refiere a lo siguiente: El Otro del Otro no existe, lo que significa que la autoridad simbólica siempre es arbitraria, basada en una ilusión y una convención. Esto no significa que la función paterna sea superflua, sino todo lo contrario. Garantiza dos asuntos importantes. Ya he desarrollado el primero, la identidad. El segundo es menos obvio, aunque está estructuralmente conectado con el primero: la autoridad simbólica garantiza la existencia de una falta (Lacan, 2006 (1969-70) : 121-129).

Esto puede sonar algo filosófico, y claro que lo es. Pero al mismo tiempo, tiene efectos muy concretos. Significa que toda figura de autoridad experimenta tarde que temprano que él o ella no puede vivir a la altura de su función. Esto es experimentado por todo padre, y es el porqué Lacan considera a la vergüenza como un afecto fundamental en el padre. También significa que el aprender cómo manejar la inevitabilidad de la falta debería ser la meta más importante del proceso conjunto de la formación del sujeto y la regulación de la pulsión (comúnmente conocida como educación) Para Lacan, el discurso del capitalista trae consigo un mensaje totalmente distinto: la falta es una coincidencia pura, una respuesta total es posible y existe un gran Otro que garantiza esta respuesta. De ahí su conclusión, de que existen convivencia entre el capitalismo y la ciencia moderna, con el negocio de la publicidad como marca de conexión.

Visto desde esta perspectiva, no es de extrañarse que muchas personas experimenten la falta de una respuesta total como injusticia realizada por otro malvado. El tono apagado pero agresivo de sus exigencias pronto se transforma en una agresión abierta, siendo enviada esta agresión hacia cualquier dirección posible, es decir, hacia adentro o hacia afuera, hacia el propio cuerpo o el cuerpo de los otros decepcionantes. A manera de ilustración, podemos referirnos a ejemplos banales de un sector donde se esperaría que las reglas fueran muy claras: el tráfico, el flujo vehicular en las calles. Investigaciones han demostrado que la ira de camino se ha convertido en un fenómeno común en Europa. Cerca de uno de tres conductores, en el caso de los hombres y una de cada cuatro mujeres admiten que han cometido agresiones de tráfico durante el último año (Smart et al., 2005; Willemsen et al., la prensa). En la mayoría de los casos, esto se limita a maldecir, insultar y hacer señales obscenas; utilizar el propio auto como obstáculo también es muy popular, pero la frecuencia de los que llama “asalto de maltrato” se incrementa.[5]

Este flujo vehicular puede servir como metáfora para otra clase de tráfico, llamémosle amor. Para concluir: Vivimos en una época donde tanto la formación del sujeto como la regulación de la pulsión ya no son tan obvias. La pérdida de las identidades definidas simbólicamente aísla al sujeto contemporáneo y lo obliga a replegarse a intercambios elementales con los otros, donde los cuerpos toman la posición central. Contrario a lo que se podría creer, esto no es un efecto de la desaparición del gran Otro, debido a que este Otro nunca estuvo ahí desde un inicio. Se debe a la ilusión de que existe un gran Otro sin falta. Los efectos del discurso capitalista con relación al amor se dan vía su rechazo a una castración simbólica. No existe falta y en caso de existir una, es responsabilidad de los demás, a quienes se debe de culpar. Para Lacan, las implicaciones de la vida amorosa contemporánea son fáciles de predecir: « Tout ordre, tout discours qui s’apparente du capitalisme laisse de côté ce que nous appellerons simplement les choses de l’amours, mes bons amis. Vous voyez ça, hein, c’est un rien. » (Lacan, 1971-72, 6 de Enero de 1972). “Todo orden, todo discurso que se relaciona con el capitalismo, deja de lado lo que llamaremos simplemente las cosas del amor, amigos míos. Ven eso, ¿eh? No es poca cosa.”




