miércoles, julio 15, 2009


Freud en la Chamba
Reflexiones clínicas a partir del libro “Cómo trabajaba Freud”


Siempre resulta intrigante para muchos la forma de actuar de un psicoanalista sobre todo porque presuponen una serie de modelos rígidos que rayan en la caricatura institucional. En el caso de Sigmund Freud, este actuar, adquiere mayor relevancia debido a su condición de inventor del psicoanálisis y así mismo de la figura y el quehacer del psicoanalista. El presente escrito es una serie de reflexiones sobre la clínica psicoanalítica que nos deja el trabajo de investigación presentado por Paul Roazen en su libro “Cómo trabajaba Freud. Comentarios directos de sus pacientes”[1], en especial el primer capítulo. En él, Paul Roazen justifica así lo emprendido para el libro:

“Debido a la gran atención que prestó Freud a pacientes, y además del impacto de sus escritos teóricos, a principios de los años 1965-1966 me propuse descubrir tanto como pudiera sobre el fundador del psicoanálisis reuniéndome con tanta gente que lo hubiera conocido como fuera posible. A lo largo de esta investigación intenté ver a todos sus antiguos pacientes que siguieran vivos; logré entrevistar a veinticinco de ellos, todos ellos ahora fallecidos. Algunos se analizaron con él durante un período relativamente breve, mientras que otros lo hicieron durante un largo período de tiempo. La información sobre su tratamiento estaba incluida en el marco de mi investigación sobre la naturaleza del psicoanálisis en aquella época temprana, además de lo que pudieran decirme sobre su contacto directo con Freud. Él había supuesto para estas personas una experiencia de formación en sus vidas. Aunque me interesaba conocerlo todo sobre la vida de Freud en un mundo distante que sólo esperaba comprender de forma indirecta, las principales preguntas que se barajaban en mi cabeza eran: ¿Qué se entiende por una buena terapia? ¿Qué talla tenía Freud como psicoanalista?”[2]
Roazen se adentra al mundo del psicoanálisis desde los conocidos, la historia y los sucesos. Lo que encuentra Roazen puede ser tomado fácilmente en dos vías igual de peligrosas. Por un lado el descalificar a Freud, y por efecto a todo el psicoanálisis, cuando se presentan las divergencias con respecto a las estrategias y modos de actuar de Freud contrapuestas con lo reportado y/o aconsejado desde la academia psicoanalítica. Por otro lado, la otra tendencia, es ver en toda acción de Freud, un genio incuestionable donde todo estaba “fríamente calculado” ya que “el profesor nunca se equivoca”. La forma que abordamos el tema buscando aprender en la experiencia del padre del psicoanálisis. Más allá de evaluar (y por consiguiente devaluar) “una buena terapia” o medir la “talla” de Freud como psicoanalista lo que traería una nueva “vara con la que todos serán medidos”, lo que nos deja la investigación de Roazen es la posibilidad de escuchar el efecto de la clínica desde esa forma en cómo cada quién “habla como le fue” en su análisis, ya que consideramos que la única crítica importante para el psicoanálisis viene desde la clínica. Además, nos permite ver a Freud como alguien que comparte una serie de experiencias clínicas dejando en claro que la práctica psicoanalítica es realizada en la incertidumbre.

El reconocimiento de los otros dones

En el primer capítulo de Roazen lleva por nombre “El tema de la frialdad, Albert Hirst” y comenta que le parece “una persona adecuada para empezar” por haber sido “el paciente más puramente terapéutico” que entrevistó ya que nunca tuvo intensiones de formar parte del movimiento psicoanalítico en Viena. La época que abraca es la siguiente:

“Hirst le decía a Anna que se había analizado con su padre desde 1909 hasta 1910; entonces sólo tenía 23 años y asistió a un régimen de sesión diaria”[3]

Recordamos que es la época de “la realización de un sueño diurno” como Freud hace alusión en su Presentación autobiográfica (1925) a las serie de conferencias que dictó del 6 al 10 de septiembre de 1909 en la Universidad de Clark, Massachusetts. Para Freud significó “el primer reconocimiento oficial de la joven ciencia”[4] del psicoanálisis.

