Hannibal pierde su Perfume
Sobre la relación entre la perversión y el psicoanálisis
El psicoanálisis es una práctica marginal en el campo social aunque su objeto pueda definirse como la esencia misma del lazo social. El psicoanálisis no es ni una forma de medicina (más concretamente, no lo es de la psiquiatría) ni una excrescencia de la psicología (no se puede clasificar entre las psicoterapias). Ni ciencia ni arte, aunque tenga la ambición decidida de establecer un saber sobre la faz más secreta del ser humano. Aunque la práctica cotidiana suponga una buena dosis de inspiración, el psicoanálisis es la única experiencia que permite acceder no al psiquismo, sino al inconsciente, es decir al deseo más fundamental que dirige la subjetividad de un ser.[1]
¿Qué es lo que se perdió del encanto del personaje cinematográfico Hannibal Lecter en su más reciente presentación Hannibal Rising? ¿Ese es el destino de las precuelas? Intentemos contestar estas preguntas haciendo el ejercicio de la inversión, primero reconozcamos en qué residía el encanto de Hannibal, su esencia, para después ver cómo llegamos a un Hannibal descafeinado. Y ya que hablamos de esencias, podemos acompañarnos de la adaptación cinematográfica “El Perfume” de la novela de Patrick Süskind. ¿Qué atrae en el Perfume que a Hannibal se le esfumó? Más aún, pongamos otra pelota en el aire para que las tres describan un mejor ritmo en este escrito y agreguemos al truco al psicoanálisis y su relación con la perversión, en un afán de no perder su poder de convocatoria.
De-vuelta al calabozo
Aunque el personaje del doctor psiquiatra Hannibal Lecter ya había sido llevado a la pantalla grande en una ocasión anterior, se volvió icono cinematográfico hasta la adaptación de la novela “Silence of the lambs”[2]. Ahí, interpretado por Anthony Hopkins, se volvió un personaje atractivo y atrayente aún siendo un villano desde el punto de vista moral pero ambiguo en la dinámica de la película. Lo interesante de esta película es que el personaje de Lecter se la roba, pero ¿cómo?; tal vez no sea esta la pregunta sino ¿a quién? El título “Silencio de los corderos”[3] nos indica al protagonista. Es el objeto causa de deseo de la protagonista, es decir, es el vacío que constituye la fantasía de Clarice Starling y así, a ella misma.
El título por si mismo no nos adelanta mucho. Incluso el actor Sir Anthony Hopkins, mencionó que cuando vio por primera vez el título del guión pensó que se trataba de una película de niños y no de un thriller, lo que nos revela el carácter netamente infantil de la perversión. El propio Hopkins hablando en una entrevista sobre el “encanto” del personaje que interpreta en la versión fílmica, el Dr. Hannibal Lecter, menciona una declaración dada por Alfred Hitchcock “existe una tendencia al susto en el humano que se hace palpable en el hecho de, al estar frente a un bebé, alguien tenga la reacción de dirigirle un “¡Buu!””.
Simplicidades. La novela nos presenta a la estudiante del FBI Clarice Starling quien inicia una búsqueda del asesino en serie llamado “Búfalo Bill”. Para lograr atraparlo, sostiene conversaciones con el doctor psiquiatra y también asesino en serie Hannibal Lecter. La tensión entre estos dos personajes resultan lo más atractivo de la novela así como las escenas en el cine por las interpretaciones de Jodie Foster y Anthony Hopkins, tanto para merecer los premios Oscar por mejor actriz y actor respectivamente, así como el mejor director para Johnathan Demme y mejor película de su año.
Las conversaciones van en un juego que propone el Doctor Lecter. Un “dando y dando”, “quid pro quo”. ¿Qué es lo que da cada quien? ¿No es esto el juego del amor de transferencia? Parafraseando a Lacan con respecto a lo que es el amor, Clarice “da eso que no tiene a ese que no lo quiere”.
Lecter y Clarice, en una mazmorra, susurrando secretos, saberes y sabores. Lecter habla de lo que sabe de Búfalo Bill, le brinda a Clarice su saber, ¿qué tiene que ofrecer Clarice? Lecter busca verla sufrir hasta que se lleva varias sorpresas. Lecter busca el objeto que la hace ser quién es, a la manera de Nietzsche, el objeto que se juega en el “como se llega a ser lo que es”.