[1] APW – Eight Annual Conferences – Philadelphia. March 28-30, 2008, University of Pennsylvania. Artículo original en http://www.psychoanalysis.ugent.be/pages/nl/artikels/artikels%20Paul%20Verhaeghe/Identity%20in%20a%20time.pdf traducción por Héctor Mendoza
[2] Mantenemos como en el texto original la palabra en francés “jouissance” concepto lacaniano que tradicionalmente se ha traducido en castellano como “goce”. Héctor Mendoza
[3] Siglas para “Attention Deficit and Hyperactivity Disorder”, en nuestra lengua es el TDAH, Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad. Héctor Mendoza.
[4] La frase original juega con la forma en inglés para referirse a alguien (somebody) que incluye la palabra cuerpo (body) y que literalmente se forma algún-cuerpo.
[5] Una explicación obvia es que el alza en la agresión puede ser explicada por el alza en la densidad del tráfico. Aunque lo anterior pueda ser parte de la explicación, seguramente no es suficiente: el tráfico en las ciudades de la India es tres veces más denso y frenético que en el mundo occidental, y no tienen agresiones de tráfico.

jueves, marzo 05, 2009

El aparato psíquico, hogareño y amigable
Parte uno de dos

“Permítanme ofrecerles una comparación; es verdad que las comparaciones no demuestran nada, pero pueden hacer que uno se sienta más en casa” [1]

“Una tercera y más sensible afrenta, empero, está destinada a experimentar hoy la manía humana de grandeza por obra de la investigación psicológica (siendo la primera de Copérnico al decir que la Tierra no era el centro del universo, la segunda de Darwin al demostrar que el hombre provenía del reino animal); esta pretende demostrarle al yo que ni siquiera es el amo en su propia casa, sino que depende de unas mezquinas noticias sobre lo que ocurre inconscientemente en su alma”.
[2]

Sigmund Freud


Como parte del curso de “Apreciación a las artes” que imparto en la FaPsi de la U.A.N.L. con estudiantes de primer semestre, vemos el documental “La guía para el cine del pervertido”[3]. En dicho documental, el presentador, Slavoj Žižek, brinda elementos desde el psicoanálisis y la filosofía para abordar el saber presente en las creaciones artísticas, principalmente películas populares desde “Los pájaros” de Hitchcock hasta “The Matrix”, permitiendo apreciarlo desde una perspectiva subversiva. En los apartados del dvd “PSICOSIS divisiones de la psique en la casa de madre” y “LOS HERMANDOS MARX superyó, yo y ello” me encontré con un dilema pedagógico al advertir que casi nadie del grupo había siquiera hablar de “Psicosis” de Alfred Hitchcock y menos aún de los Hermanos Marx, casos utilizados por Žižek debido a su supuesta condición de populares. Sin embargo en la imposibilidad de la utilización de los ejemplos, aparecieron más posibilidades cual lapsus freudiano, o como diría el Chavo del 8, “sin querer queriendo”[4].

El primer apartado dice lo siguiente:



“Nos encontramos en el sótano de la casa de Madre en “Psycho”[5]. Lo más interesante es la misma distribución de la casa de madre. Los eventos se llevan a cabo en tres diferentes niveles. Primer piso, planta baja, sótano. Es como si reprodujera los tres niveles de la subjetividad humana. La planta baja es el Yo. Norman se comporta ahí como un hijo normal, lo que permanezca normal en su Yo. Arriba, es el Superyó. Superyó materno, ya que la madre muerta es básicamente la figura del superyó. Y abajo en el sótano, es el Ello. El almacén de estas pulsiones ilícitas… Desde luego, la lección aquí es la vieja lección elaborada por Freud, que el superyó y el ello están profundamente conectados. La madre primero se queja, como una figura de autoridad, “¿Cómo me haces esto? ¿No te da pena? ¡Este es un almacén de vegetales!”. Para después, Madre inmediatamente cambia a la obscenidad, “¿Crees que soy un vegetal?”. El superyó no es una agencia ética, el superyó es una agencia obscena, nos bombardea con mandatos imposibles, se ríe de nosotros, cuando, desde luego, no podemos satisfacer su demanda. Cuanto más la obedecemos, más nos hace sentir culpables. Siempre hay un aspecto de un loco obsceno en la agencia del superyó”.[6]

Para alguien que haya visto la película “Psycho” la interpretación es provocativa además de iluminar de otro modo varias secuencias de la cinta. Sin embargo ¿cómo puede funcionar este ejemplo sin la referencia a la película? ¿Simplemente tendríamos que decir “si no han visto la película “lo siento””? Lo que me enseñaron mis alumnos fue otra vía. El autor hace el clásico experimento freudiano, al interpretar un mito con otro, una metáfora dentro de otra metáfora. Al estilo de Hamlet que tanto gustaba a Freud, la forma de develar la verdad es “with a play in a play”: una representación dentro de otra representación. En el ejemplo de Žižek, para abordar el tema del aparato psíquico lo ilustra con la casa de la madre de Norman. Lo que nos encontramos en clase es que podemos prescindir de la cinta y tomar el otro costado de la metáfora, irnos de lleno a lo familiar de la casa.

