viernes, septiembre 14, 2007

Una pesadilla en la calle Elm
¿Cómo puede ser realización de deseo una pesadilla?

Héctor Mendoza

Hace poco escuchaba un programa de radio de música comercial en la localidad. La amable y juvenil locutora menciona que el tema de ese día serán los sueños recurrentes, en especial, las pesadillas. Para abrir el programa menciona un tipo de sueño: soñar que se cae. Aclara que no se trata del “bonito sueño de volar sino de caer”, tan vívido, que hasta el cuerpo responde y “terminas moviendo los pies para no caerte”. Una radioescucha llama para compartir la experiencia y las explicaciones. Menciona que en repetidas ocasiones ha tenido ese tipo de sueño y que se ha puesto a investigar sobre el tema (en tiempos actuales, como bien lo muestra la locutora, significa buscar en Internet) y se ha encontrado con dos explicaciones, una científica y otra esotérica. La explicación de la ciencia es que el sueño tiene fases y el paso de una fase ligera a una más profunda provoca esa sensación de caer (en una reacción muy metafórica se mete o cae en la siguiente fase). La explicación esotérica es que durante el sueño el alma se desprende del cuerpo y viaja. Durante este desprendimiento el alma esta atada al cuerpo por un hilo de plata (o de oro) y en el momento que se está separando mucho el cuerpo la jala y tarda en regresar, en ese momento se produce la sensación. Más allá de criticar estas dos explicaciones conviene preguntarnos sobre el objeto que la provoca. Lo interesante es que tenemos en frente dos teorías que funcionan con criterio de verdad. Por un lado tenemos las neurociencias que hablan de las fases del sueño (ciclo de sueño-vigilia, ondas alpha, sueño MOR, etc) que claramente describen el funcionamiento del cuerpo, principalmente el cerebro, durante el dormir. Ese objeto “maquinaria perfecta” que es el cuerpo humano ahí está con sus fases, pero cuando entramos en el terreno de la interpretación de los “datos duros” entramos al terreno de la fantasía. Una figura del entrar-salir, primer piso-segundo piso, stage 1-stage 2 explica las imágenes del caer, sin advertir que ya introducimos una imagen cuando pusimos números y vimos límites en las fases como muro fronterizo, sin si quiera explicar el porqué del que no todas las veces que se pasan por esas “fases virtuales” se sueña con caer. Antes de proseguir se me puede acusar de no basar las explicaciones en un documento oficial sino en el decir de la radioescucha y su forma personal de explicación, sin embargo las argumentaciones son válidas desde el momento que al trasmitirlas se reducen a esta explicación popular además de que no difieren mucho de las explicaciones “serias”, siendo el objetivo de este escrito resaltar la verdad dentro de la fantasía, incluido el discurso científico, más que la verdad en la evidencia científica.

En la segunda explicación, la esotérica, la sensación de caer es entre nos remite a la vieja pregunta aristotélica respecto a la constitución de la materia, es decir, ese hilo que une al cuerpo (material) y al alma (inmaterial) ¿De qué está hecho? ¿A qué mundo pertenece? Más allá del presupuesto del soñante para que ese hilo sea de plata o de oro sabemos que estamos en el mundo de las metáforas (¿en algún momento nos hemos salido de él?). Así, cuando nos encontramos frente a dos fantasías de interpretación del fenómeno de la pesadilla del caer, más que negarlas, rescatemos el carácter que insiste, la relación entre un objeto (alma, estado de conciencia) y un movimiento de desplazamiento (fuera del cuerpo, cambio de etapa del dormir). Literalmente cambiemos de perspectiva “sin perder la vista de la bolita” y podremos reconocer en ese fenómeno la acción de la separación o el acercamiento.







En la imagen anterior se muestra ese cambio de perspectiva. Por lado tenemos la perspectiva de los ejes x y (columna de la izquierda). La primera posibilidad es la sensación del objeto que cae cuando se precipita hacia el vacío, sin embargo consideremos para su análisis la presencia de tres elementos: el objeto (figura), el espacio (fondo) y el vacío (la propia acción de desplazamiento). La segunda posibilidad corresponde a los sueños inversos al caer, sentir que el cuerpo se eleva y “parece que se fuera a perder”. Si cambiamos la perspectiva a la columna de la derecha vemos más claramente los tres elementos descritos. Mientras que en la primera posibilidad es el objeto se precipita al fondo, “cae en él”, en la segunda posibilidad el objeto se aleja del fondo, “se aparta de él”.

Antes de que el amable lector se sienta contrariado al leer estas líneas pacientemente hasta aquí sin estar el “regalo prometido” sobre la historia de Freddy Krueger le decimos que ya anda cerca y que este rodeo sobre la pesadilla de “caer” es solo para adentrarnos en su terreno, para entrar en su mundo. De hecho, ¡Freddy esta detrás de usted!

Empezamos a escuchar una música de fondo mientras unas niñas juegan a la cuerda. No es música de metal o de Marilyn Manson, no escuchamos cantos ocultos o voces graves y gritos. Lo que escuchamos son las voces de las inocentes pequeñas que cantan. “One… two… Freddy is coming for you” (“uno… dos… Freddy viene por ti”). Imaginemos por un momento que no estamos viendo el comienzo de “Pesadilla en la calle del infierno” (A Nigthmare on Elm Street. Director y guinista Wes Craven. New Line Cinema, 1984), sino que es una película infantil o un documental sobre rondas infantiles. ¿Qué tiene que estar haciendo esa ronda infantil en una película de terror? Muchas personas ya se asustan con esta canción infantil “demoníaca”. Como si el realizador hubiera tomado algo inocente (ronda infantil) y al introducirla en el mundo del miedo su efecto fuera más terrorífico por ser su opuesto. Sin embargo proponemos, siguiendo la línea psicoanalítica, que esa ronda infantil produce el efecto siniestro, ominoso, por el mismo mecanismo que Freud descubre en su artículo del mismo nombre, a saber, que lo siniestro se relaciona con lo familiar, solo que en su vertiente de excesivo. Así, la ronda infantil no es que no pertenezca a la película de terror sino que resulta terrorífica por su calidad de pertenecer demasiado.