Sigamos por ese sendero, ¿Qué quiere Lecter? La figura de Clarice le atrae no por lo que lleva y por lo que sabe sino por lo que no sabe. Clarice se coloca en un lugar de sujeto en falta, sujeto barrado, sujeto ignorante. Clarice es una mujer estudiante que va a aprender de Lecter y así, a seducirlo. ¿Podemos pensar que el objeto de la fantasía de Clarice (los inocentes-corderos) incluye a la misma Clarice? Clarice llega como cordero al matadero pero sigue avanzando ante la mirada de Lecter que zumba en su cabeza.
Recordemos una escena integra. La última escena de Clarice y Lecter juntos. Él, en una celda jugando con los policías vengándose de Clarice por haberlo engañado con cambiarlo de cárcel si la ayudaba a capturar a Búfalo Bill, y ella jugándose la ultima carta que le queda.
“El doctor Lecter pareció decepcionado.
-Qué conmovedor –comentó-. ¿Su padrastro de Montana follaba con usted, Clarice?
- No.
-¿Lo intentó alguna vez?
-No.
-¿Por qué motivo huyó usted con la yegua?
-Porque iban a matarla.
-¿qué la impulsó a escapar, Clarice? ¿A qué hora se marchó?
-Muy temprano. Aún no había amanecido”.
Lecter se complace al llegar a la fantasía primordial de Clarice. Su búsqueda por callar los balidos de los corderos, los gritos de los inocentes. Sin embargo nunca aparece en la novela la frase “el silencio de los corderos” ¿Por qué funciona ese título? Nos encontramos ante el objeto a, el objeto causa de deseo. El silencio es el mejor ejemplo, eso que no puede representarse sino por la operación del vaciamiento, eso que no es especular, eso que no tiene reflejo en el espejo. Clarice puede descansar, pero el silencio ansiado la llevaría a un vacío. La ausencia de sonido es la promesa que persigue. Lo genial de esta presentación de fantasía “heroína en busca del silencio (de los inocentes/víctimas/corderos al matadero)” es el carácter negativo de este objeto. El Santo Grial, la copa, se sostiene estructuralmente en su vacío. Tal vez aquí conviene recordar la máxima freudiana “la neurosis como el negativo de las perversiones”.
El título de la novela (y respetado en la película) expresa la fantasía que define al sujeto en cuestión, así, El silencio de los corderos es Clarice Starling. Clarice se encuentra entre dos perversos en esa trilogía de Thomas Harris. En la primera novela “Dragón Rojo”, la imagen remite al personaje Francis Dolarhyde y la tercera parte es, simplemente, “Hannibal”.
Ahora bien, el efecto de esta relación entre Clarice y Lecter es la fascinación del espectador con el “buen” doctor. Lecter desde su celda interroga y desnuda a Clarice, su escucha meticulosa, su sapiencia de lo humano y sus intervenciones cruelmente acertadas, ¿no parecen las del analista? Porque si Clarice como heroína/histérica en búsqueda de la respuesta a través del “experto” que solo le muestra que ella misma puede encontrar lo que busca si primero enfrenta que es lo que hace que busque a ese hombre que busca entonces ¿cómo está colocado Lecter en esta ecuación? El psicoanalista Serge André nos ilustra al respecto:
“El problema del psicoanálisis se deriva igualmente de las condiciones de desarrollo de su experiencia. Dichas condiciones las resumimos con el término general de transferencia. Pero la transferencia es un fenómeno más complejo de lo que parece a simple vista… Digamos, esquemáticamente, que si Freud, al destacar la renuncia y la sublimación necesarias para la tarea del analista, nos legó una problemática que podríamos definir como la obsesivización del analista, Lacan, por su parte, la promover el deseo del analista como eje de la transferencia y la función del objeto (a), nos obliga a replantear de forma radical la cuestión de la “virtud” del analista, y nos enfrenta al problema de la posible perversión de la situación analítica.”[4]
La primera parte del citado texto de Serge André, referencia indispensable para todos los interesados en el análisis con pervertidos, se detiene en lo que quizá es el motivo de la renuencia de muchos analistas para la clínica de la perversión, la semejanza a nivel estructural entre la función del analista y la realización del acto perverso. Cuando reparamos en la parte superior del discurso del analista propuesto por Lacan y la formula sadeana nos encontramos con una incómoda semejanza: a → $ y a ◊ $. La diferencia entre uno y otro no lo encontraremos a nivel del comportamiento, sino del lazo transferencial que establece. Para continuar, agreguemos otro caso cuyo contenido es efímero pero su presentación permite algo más.