Žižek comenta que “La planta baja es el Yo”. Su original en inglés “Ground floor is Ego”, tiene diversas traducciones en castellano. Recordamos en clase la clásica confusión que tenemos en castellano con los conceptos “primer piso” y “planta baja”. Ground Floor, es literalmente “el suelo a ras, a nivel de tierra”, de donde parto para contar, mi punto de referencia, lo que diríamos que pierde alguien que se “cree mucho”, que “perdió el piso”. Es de interés que sea ese nivel el identificado con el Yo. Entre las posibilidades de traducción que surgieron por parte de la clase apareció una esclarecedora: “recibidor”. Tal y como lo definía Freud, “el Yo es la parte del ello alterada por la influencia directa del mundo exterior, con mediación de P-Cc: por así decir, es una continuación de la diferenciación de superficies”[7].

Si seguimos la metáfora anterior pasamos del cine a otro arte, la arquitectura. Así, la planta baja es donde los artistas de la arquitectura ubican el área social. Podemos jugar con una fórmula para ser cuestionada, el nivel de intimidad con un visitante es directamente proporcional a la distancia recorrida en la casa, por lo que alguien con mucha confianza entra “como Pedro por su casa” o “se mete hasta la cocina”. Tradicionalmente en la distribución de la casa, el área social (¿deberíamos ya decir yoica?) es donde ubicamos una sala o un comedor, si ponemos algo íntimo como un baño, esperamos un medio baño, es decir, solo el escusado y no la regadera (justamente para que el invitado “no se la bañe”). La sala, habitación compartida o social, es un espacio de regulación de las visitas, una mediación con el mundo exterior que nos permite estar juntos pero no revueltos, solo que al mismo tiempo, lleno de molestas convenciones sociales, como en las salas mexicanas de la generación anterior donde encontrábamos una “última cena”, la foto de la Boda de los padres, las fotos de los hijos, y una virgen de Guadalupe y si no tienen fotos y son más impúdicos, un letrero que diga “Este hogar es católico, apostólico y romano (y guadalupano)”.

En la última revisión de Freud sobre el aparato psíquico define al Yo de esta manera:

“Apenas si necesita ser justificada la concepción según la cual el yo es aquella parte del ello que fue modificada por la proximidad y el influjo del mundo exterior, instituida para la recepción de estímulos y la protección frente a estos, comparable al estrato cortical con que se rodea una ampollita de sustancia viva”.[8]

Cambiando la metáfora médica de Freud con la nuestra más casera entendemos al área social del hogar como esa “recepción y protección”, permitiendo el acceso de “los otros”, que constituye el mundo exterior, ese cuarto elemento del aparato psíquico tan olvidado como menos preciado. En el área social recibimos a las visitas y les mostramos aspectos de la casa para aceptarlos pero al mismo tiempos para no tener que sentarlos en nuestra recamara o ni si quiera abrirles la puerta. Esta área habla de la forma como somos “normales”:

“Para cumplir esta función, el yo tiene que observar el mundo exterior, precipitar una fiel copia de este en las huellas mnémicas de sus percepciones, apartar mediante la actividad del examen de realidad lo que las fuentes de excitación interior han añadido a ese cuadro del mundo exterior.”[9]

Del punto de referencia que es esa planta baja-primer piso del área social, se puede contar hacia arriba o hacia abajo, llevando al punto más claro la función mediadora del yo. Sigamos con Žižek recorriendo la casa[10]. Menciona “Arriba, es el Superyó” (“Up there, it’s the superego”) resaltando el carácter más obvio del Superyó, su lugar especial y espacial. El problema del concepto superyó es que en castellano lo súper no remite inmediatamente al adverbio de lugar sino al de cualidad. En mi imaginación vulgar, la primera vez que escuché Superyó, me imaginé a Superman, entonces era un Yo que podía volar con capa y los calzoncillos encima de sus pantalones. Sin embargo, sin adentrarnos a la pregunta importante de ¿qué es la S de Superman? y su relación con el Superyó, nuestra metáfora de la casa nos lleva a mirar hacia arriba. Originalmente Freud utiliza la palabra compuesta Über-ich, correspondiendo al Ich la primera persona, el Yo y el prefijo Über designa frecuentemente un lugar: por encima de, sobre, acerca de. Así encontramos palabras como Überanstrengen (sobrecargarse), Überempfinlich (hipersensible) o Überfordern (exigir demasiado). En la planta alta está un lugar de mayor intimidad como el propio Superyó intimida al Yo. Es ahí arriba (o más al fondo), donde su ubica lo que algunos arquitectos llaman el área privada, el “área V.I.P.”, donde ubican las recamaras, baños completos (sanitarios y regadera), estancia exclusivamente familiar (heimlich diría Freud), vestidores y terrazas. Más claramente, es el lugar del Master room, la habitación del dueño, amo o patrón (patronímico) de esa casa. La imagen es como si, cuando se le acusa a una hija que “manchó el honor, el buen nombre de la familia”, en realidad “la hubiera cagado” en la cama de los padres. Ese lugar desde arriba donde me veo, desde donde se siente evaluado mi Yo es el Superyó, “el que estresa (resalta, remarca, sojuzga, realza) al Yo”.