Resulta interesante de la forma de trabajo de Sigmund Freud, más que lo que encontraba, el advertir donde lo encontraba. Uno de sus texto más importantes, Más allá del principio de placer, aborda un tema importante en la clínica de su tiempo, “las neurosis de guerra”[1], pero investigando en lugares aparentemente inadecuados. Los primeros capítulos aborda el tema desde la teoría hasta entonces utilizada, el principio de placer y su opuesto con la realidad. Luego, a mitad de capítulo II menciona:

“Ahora propongo abandonar el oscuro y árido tema de la neurosis traumática y estudiar el modo de trabajo del aparato anímico en una de sus prácticas normales más tempranas. Me refiero al juego infantil.”[2]

Acto seguido, comienza a relatarnos un juego de su nieto de un año y medio. El célebre juego del Fort-Da

“Este buen niño exhibía el hábito, molesto en ocasiones, de arrojar lejos de sí, a un rincón o debajo de una cama, etc., todos los pequeños objetos que hallaba a su alcance, de modo que no solía ser tarea fácil juntar sus juguetes. Y al hacerlo profería, con expresión de interés y satisfacción, un fuerte y prolongado «o-o-ci-o», que, según el juicio coincidente de la madre y de este observador, no era una interjección, sino que significaba «fort» {se fue}. Al fin caí en la cuenta de que se trataba de un juego y que el niño no hacía otro uso de sus juguetes que el de jugar a que «se iban». Un día hice la observación que corroboró mi punto de vista. El niño tenía un carretel de madera atado con un piolín. No se le ocurrió, por ejemplo, arrastrarlo tras sí por el piso para jugar al carrito, sino que con gran destreza arrojaba el carretel, al que sostenía por el piolín, tras la baranda de su cunita con mosquitero; el carretel desaparecía ahí dentro, el niño pronunciaba su significativo «o-o-o-o», y después, tirando del piolín, volvía a sacar el carretel de la cuna, saludando ahora su aparición con un amistoso «Da» (acá está}. Ese era, pues, el juego completo, el de desaparecer y volver. Las más de las veces sólo se había podido ver el primer acto, repetido por sí solo incansablemente en calidad de juego, aunque el mayor placer, sin ninguna duda, correspondía al segundo.”

El juego era el de “estar y no estar”, el “¿onta bebé?... ¡Aquí ta!” solo que jugado por el niño solo.

“Un día que la madre había estado ausente muchas horas, fue saludada, a su regreso con esta comunicación: « ¡Bebé o-o-o-o! »; primero esto resultó incomprensible, pero pronto se pudo comprobar que durante esa larga soledad el niño había encontrado un medio para hacerse desaparecer a sí mismo. Descubrió su imagen en el espejo del vestuario, que llegaba casi hasta el suelo, y luego le hurtó el cuerpo de manera tal que la imagen del espejo «se fue».”

En este tipo de desaparición del propio niño, de su propio cuerpo, nos brinda una mejor ilustración de que ese cuerpo del niño es un cuerpo que se percibe desde la mirada de la Madre, ese primer Otro. Para Freud la pregunta que se impone ¿Por qué revivir esa vivencia de la desaparición de la madre?

"Es imposible que la partida de la madre le resultara agradable, o aun indiferente. Entonces, ¿cómo se concilia con el principio de placer que repitiese en calidad de juego esta vivencia penosa para él?"

Este punto nos lleva a lo que esta en juego en el juego. Llegamos a las rondas infantiles. ¿Por qué rondamos alrededor de la película de Freddy Krueger? Resaltemos que la misma pregunta de Freud sobre la repetición de una vivencia traumática nos puede ayudar a contestar ¿por qué nos gustan las películas de terror? O, mejor aún, ¿por qué, si los sueños son realización de deseo inconsciente, pueden hacernos sufrir como las pesadillas?

Recordemos dos rondas infantiles que sabemos tienen variaciones pero hemos elegido estas formas ya que son las que se consideran más tradicionales.

“Doña Blanca:

NIÑOS: Doña Blanca esta cubierta de pilares de oro y plata, Romperemos un pilar para ver a Doña Blanca.
¿Quién es ese gigotillo que anda en pos de doña blanca? Yo soy ese gigotillo que anda en pos de Doña Blanca.
GIGOTILLO: ¿A dónde fue Doña Blanca? – NIÑOS: Se fue con su tía – GIGOTILLO: ¡Mal haya sea su sandía!

El Lobo

NIÑOS: Jugaremos en el bosque, mientras el lobo no está,
Porque si el lobo aparece, a todos nos comerá… ¿Lobo (lobito) estás ahí?
LOBO: ¡Me estoy despertando!”
[3]

Estas rondas o juegos infantiles consisten en la repetición de ese llamado - ¿A dónde fue doña Blanca?, Lobo, lobito ¿estás ahí? – que resulta en un goce de expectación. ¿Qué es la curiosidad sino es preguntarse por el Otro? Lo interesante de estas rondas es la segunda variación. En Doña Blanca es el gigotillo el que busca a doña Blanca y gran final es cuando rompe los pilares. La conquista del objeto podríamos decir, pero en la segunda variación el Lobo con L mayúscula es el que irrumpe en la escena. Cabe agregar que en estas rondas hay algo que no podemos registrar fácilmente con palabras, es la emoción que se produce en los niños. Después de la respuesta al “Lobo, lobito ¿estás ahí?” aparece la inquietud, las risas “nerviosas” de los niños. No son risas de un chiste, no son gritos de dolor, sino que estamos en esa emoción que es La Emoción.[4] ¿Por qué los niños van a jugar a ser perseguidos por el Lobo? Al estilo del libro de Dorothy Bloch “Para que la bruja no me coma”, la ronda se podría llamar “¡Para que el Lobo (no) nos coma!” A la manera del síntoma fóbico, de Histeria de Angustia, “Me gusta pero me asusta”, agregando, “y me asusta que me guste”.

“Freddy es el hombre de tus sueños”

¿Quién es ese que anda merodeando por lo sueños de los adolescentes de la calle Elm? ¿Quién es ese del sobrero, el suéter a rayas rojas y verdes con un guante con garras de metal en su mano derecha? La respuesta viene de voz de la madre:

Mamá: ¿Quieres saber quién fue Fred Krueger?... Fue un asqueroso asesino de niños que mató al menos 20 niños en el vecindario. Niños que todos conocíamos.
Nancy: ¡OH, mamá!
Mamá: Nos volvía locos cuando no sabíamos quién era, pero fue peor cuando lo atraparon.
Nancy: ¿Lo encerraron?
Mamá: Los abogados se enriquecieron y el juez se hizo famoso pero alguien olvidó firmar la orden de cateo en el lugar correcto y Krueger terminó libre fácilmente.
Nancy: ¿Qué hiciste, Madre?
Mamá: Un grupo de padres lo rastreamos después de que lo dejaron ir. Lo encontramos en un cuarto de una caldera abandonada donde solía llevarse a los niños…
Nancy: Continúa…
Mamá: Tomamos gasolina. La rociamos por todo el lugar e hicimos un camino hasta la puerta. Después encendimos todo el maldito lugar y lo vimos arder. Por eso ya no puede atraparte ahora. Está muerto, cariño, porque mami lo mató… Incluso me llevé sus cuchillas. Así que esta todo bien ahora. Puedes dormir.