En el siglo XVIII vivió en Francia…
… uno de los hombres más geniales y abominales de una época en que no escasearon los hombres abominales y geniales. Aquí relataremos su historia. Se llamaba Jean-Baptiste Grenouille y su nombre, a diferencia del de otros monstruos geniales como De Sade, Saint-Just, Fouché, Napoleón, etcétera, ha caído en el olvido, no se debe en modo alguno a que Grenouille fuera a la zaga de estos hombres célebres y tenebrosos en altanería, desprecio por sus semjantes, inmoralidad, en una palabra, impiedad, sino a que su genio y su única ambición se limitaba a un terreno que no deja huellas en la historia: al efímero mundo de los olores.[5]
Así comienza la obra de Patrick Süskind que por mucho tiempo se pensó era infilmable. La adaptación actual funcionó haciendo que muchos se lo adjudicaran a que gracias a la era digital el mundo de los olores podía ser representado. Difiero totalmente de esta interpretación, considero que las tomas, encuentres y edición vertiginosa claro que resalta la historia, pero el mayor acierto lo ubico en lo más tradicional y a la vez más revolucionario de la adaptación de una novela: conservar al narrador. El mutismo del protagonista y los “extreme close-ups” tienen alma cuando el narrador, con su cadenciosa y potente voz nos lleva a oler lo que Jean Baptiste va descubriendo. Ese es el punto básico a trabajar en la perversión y su relación con la fantasía, la necesidad del gran Otro y es justamente ahí donde existe una difrencia con respecto al analista y la posibilidad de una clínica de la perversión. André lo dirá de esta manera:
“Para el neurótico el fantasma es una actividad solitaria: es la parte de su vida que sustrae al lazo social. Inversamente, el perverso se sirve del fantasma (sin ni siquiera darse cuenta por otra parte de que se trata de un montaje imaginario) para crear un lazo social en el que su singularidad pueda realizarse. Para el perverso, el fantasma sólo tiene sentido y función si es puesto en acto o enunciado de tal modo que consiga incluir a un otro, con o sin su consentimiento, en su escenario…
¿Por qué esta necesidad de obtener la complicidad forzada del otro? Porque en la perversión el fantasma tiene una función demostrativa. El perverso solo puede, en efecto, asegurarse de su subjetividad a condición de hacerse aparecer como sujeto positivado en el otro (maniobra en la que no es más que el agente).”[6]
Por lo anterior podemos leer de manera diferente el final del Perfume:
“Esto fue lo primero que todos recordaron: que de pronto apareció alguien que destapó un pequeño frasco. Y a continuación se salpicó varias veces con el contenido de este frasco y una súbita belleza lo encendió como un fuego deslumbrante.
En el primer momento retrocedieron con profundo respeto y pura estupefacción, pero intuyendo al mismo tiempo que su retirada era más bien una postura para coger impulso, que su respeto se convertía en deseo y su asombro, en entusiasmo…
Cuando por fin se atrevieron, con disimulo al principio y después con total franqueza, tuvieron que sonreír. Estaban extraordinariamente orgullosos. Por primera vez había hecho algo por amor.”[7]
¡Anniba!
La historia de Hannibal Rising nos habla de los primeros años de la vida de Lecter. Desde su infancia y la trágica muerte de sus padres, hasta su juventud donde busca venganza. La historia aporta elementos extras para conocer a uno de los villanos más famoso del cine solo que su manufactura resulta simple. Hace poco alguien me preguntaba los títulos de las películas de Lecter porque no había visto ninguna. Esta persona quería “irse por orden” queriendo comenzar por Hannibal Rissing. El orden que le sugerí fue “Man hunter”, “Silence of the lambs”, “Hannibal”, “Red Dragon” y finalmente “Hannibal Rising”. Las precuelas presentan la trampa de negar la historia, hacer como si “no fuéramos nada” el personaje y nosotros los espectadores, he ahí el error más severo. La diferencia con “El perfume” es que el peso de la novela se sentía en cada toma, con Hannibal Rising solo se quería aportar un capítulo más a la franquicia.