Sería ridículo creer que siempre se trata de alguien que estresa, que siempre es papá o mamá (¡¡Me estresas!!). La metáfora nos indica que el solo hecho de considerar por la disposición espacial un arriba de mi tiene sus efectos. Lo anterior me recuerda un panorámico que veo todos los días de camino a mi consultorio. En el anuncio de las librerías Gandhi se ve este “extraño” texto.

Esta sola disposición espacial nos remite al lugar más que a la persona. Como lo saben los fotogénicos, hay que considerar a la cámara y así la cámara te amará. Es de esta manera que tendríamos que leer las imágenes de pueblos antiguos (y modernos) que construyeron pirámides o mausoleos que solo pueden verse desde un helicóptero. Ridículamente alguien podría imaginar que están hechos para marcianos en naves espaciales sin considerar que se puede construir algo sin que lo vea yo directamente sino solo en la suposición del punto de vista de alguien más, Los Dioses, La Historia, el Otro lacaniano; alguien más arriba que me vea amorosamente por lo que le amo y temo. Desde arriba el Yo se siente humillado, avergonzado y le permite ser humilde, obediente, fiel.

En clase mencionamos estos dos ejemplos. Un tipo se prepara para un domingo de flojera. Alista un tazón de palomitas con otra rica botana para disponerse a ver el maratón de su serie favorita. Y cual lecherita del cuento, cuando se saboreaba los placeres por venir, se le cae el tazón con la comida rompiéndose dándole una nueva textura a la alfombra donde calló para anidarse. Se dice a sí mismo “¡Pendejo!, ¡imbécil!, ¡Puñetas!” y demás insultos confianzudos. Otra escena, días antes el mismo tipo decide (¡por fin!) poner un cuadro en la sala. Trae su herramienta y cual Pepe el Toro comienza la varonil labor. Después de haber taladrado, entaquetado, clavado y colgado el cuadro, lo ve desde cierta distancia y se dice “¡Ándale, ahora si se ve muy bien!”. ¿Por qué hablarse (no solo en tercera persona) si está solo? En esta autovaloración está la sensación de ser observado desde el mal-visto (“¡Mira la pendejada que hiciste!”) hasta el visto-bueno “¡Te quedó muy bien!”. De ahí esta que consideremos al superyó como una agencia con demandas imposibles, más culpabilizadora que ética. Como la acepción más importante de la palabra anglosajona “stress”, acentuar, hacer hincapié, hacer énfasis, como cuando se lee algo y se subraya lo más importante.

Usualmente he escuchado el ejemplo de que el Superyó sería una especie de Pepe Grillo o angelito cachetón que nos pide, demanda, hacer el bien sin mirar a quién. En ese ejemplo también hay otro personaje, el diablito, el enemigo que lleva a la tentación. Muchos lo relacionan con el malo de la película, el Ello, sin embargo, su condición de déspota solo es articulada por los mandatos del Superyó.

“El riguroso superyó observa cada uno de sus pasos (del yo), le presenta determinadas normas de conducta sin atender a las dificultades que pueda encontrar de parte del ello y del mundo exterior, y en caso de inobservancia lo castiga con los sentimientos de tensión de la inferioridad y de la conciencia de culpa… Aquí ven ustedes que el superyó se sumerge en el ello; en efecto, como heredero del complejo de Edipo mantiene íntimos nexos con él; está más alejado que el yo del sistema percepción”.[11]