Freddy y Madre están ligados directamente lo que lo convierte en la mejor expresión del Coco o el Viejo del Costal. Amable lector, si usted fue de esos niños que le hablaron del viejo del costal, el ropavejero, o el Coco le sugiero que para el análisis de esas figuras de pesadilla recordemos primero sus modus operanda y sus asociaciones delictuosas.

Oigamos lo que pregona el ropavejero, el viejo del costal, en la versión de Francisco Gabilondo Soler “Cri-Cri”:

“Botellas que vendan, zapatos usados, sombreros estropeados, pantalones remendados,
Cambio, vendo y compro por igual.
Chamacos malcriados, miedosos que vendan, y niños que acostumbren dar chillidos o gritar,
Cambio, vendo y compro por igual.
Papeles que vendan, periódicos viejos, tiliches chamuscados y verdejos cuatropeados,
Cambio, vendo y compro por igual.
Comadres chismosas, Cotorras latosas, y viejas regañonas ‘pa meter en mi costal.
Cambio, vendo y compro. Compro, vendo y cambio. Cambio, vendo y compro, por igual.”
[5]

Recordemos quién es el Coco:

“Duérmete mi hijito, duérmeteme ya
Porque viene el Coco y te comerá”


Antes de que se tome el teléfono y marque al DIF de su localidad para denunciar el terror psicológico de esas madres al cantar esas “amenazas” a lo inocentes pequeños tendremos que revisar que “está en juego”. En “Pesadilla en la calle del infierno” vemos esa tragedia que desemboca en un monstruo. Para continuar es necesario respetar las reglas de juego, así como las reglas de los sueños. La historia de Freddy Krueger, como película del género “Fantasía de terror” es una formación del inconsciente, es decir, el sueño donde Nancy es la protagonista. Ella interroga a su madre por sus pesadillas. La madre se confiesa ante su hija. ¿Por qué los padres del vecindario mataron a Krueger? ¿Qué es lo que falla que permite la aparición de un motín? La ley fracasa en algo. Nancy escucha de su madre como la ley no pudo contener a Krueger y tuvieron que “tomar en sus propias manos”; lo anterior resulta más interesante si recordamos que ese que falla es el padre, ya no solo por ser el representante de la ley según el psicoanálisis sino que es el trabajo del propio padre de Nancy en la película.

¿Quién es Freddy Krueger? O más bien ¿Qué es Freddy Krueger? Freddy, como el ropavejero es una manifestación del “lado oscuro de la luna”, el goce materno, su ley extrema sin ser mediada por la interdicción del padre. Cuando el “viejo del costal” de Cri-Cri pregona que se lleva “zapatos usados”, “niños malcriados” y “comadres chismosas” a quienes van dirigidas esas ofertas son a las madres. Como si una madre de familia que ama a su pequeño por un segundo pensara “Te quiero tanto mi hijito pero a veces ¡No te soporto!” Así, el Coco mismo es esta venganza materna de “¡Mira huerco[1] llorón! ¡Ya me quiero dormir! ¡Así que o te duermes o te como!” Como bien lo precisó Melanie Klein, existe entre mare e hijo una relación de introyección y proyección. El niño se identifica proyectivamente con la madre, así que el mismo asume en la fantasía que como el desea devorar a la madre ella lo desea por igual, lo cual no impide que la propia madre comparta esa fantasía. La Madre de Nancy es, como las madres de las películas de terror de adolescentes, sobre-protectoras.

Repasemos el cliché de la película de terror estilo Freddy Krueger o Jason de Viernes trece. Cuando sabemos de una película de este género nos encontramos en lugares comunes como lo evidenció otra película de Wes Craven “Scream: grita antes de morir”, cuyo título original era “Scary Movie”. Los lugares comunes son la chica protagonista virginal, el maniático asesino virtualmente indestructible y la atmósfera adolescente calenturienta. En Pesadilla en la calle del infierno lo vemos en los primeros en ser asesinados. Es de noche y Nancy y su novio se quedan en casa de una chica que ha soñado con Freddy. Sin embargo, sabemos que todos han estado soñando con Freddy. Engañan a sus padres y se quedan “solos en casa”. Finalmente, después de tener “sexo prematrimonial adolescentes” Freddy ataca. Esta situación común la encontramos en las otras dos grandes de esa época “Viernes 13” y “Halloween”. Estos asesinos son como madres sobre-protectoras que no toleran que los “niños se porten mal” y los castigan con una ley aplastante, la ley del Talión (“¿quieren penetraciones? ¡Yo les daré penetraciones!). Freddy, como el Coco o el viejo del costal, encarnan a ojos del niño la ira de la madre, el goce de la Madre con M mayúscula (¿Con M de La Mujer?). Así, estas películas de sexo, depravación y hormonas adolescentes se develan como las películas más conservadoras y ñoñas, donde el pecado es castigado hasta los huesos. El personaje del joven Johnny Deep lo dice cuando no es él quien está teniendo relaciones sexuales porque su novia es la virginal, “Morality sucks!”. De ahí que consideramos “la historia detrás de la historia” la película “Carrie: extraño presentimiento”.

En el libro “La pesadilla”, el psicoanalista Ernest Jones reconoce tres síntomas principales en la pesadilla de acuerdo a la literatura de la psiquiatría clásica y la literatura.

Estos síntomas son los siguientes:

La aparición durante el sueño de un miedo mortal
Una sensación de opresión que dificulta en forma alarmante la respiración
La convicción de una completa parálisis
[2]

Sin embargo, Jones, como esas primeras generaciones de freudianos, busca más allá de la literatura oficial y se remonta a las historias mitológicas y leyendas sobre esos terrores nocturnos. A Jones le llama de sobremanera la atención el hecho de que el soñante este paralizado, lo que a más uno puede recordar al tan conocido fenómeno de “se le subió el muerto”.

En tiempos actuales donde se privilegia la evidencia-imagen y se desecha la leyenda-relato las narraciones extraordinarias sobre los fantasmas, las visitaciones nocturnas o los muertos que se suben son opacados por los videos, psicofonías y demás registros de gadgets voyeristas. Cuando eso podrido está en y a través del relato, lo que explica en su manufactura “el proyecto de la Bruja de Blair”.

Jones hace su análisis como se hacía en tiempos de Freud, al estilo de la “talking cure”, es decir, un rastreo lingüístico. Nos recuerda las leyendas con relación a la pesadilla partiendo de la raíz etimológica. Antes, citemos el primer párrafo del libro de Jones:

“Ningún malestar o enfermedad, causante de una desazón mortal para quienes la sufren – ni siquiera el mareo -, ha sido enfocado con indiferencia tan complaciente como la que vamos a describir en el presente libro.”[3]

Después, más adentrado en el tema, Jones nos habla de eso que ocurre en la pesadilla buscando una palabra:

“El vocablo que mejor expresa el miedo que se produce en la pesadilla, así como en otros sueños desagradables, es Angst, puesto que denota la precisa combinación –intraducible a los idiomas habituales- de aprensión temerosa, terror pánico y angustia tremenda; terror y angustia que se concurren a conformar la sensación a que nos referimos.”[4]

En el rastreo del término, Jones encuentra que algunas de las teoría psiquiatritas clásica encuentran una relación entre la Angst sentida por el soñante y sensaciones voluptuosas.