Cerremos por ahora con estas trascripciones de la novela Hannibal:
“Hannibal Lecter, que tenía seis años, espiaba a través de una grieta del granero cuando llegaron con el animal, que sacudía la cabeza y pegaba tirones a la soga enrollada alrededor de su cuello... El raquítico animal no tenía mucha carne alrededor de los huesos, y en dos días, quizá tres, cubiertos con sus largos abrigos y despidiendo por las bocas un vaho de putrefacción, los desertores salieron de la cabaña y caminaron sobre la nieve que la separaba del granero, que desatrancaron para elegir entre los niños acurrucados en la paja. Ninguno se había congelado, así que se dispusieron a escoger uno vivo. Tanteando el muslo, el brazo y el pecho de Hannibal Lecter, pero en lugar de a él cogieron a su hermana Mischa y se la llevaron. Para jugar, dijeron. Ninguno de los que se llevaban para jugar había vuelto. Hannibal se agarró a Mischa tan fuerte, se agarró a ella con tal desesperación, que tuvieron que cerrar de golpe la enorme puerta del granero, le fracturaron un brazo y perdió el conocimiento. Se la llevaron a rastras por la nieve…Rezó con tal fuerza para volver a ver a Mischa que la oración consumió su cabeza de seis años, pero no consiguió acallar los golpes del hacha. Sus súplicas para volver a verla no quedaron sin respuesta por entero: vio unos cuantos dientes de leche de Mischa en el maloliente pozo ciego que sus captores había excavado entre la cabaña donde dormían y el granero donde guardaban a los niños cautivos tras el desastre del frente oriental en 1944. Desde aquella respuesta parcial a sus plegarias, Hannibal Lecter había dejando de hacer cábalas sobre cualquier divinidad, a parte de reconocer que sus modestas predaciones palidecían al lado de las de Dios, cuya ironía es inescrutable, y cuya voluble ferocidad está más allá de toda medida. (Sueño de Lecter)”[8]
La cita anterior la ubicamos como el nudo de la historia, vayamos al final:
“-Y así fue como llegué a creer-concluyó el doctor Lecter- que debía haber un lugar en el mundo para Mischa, un buen lugar que alguien dejaría vacante para ella, y llegué a pensar, Clarice, que el mejor lugar del mundo era el que tu ocupabas.
Starling se quedó pensativa unos instantes.
-Déjeme preguntarle algo, doctor Lecter. Si Mischa necesita un lugar de primera calidad en el mundo, y no digo que no sea así, ¿por qué no el suyo? Está bien ocupado y sé que usted no se lo negaría. Ella y yo podríamos ser como hermanas. Y si, como usted dice, hay espacio en mí para mi padre, ¿por qué no hay sitio en usted para Mischa?
-Hannibal, ¿tu madre te dio de mamar?
-Sí.
-¿Sentiste alguna vez que habías tenido que ceder el pecho a Mischa? ¿Sentiste alguna vez que te lo arrebataban para dárselo a ella?
Un latido.
-No lo recuerdo Clarice. Si se lo cedí, lo hice con alegría.
Clarice Starling se llevó la mano al profundo escote de su vestido y liberó sus pechos. El aire endureció los pezones al instante.
-No tienes por qué renunciar a éstos.”[9]
Amable lector, como este tema lo propone, démosle lugar al Otro y pasemos a la ronda de preguntas…
[1] André, Serge. La significación de la pedofília. 14 de marzo de 1999 Conferencia en Lausanne, 8 de junio de 1999. Traducción: Guillermo Rubio. http://users.skynet.be/polis/index.html
[2] Novela original de Thomas Harris 1998. Adaptación al cine por Dir. Johnnatan Demme en 1991.
[3] En México decidieron en la distribución de la película traducir el título como “El Silencio de los inocentes” que inocentemente resalta un rasgo de esa fantasía que vamos a abordar.
[4] André, Serge. La impostura perversa. Editorial Paidós.
[5] Süskind, Patrick. El Perfume, historia de un asesino. (1985) Editorial Planeta Mexicana, Primera reimpresión: noviembre 2006.
[6] André, Serge. La significación de la pedofília.
[7] Süskind Op. Cit.
[8] Harris, Thomas. Hannibal. (1999) Grijalbo Mondadori
[9] Harris, Thomas. Op.Cit.