Imaginemos al tipo en una situación estilo “Gavilán o Paloma” de José José. Un hombre ve a una hermosa mujer en un bar y se siente atraído hacia a ella “como una ola”. En ese momento una vocecita de lado derecho (the right one?) le dice “¡Vamos, lígatela, háblale!”. Él comienza a acercarse con cara de “perdona vidas”. Después otra vocecita del lado izquierdo (¿perversa?) le dice “¡¿Te crees muy macho?! ¡No la molestes! ¡Eso no hace un caballero!” El tipo se detiene y comienza a regresar a su lugar de origen. De repente la otra vocecita dice “¡Cobarde! ¡Por eso estás solo! ¡Aviéntate!” Malo si lo haces, malo si no lo haces. La única función del Superyó es la de supervisar y criticar, hallar fallas, al Yo, solo por el hecho de verlo desde arriba, de verlo apocado. El aspecto amable del Superyó es el vinculado al Yo y el aspecto sádico es su relación con el ello, sin embargo solo lo hace por el efecto de tener que fiscalizar al Yo, de parte del Ello.

“El pobre yo lo pasa todavía peor: sirve a tres severos amos, se empeña en armonizar sus exigencias y reclamos. Estas exigencias son siempre divergentes, y a menudo parecen incompatibles; no es raro entonces que el yo fracase tan a menudo en su tarea. Esos tres déspotas son el mundo exterior, el superyó y el ello… Así, empujado[12] por el ello, oprimido por el superyó, repelido por la realidad, el yo pugna por dominar su tarea económica, por establecer la armonía entre las fuerzas e influjos que actúan dentro de él y sobre él, y comprendemos por qué tantas veces resulta imposible sofocar la exclamación: «¡La vida no es fácil!».”[13]

Llegamos al lugar tabú, recordando su carácter de sagrado y prohibido, cuando Freud nos recuerda que el empuje viene del Ello. En nuestra comparación con la casa Žižek dice “Y abajo en el sótano, es el Ello. El almacén de estas pulsiones ilícitas” (“And down in the cellar, it’s the Id. The reservoir of these illicit drives”). La figura del sótano es difícil de encontrar en nuestro contexto mexicano. De nuevo, la arquitectura nos lo explica de otra forma. Cuando el autor menciona “El almacén”, ubicamos otra área en la casa de la que hablan los herederos de los masones. Nos referimos al área de servicios donde se sitúan la cocina, baños, lavandería, armarios, basura. A lo mexicano sería el cuarto de despensas, herramientas y triques. La relación con el ELLO freudiano se deriva con aquello que son los cimientos, los insumos básicos de la casa.

Esa parte “parte oscura, inaccesible, de nuestra personalidad” como la llamaba Freud es el “corazón de la casa”, de alguna forma todo el edificio psíquico es Ello, mientras que el Yo es una parte del mismo. Habiendo dicho lo anterior reservamos el nombre Ello como algo que no haya su lugar, como eso que “tiene carácter negativo, sólo se puede describir por oposición respecto del yo”[14]. El Ello sería lo constituye como hogar (hoguera) a la casa. Freud lo definía así:

“Nos aproximamos al Ello con comparaciones, lo llamamos un caos, una caldera llena de excitaciones borboteantes. Imaginamos que en su extremo está abierto hacia lo somático, ahí acoge dentro de sí las necesidades pulsionales que en él hallan su expresión psíquica, pero no podemos decir en qué sustrato… En el ello no hay nada que pueda equipararse a la negación, y aun se percibe con sorpresa la excepción al enunciado del filósofo según el cual espacio y tiempo son formas necesarias de nuestros actos anímicos”.

Lo anterior nos lleva primero a lo oral, hasta la cocina. Lo interesante de la cocina es que remite a la pulsión más que a la necesidad de comer. Ahí no hay nada natural de lo contrario no tendría sentido una cocina. Lo que pasa ahí es desde el humano (demasiado humano) cocimiento de la comida hasta la condimentación. La verdad, no hayamos mejor ejemplo para hablar de esa frontera entre lo psíquico y lo somático que es la pulsión. Un filete es un trozo de carne preparado para comer tal y como una pulsión es una necesidad erotizada. Ahora vamos a des-comer, la cagamos y pedimos disculpas en el “escusado”. La pulsión oral comienza en el momento que eso que antes no era nada, las heces fecales, se convierten en material de desecho que tenemos que desaparecer. Es el lugar de nuestros mayores “pedos” y esfuerzos.