“Desde hace mucho se sabe que hasta en las pesadillas más terroríficas el Angst tiene a menudo vestigios de un carácter voluptuoso. Esto, por su puesto, puede ser más fácilmente observado por sujetos capaces de una aguda introspección. Hace más de mil años que Paulus Aegineta escribió: «las personas que son víctimas del ataque padecen de una incapacidad de movimientos, una torpe sensación en su sueño, una sensación de asfixia y opresión mientras duermen, como si alguien los apretara de arriba abajo, imposibilitados de gritar o bien emitiendo sonidos inarticulados. Hay, entre otros, que se imaginan incluso que oyen a la persona que va a ejercer esa presión, ofreciéndoles una voluptuosa violencia, pero que huyen tan pronto la víctima intenta atraparlos entre sus dedos.»… La descripción que nos ofrece Delassus es igualmente inequívoca: «Una angustia inmensa oprime al sujeto, que siente aproximarse al íncubo o al súcubo. La garganta se oprime; se produce un comienzo de asfixia, al mismo tiempo que las mucosas son acariciadas por un temblor de voluptuosidad. Pareciera que un amante extraordinariamente experto lo envuelve, lo penetra, se refunde con él. El goce es en ese momento, alocado, el desgaste nervioso, terrible.»”

La forma como está dividido el libro de Jones nos habla de una forma de abordaje de temas desde el psicoanálisis. El libro está divido en cuatro partes. La primera habla sobre “Patología de las pesadillas”; la segunda lleva por nombre “Las relaciones entre las pesadillas y ciertas supersticiones medievales dedicando el capítulo III de esta parte para hablar de los “incubos e incubación”, es decir, apoyarse en la cultura popular y los datos clínicos. La tercera parte esta dedicada a “La yegua y la Mara: una contribución psicoanalítica a la etimología” y finaliza con una parte de conclusiones. Para no hacer de este breve escrito una trascripción completa del libro de Jones, y esperando que el amable lector se haga de una copia, sinteticémoslo en la imagen que incluye el libro al comienzo, a saber, una las pinturas más famosas con relación a la pesadilla: “Nightmare (1782) de J. H. Fuseli.

En ella podemos apreciar el resumen por parte del artista de las leyendas con relación a la pesadilla. Podemos ver al Incubo que presiona el pecho de la soñante que se le produce una sensación Angst, entre terror y voluptuosidad. Al fondo, una Mara de la cual nos dice Jones:

“La palabra pesadilla por si misma (Nightmare) viene del anglo-sajón neaht o nicht (night, noche) y mara (íncubo o súcubo) El sufijo anglosajón a significa factor o agente, de modo que mara, del verbo merran, quiere decir literalmente “un estrujador”, y la idea de un peso abrumador sobre el pecho es común en la palabras correspondientes de los lenguaje emparentados… Tanto el alemán como en el inglés estas palabras tuvieron desde muy temprano un significado predominantemente femenino, debido quizás a su semejanza con la otra palabra mara= bruja nocturna, y en ambos casos –en forma más completa en inglés- la correspondiente forma masculina ha caído en desuso… A partir del siglo IX la palabra Mähre-mare (yegua) ha sido usada en alemán para designar una prostituta, una mujer lasciva o bien –ocasionalmente- una mujer fea y vieja.”[5]

Con estas y otras descripciones, Jones llega a la conclusión psicoanalítica:

“La pesadilla es una forma de ataque de angustia, que se debe a un intenso conflicto psíquico que se centra en un componente reprimido del instinto psicosexual, esencialmente en relación con el incesto, y que puede ser provocado por todo estímulo periférico apto para despertar este conjunto de sensaciones reprimidas; pero la importancia que en tal sentido tiene estos estímulos periféricos como factores de la afección, ha sido muy sobrestimada.”[6]

Terminemos con citas de Freud con respecto a la pesadilla. Nuestra pregunta de inicio fue para Freud la que exigía mayor detenimiento. Recordemos que si Freud llega a la “vía regia al inconsciente”, a saber, el mundo de Freddy Krueger, fue por las pesadillas que le relataron las madres del psicoanálisis, sus pacientes histéricas. Desde “el acta de nacimiento del psicoanálisis” se evidencia este tema como la máxima expresión de la función del sueño:

“En realidad, los sueños de angustia parecen imposibilitar la generalización del enunciado basado en los ejemplos del capítulo anterior, según el cual el sueño es un cumplimiento de deseo, y aun le pondrían el marbete de absurdo… Es verdad que existen sueños cuyo contenido manifiesto es de índole más penosa. Pero, ¿alguna vez intentó alguien interpretar esos sueños para descubrir su contenido de pensamiento latente? Si no es así, ninguna de esas dos objeciones nos alcanzan; sigue siendo posible que también los sueños penosos y los de angustia se revelen, después de la interpretación, como cumplimientos de deseo.”[7]

Freud aborda el tema de los sueños de angustia desde una perspectiva lógica impecable que retomará años después en “Más allá del principio de placer”, ¿por qué si el sueño nos permite cualquier tipo de pensamiento este tiene que ser penoso?

“En el trabajo científico es a menudo ventajoso, cuando la solución de un problema depara dificultades, sumarle un segundo problema, tal como es más fácil cascar dos nueces una contra otra que por separado. Así, no nos plantearemos sólo la pregunta «¿Cómo pueden los sueños penosos y de angustia ser cumplimiento de deseos?», sino, autorizados por las elucidaciones sobre el sueño que ya llevamos hechas, también esta otra: «¿Por qué los sueños de contenido indiferente, que resultan ser de cumplimiento de deseos, no muestran sin disfraz este sentido suyo?». Considérese el sueño de la inyección de Irma, ya tratado por extenso; en modo alguno es de naturaleza penosa, y por la interpretación lo reconocimos como flagrante cumplimiento de deseo. Pero, ¿por qué requirió de interpretación? ¿Por qué el sueño no dice directamente su significado? De hecho, tampoco el sueño de la inyección de Irma daba a primera vista la impresión de que figurase un deseo del soñante como cumplido. Sin duda, el lector no habrá recibido esa impresión, pero ni aun yo lo sabía antes de emprender el análisis. Si a esta conducta del sueño necesitada de explicación la llamamos el «hecho de la desfiguración onírica», la segunda pregunta se nos plantea así: ¿A qué se debe esa desfiguración onírica?”