Sobre la relación entre la perversión y el psicoanálisis
El psicoanálisis es una práctica marginal en el campo social aunque su objeto pueda definirse como la esencia misma del lazo social. El psicoanálisis no es ni una forma de medicina (más concretamente, no lo es de la psiquiatría) ni una excrescencia de la psicología (no se puede clasificar entre las psicoterapias). Ni ciencia ni arte, aunque tenga la ambición decidida de establecer un saber sobre la faz más secreta del ser humano. Aunque la práctica cotidiana suponga una buena dosis de inspiración, el psicoanálisis es la única experiencia que permite acceder no al psiquismo, sino al inconsciente, es decir al deseo más fundamental que dirige la subjetividad de un ser.[1]
¿Qué es lo que se perdió del encanto del personaje cinematográfico Hannibal Lecter en su más reciente presentación Hannibal Rising? ¿Ese es el destino de las precuelas? Intentemos contestar estas preguntas haciendo el ejercicio de la inversión, primero reconozcamos en qué residía el encanto de Hannibal, su esencia, para después ver cómo llegamos a un Hannibal descafeinado. Y ya que hablamos de esencias, podemos acompañarnos de la adaptación cinematográfica “El Perfume” de la novela de Patrick Süskind. ¿Qué atrae en el Perfume que a Hannibal se le esfumó? Más aún, pongamos otra pelota en el aire para que las tres describan un mejor ritmo en este escrito y agreguemos al truco al psicoanálisis y su relación con la perversión, en un afán de no perder su poder de convocatoria.
De-vuelta al calabozo
Aunque el personaje del doctor psiquiatra Hannibal Lecter ya había sido llevado a la pantalla grande en una ocasión anterior, se volvió icono cinematográfico hasta la adaptación de la novela “Silence of the lambs”[2]. Ahí, interpretado por Anthony Hopkins, se volvió un personaje atractivo y atrayente aún siendo un villano desde el punto de vista moral pero ambiguo en la dinámica de la película. Lo interesante de esta película es que el personaje de Lecter se la roba, pero ¿cómo?; tal vez no sea esta la pregunta sino ¿a quién? El título “Silencio de los corderos”[3] nos indica al protagonista. Es el objeto causa de deseo de la protagonista, es decir, es el vacío que constituye la fantasía de Clarice Starling y así, a ella misma.
El título por si mismo no nos adelanta mucho. Incluso el actor Sir Anthony Hopkins, mencionó que cuando vio por primera vez el título del guión pensó que se trataba de una película de niños y no de un thriller, lo que nos revela el carácter netamente infantil de la perversión. El propio Hopkins hablando en una entrevista sobre el “encanto” del personaje que interpreta en la versión fílmica, el Dr. Hannibal Lecter, menciona una declaración dada por Alfred Hitchcock “existe una tendencia al susto en el humano que se hace palpable en el hecho de, al estar frente a un bebé, alguien tenga la reacción de dirigirle un “¡Buu!””.
Simplicidades. La novela nos presenta a la estudiante del FBI Clarice Starling quien inicia una búsqueda del asesino en serie llamado “Búfalo Bill”. Para lograr atraparlo, sostiene conversaciones con el doctor psiquiatra y también asesino en serie Hannibal Lecter. La tensión entre estos dos personajes resultan lo más atractivo de la novela así como las escenas en el cine por las interpretaciones de Jodie Foster y Anthony Hopkins, tanto para merecer los premios Oscar por mejor actriz y actor respectivamente, así como el mejor director para Johnathan Demme y mejor película de su año.
Las conversaciones van en un juego que propone el Doctor Lecter. Un “dando y dando”, “quid pro quo”. ¿Qué es lo que da cada quien? ¿No es esto el juego del amor de transferencia? Parafraseando a Lacan con respecto a lo que es el amor, Clarice “da eso que no tiene a ese que no lo quiere”.
Lecter y Clarice, en una mazmorra, susurrando secretos, saberes y sabores. Lecter habla de lo que sabe de Búfalo Bill, le brinda a Clarice su saber, ¿qué tiene que ofrecer Clarice? Lecter busca verla sufrir hasta que se lleva varias sorpresas. Lecter busca el objeto que la hace ser quién es, a la manera de Nietzsche, el objeto que se juega en el “como se llega a ser lo que es”.