Ahora vayamos al lugar donde se dividen los niños de los hombres y “clavémonos” más con aquello que tiene un carácter fálico, la frontera entre el desecho (anal) y lo nutricio (oral), los triques. Imaginemos la siguiente escena de la vida cotidiana. Un buen día de vacaciones el ama de una casa les pide amorosamente a su hijo que “no ande de vaquetón y se ponga a recoger el pinche mugrero” que tienen en el cuarto. El chico comienza a reconocer el montículo de triques y cual pepenador, comienza a seleccionar aquello que se va y lo que se queda. Abre una caja llena de juguetes que parece colección de especímenes de un laboratorio de secundaria pública o espectáculo de lo grotesco de una feria popular. Muñecos que asemejan la última aventura cinematográfica de Chucky, tenis y ropa que darían pena a “María la del barrio”, libros enmohecidos, fotos dignas de documental de arte, entre otros objetos que se encuentran en la zona gris de lo inservible-inseparable. De ahí su aspecto fálico, eso que solo representa lo pulsional, que insiste en no irse y volver. Así, el ello es todo lugar en la casa donde se guarda las cochinadas, eso tan “de la casa” (Freud diría “heimlich”) que se vuelve “ominoso” (“unheimlich”), el cadáver en el ático, lo que sale del closet, lo sepultado en el jardín, eso que no se atreve a decir su nombre, porque esta reprimido o porque nunca lo tuvo. Así lo menciona Freud:

“Parece, es verdad, que la energía de esas mociones pulsionales se encuentra en otro estado que en los demás distritos anímicos, es movible y susceptible de descarga con ligereza mucho mayor, pues de lo contrario no se producirían esos desplazamientos y condensaciones que son característicos del ello y prescinden tan completamente de la cualidad de lo investido -en el yo lo llamaríamos una representación”.[15]

Otra comparación que recordamos es la siguiente de Lacan:

“Un depósito sí, si se quiere, eso es el Ello, e incluso una reserva, pero lo que allí se produce, de rogatoria o de denunciación misivas, viene de fuera, y si se amontona allí, es para dormir. Y aquí se disipa la opacidad del texto que enuncia del Ello que el silencio reina en él: en que no se trata de una metáfora, sino de una antítesis que ha de proseguirse en la relación del sujeto con el significante, que nos es expresamente designada como la pulsión de muerte.”” [16]

Para concluir por lo pronto, proponemos el siguiente plano arquitectónico del aparato psíquico casero. A continuación, dos imágenes que siguen la encomienda freudiana de “rectificar” el gráfico por él propuesto y una promesa: compartir cómo suplimos el ejemplo de los hermanos Marx con la serie “Friends”.


2009-02-26



[1] Freud, S. (1932) Nuevas Conferencias de introducción al Psicoanálisis. 31ª conferencia. La descomposición de la personalidad psíquica. Sigmund Freud Obras Completas. Amorrortu Editores. Vol. 22. Pág. 67.
[2] Freud, S. (1932) Conferencias de introducción al psicoanálisis. 18ª conferencia: La fijación al trauma, lo inconsciente. Sigmund Freud Obras Completas. Amorrortu Editores. Pág. 261.
[3] Finnes, S. (2006) The pervert’s guide to cinema. P guide.
[4] Estimado lector, espere nuestra próxima entrada intitulada “Pegan al Chavo: sobre el deseo de castigo en los niños”, aquí, en su blog de confianza.
[5] Hitchcock, A. (1960) Psycho. Universal Pictures.
[6] Finnes, S. Op. cit.
[7] Freud, S. (1923) El Yo y el Ello. Sigmund Freud Obras Completas. Amorrortu Editores. Pág. 27.
[8] Freud, S. (1932) Op. cit Pág. 70.
[9] Ibid
[10] Como dato curioso, esta idea de seguir al autor a través de la casa más que a los personajes nos recuerda al maravilloso tráiler de la película donde Alfred Hitchcock da un tour al espectador a través de la casa solo que el viaje no es como Žižek –planta baja-planta alta-sótano, sino planta baja, planta alta y terminamos en el motel, específicamente, en la regadera del baño de la cabaña 1 del motel Bates.
[11] Freud, S. (1932) Op.cit Pág. 73.
[12] En el texto de Amorrortu dice “pulsionado” que preferimos cambiar por “empujado” para devolver a la conjugación original de “trieb” su calidad de palabra de uso común en lugar de las intelectualizaciones clásicas.
[13] Freud, S. Ibíd.
[14] Freud, S. Ibíd.
[15] Freud, S. Ibíd.
[16] Lacan, J. (1966) Observación sobre el informe de Daniel Lagache: "Psicoanálisis y estructura de la personalidad". Escritos, tomo 2. Siglo veintiuno editores. Vigésima edición en español, 1999. Pág. 639.