Freud llega a los sueños penosos o de angustia teniendo como ejemplos unos en particular, los sueños que lo llevaron al Edipo.

“También es instructivo estudiar la relación de estos sueños con los sueños de angustia. En los sueños sobre la muerte de personas queridas el deseo reprimido ha descubierto un camino que le permite sustraerse de la censura (y de la desfiguración condicionada por ella). Un fenómeno concomitante infaltable es, entonces, que se tengan en el sueño sentimientos doloridos. De igual modo, el sueño de angustia sólo sobreviene cuando la censura es avasallada por completo o en parte, y por otro lado el avasallamiento de la censura se facilita cuando la angustia ya está dada como sensación actual proveniente de fuentes somáticas. [Cf. págs. 247 y sigs.] Es patente, pues, la tendencia con que la censura desempeña su oficio y ejerce la desfiguración onírica; lo hace para preservar del desarrollo de angustia o de otras formas de afecto penoso.”[8]

Así, el sueño de angustia, pone en escena la función de la desfiguración onírica, podríamos decir, el aparato simbólico regulador de la angustia en los sueños. Los sueños edípicos le presentan a Freud el horror y, por los mismo, el deseo inconsciente al incesto. Como el final de la película “Tesis” del cineasta Alejandro Amenabar: una periodista del noticiero de la televisión nos advierte “las escenas que esta por ver son muy gráficas y violentas, sugerimos no la vean niños” acto seguido, se termina la película. Amenabar, muy a la Hitchcock o cual genio de “Aladino” es como si saliera al final y encarara al espectador diciendo “¿Qué querían ver morbosos?”.

Freud lo resume de esta manera.

“Ahora no nos resultará difícil llegar a una comprensión todavía mayor de los sueños de angustia… La observación es que los sueños de angustia a menudo tienen un contenido despojado de toda desfiguración; por así decir, se ha sustraído de la censura. El sueño de angustia es muchas veces un cumplimiento no disfrazado de deseo, no desde luego el de un deseo admisible, sino el de uno reprobado. La angustia desarrollada ha ocupado el lugar de la censura. Mientras que del sueño infantil puede enunciarse que es el cumplimiento franco de un deseo permitido, y del sueño desfigurado común, que es el cumplimiento disfrazado de un deseo reprimido, al sueño de angustia sólo le conviene esta fórmula: es el cumplimiento franco de un deseo reprimido.”[9]

De nueva cuenta, Freud utiliza el modelo del sueño infantil para hablar del sueño de angustia. “Pesadilla en la calle del Infierno” tiene un final interesante. Algunos consideran que Freddy gana. Sin embargo, pensemos que es una variación de un proceso de Nancy. Deja de ser un sueño de muerte de los amigos, del novio o de ella misma y termina con el final feliz adolescente: las parejas van en un mismo auto y madre se la lleva Freddy, tal como si fuera la popo que se va por la taza del baño. Nancy sepulta a la Madre del Edipo para pasar al padre. Terminamos con otra cita de Freud que nos permita en otra ocasión abordar otros fenómenos en los sueños donde el mecanismo simbólico completamente ha fallado:

“Lo mismo que es válido para los sueños de angustia no desfigurados, tenemos derecho a suponerlo también para los que han experimentado una cuota de desfiguración y para los otros sueños de displacer cuyas sensaciones penosas probablemente corresponden a aproximaciones a la angustia. El sueño de angustia es, por lo común, un sueño de despertar; solemos interrumpir el dormir antes de que el deseo reprimido del sueño haya impuesto, contra la censura, su cumplimiento pleno. En este caso el sueño ha fracasado en su cometido, pero no por eso se modifica su esencia. Hemos comparado al sueño con el guardián nocturno o con un guardián del dormir que quiere preservárnoslo. También el guardián nocturno se ve en la coyuntura de despertar al durmiente, a saber, cuando se siente demasiado débil para ahuyentar por sí solo la perturbación o el peligro. No obstante, muchas veces se logra seguir durmiendo aunque el sueño empiece a ponerse peliagudo y a volcarse a la angustia. Nos decimos, dormidos: «Esto no es más que un sueño», y seguimos durmiendo… Pero los mencionados sueños de los neuróticos traumáticos ya no pueden verse como cumplimiento de deseo; tampoco los sueños que se presentan en los psicoanálisis, y que nos devuelven el recuerdo de los traumas psíquicos de la infancia. Más bien obedecen a la compulsión de repetición, que en el análisis se apoya en el deseo (promovido ciertamente por la «sugestión») de convocar lo olvidado y reprimido. Así, no sería la función originaria del sueño eliminar, mediante el cumplimiento de deseo de las mociones perturbadoras, unos motivos capaces de interrumpir el dormir; sólo podría apropiarse de esa función después que el conjunto de la vida anímica aceptó el imperio del principio de placer. Si existe un «más allá del principio de placer», por obligada consecuencia habrá que admitir que hubo un tiempo anterior también a la tendencia del sueño al cumplimiento de deseo. Esto no contradice la función que adoptará más tarde. Pero, una vez admitida la excepción a esta tendencia, se plantea otra pregunta: ¿No son posibles aun fuera del análisis sueños de esta índole, que en interés de la ligazón psíquica de impresiones traumáticas obedecen a la compulsión de repetición? Ha de responderse enteramente por la afirmativa.”[10]



[1] Recordemos que esa expresión regiomontana para referirse al niño proviene de “orcus”, “demonio”.
[2] Jones, Ernest. La pesadilla. 1967. (Título original: On the nightmare”) Ediciones en castellano por Ediciones Horme S.A.E. Buenos Aires, Argentina.
[3] Jones. Op. Cit.
[4] Jones. Op. Cit. Pág. 22
[5] Jones, Ernest. Op. Cit.
[6] Jones. Op. Cit. Pág. 55
[7] Freud. Sigmund. La Interpretación de los sueños. (1900) La desfiguración onírica. Obras Completas de Sigmund Freud. Amorrortu editores. Tomo 4.
[8] Freud. Sigmund. La Interpretación de los sueños. (1900) Material y las fuentes del sueño. Sueños típicos. B) Los sueños de la muerte de personas queridas. Obras Completas de Sigmund Freud. Amorrortu editores. Tomo 4.
[9] Freud. Sigmund. Conferencias de introducción al psicoanálisis (1916-1917) Parte II, el sueño. 14 Conferencia. El cumplimiento de deseo. Obras Completas de Sigmund Freud. Amorrortu editores.
[10] Freud. Sigmund. Conferencias de introducción al psicoanálisis (1916-1917) Parte II, el sueño. 14 Conferencia. El cumplimiento de deseo. Obras Completas de Sigmund Freud. Amorrortu editores.
[11] Que bien sabemos que en nuestra comunidad, dichas figuras congenian en las más altas esferas y en las más puras conciencias.
[12] Freud, Sigmund. “El Yo y el Ello” 1924. Cap. 3 “El Yo y el Superyó”.