Sigamos por ese sendero, ¿Qué quiere Lecter? La figura de Clarice le atrae no por lo que lleva y por lo que sabe sino por lo que no sabe. Clarice se coloca en un lugar de sujeto en falta, sujeto barrado, sujeto ignorante. Clarice es una mujer estudiante que va a aprender de Lecter y así, a seducirlo. ¿Podemos pensar que el objeto de la fantasía de Clarice (los inocentes-corderos) incluye a la misma Clarice? Clarice llega como cordero al matadero pero sigue avanzando ante la mirada de Lecter que zumba en su cabeza.
Recordemos una escena integra. La última escena de Clarice y Lecter juntos. Él, en una celda jugando con los policías vengándose de Clarice por haberlo engañado con cambiarlo de cárcel si la ayudaba a capturar a Búfalo Bill, y ella jugándose la ultima carta que le queda.
“El doctor Lecter pareció decepcionado.
-Qué conmovedor –comentó-. ¿Su padrastro de Montana follaba con usted, Clarice?
- No.
-¿Lo intentó alguna vez?
-No.
-¿Por qué motivo huyó usted con la yegua?
-Porque iban a matarla.
-¿qué la impulsó a escapar, Clarice? ¿A qué hora se marchó?
-Muy temprano. Aún no había amanecido”.
Lecter se complace al llegar a la fantasía primordial de Clarice. Su búsqueda por callar los balidos de los corderos, los gritos de los inocentes. Sin embargo nunca aparece en la novela la frase “el silencio de los corderos” ¿Por qué funciona ese título? Nos encontramos ante el objeto a, el objeto causa de deseo. El silencio es el mejor ejemplo, eso que no puede representarse sino por la operación del vaciamiento, eso que no es especular, eso que no tiene reflejo en el espejo. Clarice puede descansar, pero el silencio ansiado la llevaría a un vacío. La ausencia de sonido es la promesa que persigue. Lo genial de esta presentación de fantasía “heroína en busca del silencio (de los inocentes/víctimas/corderos al matadero)” es el carácter negativo de este objeto. El Santo Grial, la copa, se sostiene estructuralmente en su vacío. Tal vez aquí conviene recordar la máxima freudiana “la neurosis como el negativo de las perversiones”.
El título de la novela (y respetado en la película) expresa la fantasía que define al sujeto en cuestión, así, El silencio de los corderos es Clarice Starling. Clarice se encuentra entre dos perversos en esa trilogía de Thomas Harris. En la primera novela “Dragón Rojo”, la imagen remite al personaje Francis Dolarhyde y la tercera parte es, simplemente, “Hannibal”.
Ahora bien, el efecto de esta relación entre Clarice y Lecter es la fascinación del espectador con el “buen” doctor. Lecter desde su celda interroga y desnuda a Clarice, su escucha meticulosa, su sapiencia de lo humano y sus intervenciones cruelmente acertadas, ¿no parecen las del analista? Porque si Clarice como heroína/histérica en búsqueda de la respuesta a través del “experto” que solo le muestra que ella misma puede encontrar lo que busca si primero enfrenta que es lo que hace que busque a ese hombre que busca entonces ¿cómo está colocado Lecter en esta ecuación? El psicoanalista Serge André nos ilustra al respecto:
“El problema del psicoanálisis se deriva igualmente de las condiciones de desarrollo de su experiencia. Dichas condiciones las resumimos con el término general de transferencia. Pero la transferencia es un fenómeno más complejo de lo que parece a simple vista… Digamos, esquemáticamente, que si Freud, al destacar la renuncia y la sublimación necesarias para la tarea del analista, nos legó una problemática que podríamos definir como la obsesivización del analista, Lacan, por su parte, la promover el deseo del analista como eje de la transferencia y la función del objeto (a), nos obliga a replantear de forma radical la cuestión de la “virtud” del analista, y nos enfrenta al problema de la posible perversión de la situación analítica.”[4]
La primera parte del citado texto de Serge André, referencia indispensable para todos los interesados en el análisis con pervertidos, se detiene en lo que quizá es el motivo de la renuencia de muchos analistas para la clínica de la perversión, la semejanza a nivel estructural entre la función del analista y la realización del acto perverso. Cuando reparamos en la parte superior del discurso del analista propuesto por Lacan y la formula sadeana nos encontramos con una incómoda semejanza: a → $ y a ◊ $. La diferencia entre uno y otro no lo encontraremos a nivel del comportamiento, sino del lazo transferencial que establece. Para continuar, agreguemos otro caso cuyo contenido es efímero pero su presentación permite algo más.
