sábado, julio 08, 2006


¿Qué es lo que las mujeres hacen mejor?
Por Héctor Mendoza

Hace unos días me invitaron a una obra de teatro llamada “Ellas lo hacen mejor”[1]. Dicho título provocó en mí una doble reacción. Por una parte, me preocupaba que la obra solo tratara la típica “guerra de los sexos” y que solo se sostuviera el estandarte feminoide “contra ellos”. Por otro lado, además de la invitación, me llamaba el título a repensar el problema de la mujer y su hacer, ya que dos frases recordaba con ese “lo hacen mejor”, dichas frases mencionadas por el psicoanalista Jacques Lacan en una conferencia sobre “el síntoma”: “La Mujer no existe” y “las mujeres analistas son las mejores. Son mejores que el hombre analista”. Al terminar la obra quedé sorprendido y me pareció haber visto una rendija por la cual se puede salir del atolladero de “la lucha de los sexos” que el discurso políticamente correcto propone. La salida se encuentra en el mismo lugar donde Freud inventó el psicoanálisis, en las palabras de las mujeres.

Resalta de la obra su estructura de monologo. ¿A qué invita un monólogo? A que la audiencia se involucre, que la cuarta pared se desmorone y seamos involucrados. La anécdota es relativamente sencilla. La protagonista es una psicóloga, Teresa, impartiendo un taller de superación profesional. En el transcurso del taller, la protagonista lo aborda de la mejor manera, dando cuenta de que no es experta en el tema ya que habla de sus errores, comienza a hablar de su vida. El taller se vuelve una sesión terapéutica para la propia protagonista. Sus gritos, desesperación, risa y llanto nos hablan de una mujer y su drama, haciendo hincapié en la sociedad machista como la culpable de mucho de su sufrimiento. Algo que brilla por su ausencia son los temas de la equidad legal, laboral y económica lo que coloca la tragedia de la protagonista en una dimensión que nos permite abordar mejor el drama actual que por reduccionismo se mete en el saco de la “violencia contra la mujer”. El taller se transforma en los problemas amorosos de la mujer, de esta mujer que nos habla.

La obra comienza con la protagonista diciendo que es un hombre. La propuesta es encantadora. Menciona que es un hombre porque “así será tomado en cuenta lo que dice ya que en el mundo machista lo que dicen las mujeres no importa, sin embargo lo que dice un hombre siempre es tomado en serio por su propia condición de hombre”.

Desde el psicoanálisis esta artimaña de “transformarse” en hombre resulta familiar. Si pensamos en las histéricas (hombres y mujeres) que atendió Freud encontramos este “ser el hombre” para la expresión de los síntomas. No estamos diciendo que se hagan conviertan en hombre sino todo lo contrario, que la forma de la feminidad pasa por la masculinidad, se cree que el deseo es saciado haciendo lo que los hombres hacen ante el supuesto que ellos lo hacen por ellas, por lo que es en ellas más que ellas mismas. En ese sentido el machismo se reduce a la frase de una madre diciéndole a su hija “Mi hijita, los hombres solo quieren aquellito” (o a la Freud llamándole al gato, gato).

Cuando creemos que se atiende aquello que los hombres dicen nos quedamos atrapados en el machismo ultranza, “todos los hombres son iguales”. Podríamos pensar que el mismo hombre que cree en lo que dice se altera en si mismo, se atiende y no se escucha.

¿De donde proviene esta creencia en el hombre? ¿De donde viene esta desconfianza en la mujer? Fácilmente podríamos decir que el machismo tiene la culpa y traer a colación la gran cantidad de estudios sociológicos, médicos y filosóficos que habla al respecto, podríamos llegar a las cifras de las muertas de Juárez y la violencia intrafamiliar como signos que apoyen una tesis que cae en un círculo vicioso ideológico. Vayamos mejor al discurso directo, vayamos a la obra.

¿Qué hacen ellas mejor? Hablar, quejarse, demandar. Escribo esto con la mayor cautela posible porque el tema esta tan manoseado que inmediatamente se encuentra una valoración en absolutos estilo “¡ah! ¡Claro! ¡Como es hombre dice eso!” La intolerancia se hace presente cuando no se puede ver más que el sexo que se supone. La forma de desatollarse es reconociendo la fisura del modelo. Al mismo Lacan le preguntaron “¿las mujeres son mejores analistas?, ¿mejores en qué? ¿Mejores cómo?” A lo que respondió “Las mujeres se adentran y lo hacen con un sentimiento muy directo de qué es el bebé en el hombre. Para los hombres es necesario un duro quiebre.” ¿A cuál duro quiebre se refiere Lacan? Podríamos jugar con la noción del falo y la mejor forma de acercarnos al problema es con lo mismo que nos convocó, “lo hacen mejor”.