sábado, septiembre 01, 2007


Regalos en el análisis_Análisis de regalos

Héctor Mendoza

Un día llega una analizante a su sesión con una pregunta ¿Esta mal si te quiero regalar algo? En ese instante repara al recordar que han sido ya otras ocasiones donde ha llevado regalos al analista. Se le contesta “¿Por qué estaría mal?” A lo que añade, “¡Bueno, se me hace que un regalo siempre es muy… intrusivo!” Este regalo que ya trae la analizante, puesto que el solo preguntarlo ya es intrusito nos invita a preguntarnos ¿Qué tiene el regalo en si mismo que sea un intruso? Nos gusta la palabra ya que hace relación con cierto objeto invasor, entro-metido, un alien en eso que se regala. Ese alien, ese “autre”, ese Gran Otro o pequeño otro que esta implicado y constituye al sujeto. El obsequio[1], el regalo, es uno de esos gestos que iluminan al analista sobre la dimensión del discurso y lo que Freud resaltaba como lo más importante del análisis, la transferencia. Dar y recibir un regalo, establece una relación al fin y al cabo, “lo que importa no es el objeto sino la intención”, a lo que podemos añadir ¿Y cuál es esa intención?

Pensemos en una escena para jugar con la noción de la intención. Dos mujeres están conversando. Una de ellas le platica a su “amigui” lo que sucedió el día anterior con su pareja mientras hablaban por teléfono “Entonces empezamos a pelearnos por lo de siempre, ya sabes, y le dije: ¡Voy a colgar y no quiero que me hables! ¡¿Y sabes que hizo el muy imbécil?! ¡¡No me habló!!” Imaginemos que la amiga de esta mujer es un tanto lenta o de una capacidad especial-mente baja y se queda contrariada con lo que acaba de escuchar. Finalmente le pregunta a su amiga “¿Pero por qué te molestas si tu misma le dijiste que no te hablara? ¿Cuál era tu intención? ¿Querías o no querías que te hablara?” Al escuchar estas preguntas ingenuas la amiga del inicio se da cuenta que tiene que instruir a su “amigui” en algunas cosas del amor y le dice “Aquí no importa lo que yo quiero, sino me importa ¡qué quiere él de mi!, ¡¿Por qué no nació de él la intención de hablarme?! Este ejemplo por más extraño y simple que parezca a primera ojeada nos lleva a los recovecos, el difícil arte, de los gestos amorosos, el regalo como uno de ellos. La intención que cuenta en el regalo es “eso que soy en la mirada del otro”, esa clase de molestia que soy en el otro.

La intención es la provocación de eso que ves en mí que es más que mi mismo. La pregunta hacia el Otro que propone Lacan “¿Qué me quieres?” puede ser leída en otra manera:

“Por esta razón, el ‘Che vuoi? de Lacan no pregunta simplemente: ¿Qué me quieres? Sino: ¿Qué te molesta?, ¿Tu qué traes? (What’s bugging you?, otra posibilidad es la expresión “Y a ti ¿qué mosca te picó?) ¿Qué hay en ti que te hace tan insoportable no solo para nosotros, sino para ti mismo, que obviamente tu mismo no puedes controlar?”[2].

¿A que viene esta relación con la molestia? A una frase encantadora del juego de regalos. A una persona se le da un regalo y le puede decir al re-galante: “¿No te hubieras molestado?” Y secretamente pensar “¡Pero que bueno que lo hiciste!” Es importante pensar en esto en tiempos del acoso y las víctimas ya que bien podemos llegar al punto de reconocer un cierto tipo de violencia en un regalo y siempre imaginar que obtendremos, como si viviéramos en la aldea de los Pitufos, “una sorpresita”.

Sigamos las pistas del regalo y veamos a donde más nos lleva. Cierto es que dependiendo de esa forma de relación del sujeto con el Otro y su goce, será esa relación con los regalos. Si está en términos fálicos, las maneras de las neurosis se despliegan.

El objeto a (pequeño a) no es un objeto del mundo. No representable como tal, no puede ser identificado sino bajo la forma de «esquirlas» [«éclats»: esquirlas, fragmentos brillantes, brillos) parciales del cuerpo, reducibles a cuatro: el objeto de la succión (seno), el objeto de la excreción (heces), la voz y la mirada… El objeto a no es por lo tanto la cosa. Viene en su lugar y toma de ella a veces una parte de horror. A ejemplo de la placenta, es algo común tanto al sujeto como al Otro, que vale para ambos como «semblante» en un linaje (metonimia) cuyo punto de perspectiva es el falo (lo que Freud había revelado en las equivalencias «en las producciones del inconsciente entre los conceptos de excrementos -dinero, regalo-, hijo y pene»). Se convierte así en el objeto fálico dentro de la fantasía que hace habitable lo real.[3]

Dinero, regalo, hijo, pene; equivalentes inconscientes pero ¿de qué? De eso que circula en la relación con el Otro. A veces se olvida que antes de la etapa Anal del desarrollo psicosexual propuesto por los post-freudianos, pensada de forma clásica alrededor de los 2 años del niño, el pequeño ya defecaba. Entonces ¿por qué no era excitada esa zona erógena, o esa función excrementicia? Por que no era nada para nadie. En el momento que la mirada de la madre se posa en esa acción y en sus evacuaciones eso es un regalo. “Si me amas, ¡caga aquí!” puede decir la madre entrenadora.

“Dime qué regalas y… ya sabes el resto”

En el momento de dar el regalo encontramos estamos en presencia de dos objetos. Por un lado tenemos al regalo en si y por el otro el objeto que tiene la acción de regalar (“¿Qué objeto tiene regalar un objeto?”). Atendamos es te bello ejemplo:

“Según una anécdota antropológica bien conocida, hay supuestos primitivos a los cuales se les atribuye ciertas creencias supersticiosas (como, por ejemplo, que las tribus descendían de un animal, de un ave o de un pez). Cuando se le pregunta directamente al sujeto, este responde: “No, por supuesto, nosotros no lo creemos, nosotros no somos tan ingenuos; pero algunos de nuestros ancestros aparentaban y creían efectivamente...” Ellos desplazan inmediatamente sus creencias, las transfieren sobre otros. ¿Y nosotros, no actuamos de la misma forma con nuestros niños? Nosotros nos sometemos al rito de Santa Claus, por ejemplo, porque ellos creen (se supone que creen) y que nosotros no queremos decepcionarlos. Los niños, ellos mismos, pretenden creer para obtener los regalos y no decepcionar a sus padres. Esto muestra una necesidad de encontrar algún otro que “crea verdaderamente”. ¿No es esto lo que nos empuja a tachar al otro de “fundamentalista” (religioso o étnico)? Extrañamente, la creencia parece siempre funcionar bajo la forma de una semejante “creencia a distancia”.”[4]

En este ejemplo vemos esos dos tipos de objetos en el regalo. Por un lado esta ese “regalo prometido” que es el presente de navidad. Por el otro, el juego de miradas de las creencias y de no decepcionar. Por un lado tenemos ese objeto imaginario que desde la fantasía responde al enigma del deseo del Otro, el falo y por el otro, esa distancia real, imposible de simbolizar, inherente al encuentro con la demanda y el propio deseo de desear, el objeto a, ese que causa el deseo y no es objetivable sino que produce objetos por si mismo.