En el siglo XVIII vivió en Francia…
… uno de los hombres más geniales y abominales de una época en que no escasearon los hombres abominales y geniales. Aquí relataremos su historia. Se llamaba Jean-Baptiste Grenouille y su nombre, a diferencia del de otros monstruos geniales como De Sade, Saint-Just, Fouché, Napoleón, etcétera, ha caído en el olvido, no se debe en modo alguno a que Grenouille fuera a la zaga de estos hombres célebres y tenebrosos en altanería, desprecio por sus semjantes, inmoralidad, en una palabra, impiedad, sino a que su genio y su única ambición se limitaba a un terreno que no deja huellas en la historia: al efímero mundo de los olores.[5]
Así comienza la obra de Patrick Süskind que por mucho tiempo se pensó era infilmable. La adaptación actual funcionó haciendo que muchos se lo adjudicaran a que gracias a la era digital el mundo de los olores podía ser representado. Difiero totalmente de esta interpretación, considero que las tomas, encuentres y edición vertiginosa claro que resalta la historia, pero el mayor acierto lo ubico en lo más tradicional y a la vez más revolucionario de la adaptación de una novela: conservar al narrador. El mutismo del protagonista y los “extreme close-ups” tienen alma cuando el narrador, con su cadenciosa y potente voz nos lleva a oler lo que Jean Baptiste va descubriendo. Ese es el punto básico a trabajar en la perversión y su relación con la fantasía, la necesidad del gran Otro y es justamente ahí donde existe una difrencia con respecto al analista y la posibilidad de una clínica de la perversión. André lo dirá de esta manera:
“Para el neurótico el fantasma es una actividad solitaria: es la parte de su vida que sustrae al lazo social. Inversamente, el perverso se sirve del fantasma (sin ni siquiera darse cuenta por otra parte de que se trata de un montaje imaginario) para crear un lazo social en el que su singularidad pueda realizarse. Para el perverso, el fantasma sólo tiene sentido y función si es puesto en acto o enunciado de tal modo que consiga incluir a un otro, con o sin su consentimiento, en su escenario…
¿Por qué esta necesidad de obtener la complicidad forzada del otro? Porque en la perversión el fantasma tiene una función demostrativa. El perverso solo puede, en efecto, asegurarse de su subjetividad a condición de hacerse aparecer como sujeto positivado en el otro (maniobra en la que no es más que el agente).”[6]
Por lo anterior podemos leer de manera diferente el final del Perfume:
“Esto fue lo primero que todos recordaron: que de pronto apareció alguien que destapó un pequeño frasco. Y a continuación se salpicó varias veces con el contenido de este frasco y una súbita belleza lo encendió como un fuego deslumbrante.
En el primer momento retrocedieron con profundo respeto y pura estupefacción, pero intuyendo al mismo tiempo que su retirada era más bien una postura para coger impulso, que su respeto se convertía en deseo y su asombro, en entusiasmo…
Cuando por fin se atrevieron, con disimulo al principio y después con total franqueza, tuvieron que sonreír. Estaban extraordinariamente orgullosos. Por primera vez había hecho algo por amor.”[7]
¡Anniba!
La historia de Hannibal Rising nos habla de los primeros años de la vida de Lecter. Desde su infancia y la trágica muerte de sus padres, hasta su juventud donde busca venganza. La historia aporta elementos extras para conocer a uno de los villanos más famoso del cine solo que su manufactura resulta simple. Hace poco alguien me preguntaba los títulos de las películas de Lecter porque no había visto ninguna. Esta persona quería “irse por orden” queriendo comenzar por Hannibal Rissing. El orden que le sugerí fue “Man hunter”, “Silence of the lambs”, “Hannibal”, “Red Dragon” y finalmente “Hannibal Rising”. Las precuelas presentan la trampa de negar la historia, hacer como si “no fuéramos nada” el personaje y nosotros los espectadores, he ahí el error más severo. La diferencia con “El perfume” es que el peso de la novela se sentía en cada toma, con Hannibal Rising solo se quería aportar un capítulo más a la franquicia.