Hagamos hincapié en el hecho de que en la frase “lo hacen mejor” lo que se pone en juego es la potencia. ¿Quién hace mejor el amor? ¿El hombre o la mujer? Solo el hombre podríamos decir, ya que con relación a la potencia solo los hombres se dividen en potentes e impotentes. “Él lo hace mejor”. Sin embargo, no estamos diciendo con esto que las mujeres lo hacen peor, sino que ellas no-lo hacen mejor. Frente al desempeño en el acto sexual (jugamos con la insinuación sexual de la frase “lo hicieron”, que sin ninguna otra explicación se puede asumir la función fálica) la potencia de la mujer no esta presente, ella entra al goce sexual no-toda, no-toda fálica. Al ubicarse en el lenguaje como pasiva-se le hace-pasional no hay nada que probar. Resulta interesante desde esta óptica los dos más grandes problemas sexuales en una sociedad como la nuestra: impotencia y anorgasmia. En las sociedades posthumanas donde la equidad es un hecho y el machismo ha sido erradicado distribuye estos problemas sexuales de manera inversa, las mujeres cogen como hombres y los hombres como mujeres, por lo que “ya no hay hombres como los de antes”.

Amor y sexo se entrelazan, no se mezclan, ni hacen relación, se ofertan y se demandan. El psicoanálisis ha sido de esas pocas disciplinas donde el amor es un tema de interés, donde no se le teme o cuantifica, o se propone un “amor inteligente”, sino se aborda desde su dimensión de ilusión, de ficción real, de puesta en escena, y, así, ya volvimos al teatro.

En la obra, Teresa comienza hablando de la primera relación con un hombre y fue su padre. El era “un artista” aunque para él, ella era “solo un estorbo y nunca recibió una palabra de cariño o reconocimiento”. Después explica que esa relación la marcó debido a lo descubierto por Freud, a saber, el Complejo de Electra. Bien sabemos que Freud nunca estuvo de acuerdo con el término, ¿por qué? La denominación pondría en equivalencia la vida amorosa del niño y el de la niña, “los nenes con las nenas y las nenas con los nenes”, los niños y su Edipo y las niñas y su Electra. La precisión Freudiana es en el punto inicial. ¿Cuál es el primer objeto de amor? La Madre con los niños, y después no encontró razón para pensar que fuera diferente con la niña. El amor empieza por la vía de la Madre en ambos casos, por lo que en la niña no existirá el complejo de Electra sino un Edipo femenino. Desde un inicio el trance de devenir mujer es un camino que se distingue por un detalle, buscar un objeto no-todo.

Al que me llamó la atención en unos comentarios después de la obra fue que se resaltaba el hecho de que la obra fue escrita por un hombre y dirigida por un hombre. La precisión que me parece pertinente es que la escribió un escritor y la dirigió un director, donde la función supera el género. Podríamos pensar que influye en ese decir el que sea hombre o mujer lo cual es cierto, sin embargo esos supuestos se aplican a cualquier sujeto. Es decir, cuando el escritor se reconoce como hombre toma un objeto supuesto que también puede percibir una mujer, cuando habla en la obra una mujer, el supuesto también opera. Con todas las letras, ahí, habla una mujer, se mueve una mujer y actúa una mujer.

El final de la obra me parece digno de resaltar y es el encuentro con la Otra Mujer. Muy edípicamente (el de Sófocles) el flash back de Teresa la lleva con su madre justamente al ser madre en ella misma. ¿Por qué Freud menciona como única salida de la mujer ante la envidia del pene el ser madre? Podríamos ser ingenuos y leer “envidia del pene” como “las mujeres quieren un pene”, en lo que pondríamos demasiada atención al pene y no a la envidia. La envidia no se calma cuando decimos lo que queremos y nos lo dan. La envidia (de la mala por que la otra es peor ya que es una mentira defensiva) nos construye como sujetos, el objeto nos edifica cuando nos hace ojitos. La envidia no necesariamente será de la mujer hacia el hombre sino establecerá los tres elementos básicos de la relación de objeto: La madre-el falo-el niño.

Envidia del pene en la mujer, angustia de castración en el hombre serán los posibles intentos de solución neuróticos que Freud designará en el sepultamiento del complejo de Edipo. De ahí que lo que se haga en el sendero de aliviar la envidia, el propio envidiar, siempre llevará al hacer, al crear y la expresión del amor, amor de ser amada. Mientras que el amor del costado de los hombres se ubicará en el sendero de la potencia.

Ellas lo hacen mejor por que lo no-hacen, no deben hacerlo y eso hace que se brille. En el psicoanálisis, para su práctica, eso cuesta trabajo al hombre ya que se juega en la posición del objeto causa de deseo, no en el objeto de la vulgar potencia.

Si una cosa queda clara en la obra es que los “consejos” que da la protagonista se aplican solo a ella y su vida. De tal forma que solo la envidia del espectador, la histerización y el hacer algo con ello provoquen el cambio cuando alguien en la audiencia se diga “¿por qué no soy como ella?”

[1] "Las mujeres lo hacemos mejor" De: Roberto Ramos Perea Dirección: Alejandro Alonso Actúa: Claudia Abrego. Sinopsis: ** ¿Y… qué es lo que hacemos mejor?... TODO. Con una alta dosis de humor e ironía, esta obra lleva al escenario la problemática sobre la identidad femenina. Claudia Abrego interpreta a Teresa… Ella es psicóloga, esposa, amante, madre, pero sobretodo MUJER.

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