En el otro costado del título de este escrito hablamos del análisis, ahora va la razón oculta. Un lugar, un síntoma, un gesto transferencial son los regalos, ¿Cómo se relaciona a la neurosis? Es bien sabido que lo más simple es lo más difícil de definir, Paul Verhaeghe, advertido de esto, se arriesga a dar una definición de Neurosis:

“¿Qué es un a neurosis? La simple pregunta es difícil de contestar, esencialmente debido a la constante evolución de la teoría de Freud. Una de las principales razones de estos cambios es precisamente el descubrimiento de la neurosis obsesiva en combinación con la perpetua discusión sobre la pulsión. Presentó a continuación, mi conclusión al respecto. La neurosis es una forma de elaborar la pulsión adscribiéndola en el Otro. La Histeria se relaciona completamente con el falo oral y la pulsión Eros; la neurosis obsesiva se ocupa obstinadamente del falo anal y la pulsión de muerte.”[5]

Llegamos a dos formas neuróticas, ¡claro que existen más!, de la relación con el objeto del regalo. Por un lado tenemos la forma histérica que sabe muy bien la función del regalo. Muy al estilo Dora, la esencia del regalo histérico es la cajita en carnación del “falo oral y la pulsión Eros”. Hace poco una analizante planeaba el regalo para su amado con quien vive una separación. “Una caja con unas cartas y dos cajetillas vacías de cigarros, una de las que fuma él y otra de las fumo yo”. ¿No da la sensación de esas cajas que dentro hay otra caja y dentro otra caja más chica? Casi podemos escuchar de fondo a un pequeño gansito diciendo “¡Recuérdame!” Lo genial de ese tipo de regalo es que introduce algo ha ser llenado, como una boca que pide más, un faloral. Al mismo tiempo, podemos pensar en la frase de la pobre de Eco (cuya figura actual es la voz en la caverna) que le imploraba a Narciso el reclamo de la pulsión Eros “Unámonos”. Lo complicado de un regalo como este es que establece una relación de separación, es decir, al regalar esas cartas y esos vacíos se presenta la ausencia entre ellos como en los altares de muertos donde se mantiene muerto al muerto y simultáneamente es un invitación a, a la Dora, “Y si quieres, puedes venir”.
Otro ejemplo que se nos ocurre es una prueba más de lo hermoso del lenguaje. Nos referimos a la trampa sin salida cuando alguien nos pregunta: “¿Puedo hacerle una pregunta?” Quitemos la red de protección, el caso y las rodilleras y añadimos “¿Puedo hacerle una pregunta indiscreta?” ¡Qué campo tan maravilloso es el lenguaje que se puede hacer pedir permiso de hacer algo que ya se está haciendo sin permiso! La presentación sumisa del discurso histérico, su “volverse un objeto” víctima del amo, su habla activamente-pasiva, es arrodillarlo para reconocer el deseo como insatisfecho por el Otro. Obviamente, el problema de esta dialéctica es el reconocimiento de que en el mismo dar hay una petición además de una provocación, lo que finalmente distorsiona la figura de la víctima.

“Esto quiere decir que las metáforas del don aquí son tan sólo metáforas. Y como es de sobra evidente, él no da nada. La mujer tampoco. Sin embargo, el símbolo del don es esencial en la relación con el Otro; es el acto supremo, se dice, e incluso el acto social total. Aquí, precisamente, nuestra experiencia siempre nos hizo palpar que la metáfora del don está tomada de la esfera anal. Hace tiempo se observó que en el niño el escíbalo — para comenzar a hablar con mayor educación— es el regalo por esencia, el don del amor.”[6]

Otra analizante comentaba la repulsión que le producía una celebración como el 14 de febrero “el día del amor y la amistad”. Mencionaba que le parecía un exceso de cursilerías. Sostiene lo estúpido de esa celebración en racionalizaciones ciertas como “es solo para vender cosas”, “creación de los comerciantes”, y termina con una sentencia “A mi solo me gusta regalar en otro día, cuando me nace y no cuando se supone que lo tengo que hacer”. Lo interesante de estas afirmaciones, por demás no ajenas a un gran sector de la población, es esta relación opuesta al caso descrito más arriba. Mientras que en quien regala la caja, el dar el regalo es una provocación al Otro (el faloral), en este caso el dar el regalo es una provocación en ella misma, el carácter de excesivo (“¿quizá me la bañé?”) revela su forma de falo-anal. La analizante se percibe como obligada a dar y lo reserva cuando no tenga esa obligación. Podríamos decir, de entrada se siente demasiado provocativa para otra provocación. Este es el exceso de cercanía y actividad que distingue a la neurosis obsesiva.

El obsesivo se relaciona con un falo que está demasiado ahí, como las heces fecales, como unos mocos que no se sabe donde embarrarlos. Por esto, son culos para los regalos, buscan dar un seguro, que ni le sobre ni le falte. Así, dan los únicos regalos perfectos que por serlo pierden su chiste de regalos: regalan dinero o exactamente lo que quiere la persona (“escoge de este catálogo tu regalo”).