Cerremos por ahora con estas trascripciones de la novela Hannibal:
“Hannibal Lecter, que tenía seis años, espiaba a través de una grieta del granero cuando llegaron con el animal, que sacudía la cabeza y pegaba tirones a la soga enrollada alrededor de su cuello... El raquítico animal no tenía mucha carne alrededor de los huesos, y en dos días, quizá tres, cubiertos con sus largos abrigos y despidiendo por las bocas un vaho de putrefacción, los desertores salieron de la cabaña y caminaron sobre la nieve que la separaba del granero, que desatrancaron para elegir entre los niños acurrucados en la paja. Ninguno se había congelado, así que se dispusieron a escoger uno vivo. Tanteando el muslo, el brazo y el pecho de Hannibal Lecter, pero en lugar de a él cogieron a su hermana Mischa y se la llevaron. Para jugar, dijeron. Ninguno de los que se llevaban para jugar había vuelto. Hannibal se agarró a Mischa tan fuerte, se agarró a ella con tal desesperación, que tuvieron que cerrar de golpe la enorme puerta del granero, le fracturaron un brazo y perdió el conocimiento. Se la llevaron a rastras por la nieve…Rezó con tal fuerza para volver a ver a Mischa que la oración consumió su cabeza de seis años, pero no consiguió acallar los golpes del hacha. Sus súplicas para volver a verla no quedaron sin respuesta por entero: vio unos cuantos dientes de leche de Mischa en el maloliente pozo ciego que sus captores había excavado entre la cabaña donde dormían y el granero donde guardaban a los niños cautivos tras el desastre del frente oriental en 1944. Desde aquella respuesta parcial a sus plegarias, Hannibal Lecter había dejando de hacer cábalas sobre cualquier divinidad, a parte de reconocer que sus modestas predaciones palidecían al lado de las de Dios, cuya ironía es inescrutable, y cuya voluble ferocidad está más allá de toda medida. (Sueño de Lecter)”[8]
La cita anterior la ubicamos como el nudo de la historia, vayamos al final:
“-Y así fue como llegué a creer-concluyó el doctor Lecter- que debía haber un lugar en el mundo para Mischa, un buen lugar que alguien dejaría vacante para ella, y llegué a pensar, Clarice, que el mejor lugar del mundo era el que tu ocupabas.
Starling se quedó pensativa unos instantes.
-Déjeme preguntarle algo, doctor Lecter. Si Mischa necesita un lugar de primera calidad en el mundo, y no digo que no sea así, ¿por qué no el suyo? Está bien ocupado y sé que usted no se lo negaría. Ella y yo podríamos ser como hermanas. Y si, como usted dice, hay espacio en mí para mi padre, ¿por qué no hay sitio en usted para Mischa?
-Hannibal, ¿tu madre te dio de mamar?
-Sí.
-¿Sentiste alguna vez que habías tenido que ceder el pecho a Mischa? ¿Sentiste alguna vez que te lo arrebataban para dárselo a ella?
Un latido.
-No lo recuerdo Clarice. Si se lo cedí, lo hice con alegría.
Clarice Starling se llevó la mano al profundo escote de su vestido y liberó sus pechos. El aire endureció los pezones al instante.
-No tienes por qué renunciar a éstos.”[9]
Amable lector, como este tema lo propone, démosle lugar al Otro y pasemos a la ronda de preguntas…
[1] André, Serge. La significación de la pedofília. 14 de marzo de 1999 Conferencia en Lausanne, 8 de junio de 1999. Traducción: Guillermo Rubio. http://users.skynet.be/polis/index.html
[2] Novela original de Thomas Harris 1998. Adaptación al cine por Dir. Johnnatan Demme en 1991.
[3] En México decidieron en la distribución de la película traducir el título como “El Silencio de los inocentes” que inocentemente resalta un rasgo de esa fantasía que vamos a abordar.
[4] André, Serge. La impostura perversa. Editorial Paidós.
[5] Süskind, Patrick. El Perfume, historia de un asesino. (1985) Editorial Planeta Mexicana, Primera reimpresión: noviembre 2006.
[6] André, Serge. La significación de la pedofília.
[7] Süskind Op. Cit.
[8] Harris, Thomas. Hannibal. (1999) Grijalbo Mondadori
[9] Harris, Thomas. Op.Cit.
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