Siguiendo el juego de las diferencias, Jacques Lacan lo aborda de esta manera en su clase del18 de Junio de 1958:

“El mundo se abre a la histérica por esta pregunta sobre su deseo, un mundo de identificaciones que la pone en una cierta relación con la máscara, con todo lo que puede de cualquier manera fijar, simbolizar según un cierto tipo, esta pregunta sobre el deseo emparentada con la histeria, digamos allí, del llamado a los histéricos como tales. Por ello ha quedado identificada a una suerte de máscara general bajo la que se agitan todos los modos posibles de la falta…La relación del obsesivo a su deseo esta sometida a eso que conocemos gracias a Freud, a saber el rol precoz que juega eso que se llama Entbindung, desunión de las pulsiones, aislamiento de algo que se llama destrucción. Es en tanto que el primer abordaje del deseo del sujeto obsesivo, como para todo sujeto, ha sido el aporte del deseo del Otro y que este ha sido primero destruido, anulado…Cuando tengan a mano obsesivos sabrán que es un trazo esencial de su condición, de su estructura, que no sólo su propio deseo baja, parpadea, vacila y se desvanece a medida que se acerca, llevando la marca de esto: que primero el deseo ha sido abordado como algo que se destruye, porque primero la reacción de deseo del otro se presento como rivalidad. Como algo que de inmediato ha llevado la marca en la cual el se opone con el estilo de la reacción de destrucción que es subyacente en la relación del sujeto a la imagen del otro como tal en tanto lo desposee y lo arruina. Esta marca que queda en el abordaje del deseo por el obsesivo, hace que toda aproximación lo haga desvanecer.”[7]

Los objetos que se ofrecen al Otro son diferentes y así su presentación exige resaltar esa diferencia. Verhaeghe resalta esta diferencia en las formulas lacanianas que explica de esta manera:

“La formula de Lacan sobre la fantasía básica histérica ejemplifica la relación del histérico con el Otro:

El sujeto histérico se identifica con la falta fálica ((a)/-j) del Otro (A), para lograr así la unión con Otro completo y cancelar la separación. Esto explica lo que apunta Lacan: el Otro es completado por el sujeto histérico

…Esta metonimia es expresada por la formula de Lacan de la fantasía básica del obsesivo:
El sujeto obsesivo presenta al otro (A) un objeto siempre cambiante de carácter fálico-anal (j (a. a’. a’’, a’’’,…), para mantenerlo a distancia…
En mi experiencia, la neurosis obsesiva puede ser diagnosticada por teléfono, es una estructura subjetiva que se vuelve literalmente audible. La obsesiva habla con estilo entrecortado, cada palabra, cada sílaba es pronunciada, seguida de una pausa – el aislamiento es utilizado en el mismo nivel del lenguaje. A nivel del contenido, el obsesivo no puede llegar al punto, se expande de forma infinita, el estilo metonímico excluye toda posible conclusión.”.
[8]

Encontrando diferencias en las formulas los regalos cambian. Mientras el faloral es una sola (a) que descubre un j en negativo, el faloanal es ese j en positivo que invoca una serie de (a)’s como eso que nunca esta del todo perfecto. La Otra diferencia es ese Otro. Mientras que en la histeria esta completo, en lo obsesivo esta incompleto que bien podrá verse en las formas de la demanda del regalo en si. Así, el histérico es como si confiara que el Otro sabrá que regalarle por lo que se le presenta demandante (“Vamos, yo sé que tu puedes adivinar lo que quiero”), el obsesivo no quiere creer en el Otro por lo que se le adelanta para no hacer evidente su impotencia (“Para qué te lo pido si no me lo vas a poder dar”). Terminamos esta ronda de diferencias de la forma más vulgar posible: mientras que el histérico regala “puras mamadas”, el obsesivo “pura mierda, culencias o cagadas”.

Por último, ¿puede el analista dar regalos? En el libro de Paul Rozen “Cómo trabajaba Freud” se relata lo siguiente a propósito del análisis que la doctora Edith Jackson realizó con Freud:

“Una vez Freud le dio a la doctora Jackson una fotografía suya sin que ella recordára habérselo solicitado. Cuando le pidió que le firmara el dorso de la foto, él le dijo bromeando: “Ahora vale mil dólares”. Porque eso es lo que pensaba de los norteamericanos, que iban detrás del dinero; y cuando quería “provocar”, decía que a él sólo le interesaba el dinero.” [9]

Paul Roazen resalta que el hecho es inusual pero no por el regalo, sino por la foto ya que fueron varias las pacientes que mencionaban haber recibido de su analista un regalo siendo el más común un anillo diseñado por él mismo o de su colección de antigüedades. Lo interesante del caso es cuando unas cuantas páginas atrás, la doctora Jackson le comenta a Roazen:

“Había tenido una “transferencia paterna” inmediata y positiva con Freud a raíz de una foto suya que pudo haber visto antes de abandonar Estado Unidos en la película de Mark Bruswick”.[10]

En ciertos casos, Freud brinda al paciente la posibilidad de que se lleve algo de lo que él ponía en juego en su consultorio.

Terminemos mencionando uno de los regalos más interesantes en la historia del Psicoanálisis, el bebé de Breuer:

“De repente ella empezó a moverse en la cama, quejándose por algún gran dolor. Y de sus labios salieron estas palabras, “¡Ahora esta por llegar el bebé del doctor Breuer! ¡Ya viene!” Mientras se retorcía por la labor de parto.
Breuer sintió un pánico extraño, nunca le había pasado algo así y no lo podía entender. Ni una sola ocasión durante los 18 meses pasados había hablado de sexo, nunca había mencionado haberse enamorado de algún hombre, mucho menos de él. Aunque le había sorprendido que ella nunca hablara de amor. Ella parecía exageradamente no desarrollada en el plano sexual a pesar de lo atractiva que era, su encanto, y capacidad para la pasión. ¿Cómo había imaginado que había sido embarazada por el y alucinado que estaba por dar a luz a su hijo? Era una idea alarmante.”
[11]


PD: Gracias a los analizantes que hicieron posible este escrito.

[1] Ofrenda, cesión, legado, homenaje, etc.

[2] Žižek, Slavoj. How to read Lacan. Página 43

[3] Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama

[4] Zizek, S. El sujeto interpasivo. (1998) Título original: Le sujet interpassif. http://www2.centrepompidou.fr/traverses/numero3/textes/zizek.html y http://www.lacan.com/zizek-pompidou2.htm

[5] Verheaghe, Paul. Beyond Gender. From subjetc to drive. (2001) Other Press. New York. Págs. 147-163. Obssesional neurosis: the quest for isolation. Artículo presentado en conferencia APW (Universidad de Albania, Mayo 2001) Traducción por Héctor Mendoza.

[6] Lacan, J.El Seminario de Jacques Lacan. LIBRO 10. LA ANGUSTIA. Clase 23. 19-06-63. Editorial Paidos.

[7] Lacan. J. El Seminario de Jacques Lacan. LIBRO 5 LAS FORMACIONES DEL INCONSCIENTE. Clase 27. Los Circuitos del Deseo. Del 18 de Junio de 1958. Editorial Paidos.

[8] Verheaghe, Paul. (2001) Op. Cit.

[9] Roazen, P. Cómo trabajaba Freud. Comentarios directos de sus pacientes. (1998) Ediciones Paidos Ibérica, S.A. Buenos Aires. Pag. 126.

[10] Roazen, P. (1998) Op. Cit. Pag. 124.

[11] Freeman, L. The store of Anna O. The woman who led Freud to psychoanalysis. (1972) Jason Aronson Inc. Northvale, New Jersey, London. Pag. 56. Traducción Héctor Mendoza.