Aprovechemos el espacio para hablar de los tiempos. ¿Qué ha cambiado desde entonces? Esa época es de los primeros tiempos divulgación del psicoanálisis. Una época donde los psicoanalistas hablaban públicamente de sus hallazgos e ideas y cuyos seguidores y detractores iban en aumento. Para 1909 los libros de Freud, donde se podría encontrar a qué se refiere esta nueva disciplina tienen más de difusión y creatividad que de institucionalidad y de moldes predeterminados. Lo que encontramos en obras como “Interpretación de los sueños”, “Psicopatología de la vida cotidiana”, “El chiste y su relación con el inconsciente”, “Tres ensayos para una teoría sexual” y los artículos “El delirio y los sueños en la Gradiva de W. Jensen”, “la indagatoria forense y el psicoanálisis”, “Acciones obsesivas y prácticas religiosas” o “El creador literario y el fantaseo” es una constante acción de relación desde psicoanálisis de la clínica, de la atención directa de pacientes, con temas del ámbito social, de la vida popular. Ese Freud de entonces, es el de un investigador que mostraba que, parafraseando lo que decía Bourdieu con respecto a la sociología, el psicoanálisis es un “deporte de contacto”. Actualmente la opinión pública con respecto al psicoanálisis ni siquiera es de ataque, si no de una creciente indiferencia. A lo más, queda como la idea de algo pasado que ya nadie usa, como una vieja religión a la que unos cuantos fundamentalistas todavía rinden culto y cuyas interpretaciones no provocan el mínimo de asombro, prueba de su caducidad y elitismo.

Ese no es el tiempo que Hirst fue atendido por Freud. El subtítulo que propone Roazen “el tema de la frialdad. Albert Hirts” proviene de justamente de lo que sobresale del encuentro con Freud, donde este tema es el primero que se cuestiona. Hirst ha escuchado rumores de Freud y en cierta ocasión le pregunta sobre el tema de la cocaína. Freud, sin reparos, habla del tema con su paciente.

“Hirst añade que Freud se dirigió a una sala anexa para traer una copia de un artículo que había escrito sobre la cocaína, en cuyas conclusiones declaraba que cabía esperar más avances científicos. Fue una experiencia “muy impresionante” para Hirst.”[5]

Más allá de los motivos de Freud, incluso más allá de la técnica o los cánones sobre la neutralidad, dirigimos nuestra atención al hecho de que Hirst primero recuerde este suceso al grado de nombrarlo una experiencia “muy impresionante”. ¿Esperaría Hirst que Freud no quisiera ahondar en el tema? ¿Le sorprendió que le confiara un texto científico? En el tema de la frialdad, Hirst recibiría de Freud diversas muestras de algo que por el momento solo podemos llamar parcialidad.

“Por si sirve de algo, parece significativo que a pesar de las dificultades existentes entre Freud y Emma (Eckstein), los padres de Hirst no se vieran disuadidos de mandarlo analizarse con Freud. También consideraban la posibilidad de poner a su hija en manos de Freud. Según le contó Freud a Hirst, cuando ella fue a verle por consejo paterno, lo hizo sólo para decirle claramente que no quería que la tratara; y el tema quedó zanjado. Freud llegó a decirle a Hirst que él era más inteligente que su hermana, lo que según las normas actuales no se consideraría apropiado”.[6]

Roazen se da cuenta de lo “no apropiado según las normas actuales” del proceder de Freud. ¿Por qué no es apropiado? De inicio parece descortés de parte de Freud al tomar su comentario como una agresión hacia la hermana de Hirst, o incluso signo de presunción si consideramos que la falta de inteligencia de su hermana se debía a haberse “resistido” al análisis con él. Sin embargo el que habla de esto es Hirst. ¿Y si ese comentario es inapropiado si consideramos que es propio de Freud o de la hermana de Hirst cuando habla de lo propio del paciente? Es decir, ¿será esta otra experiencia “impresionante” para Hirst ya que Freud le reconoce algo de más? Nos aventuramos al tema del reconocimiento apoyados con otro comentario “inapropiado” por parte de Freud.

“Cuando Hirst le dijo a Freud que se iba a Norteamérica, éste le preguntó: “¿Por qué no va a Sudamérica?”, una salida que consideró muy propia de él y que, como de costumbre, no iba en broma, Hirst le explicó que no sabía español, a lo que Freud respondió: “¡Demonios, se tarda tres semanas en llegar!” [7]

Además de mostrar su desprecio sabido por la cultura norteamericana, Freud de nuevo hace un comentario que suena pedante solo que incluyendo a propio Hirst. De nuevo le reconoce que podría hacer algo más, en este caso, aprender español en tres semanas del viaje en mar. Estos comentarios no son recibidos por Hirst como ofensas o falta de tacto aunque claramente como hechos que contradicen para él la idea que Freud fuera “frío” con sus pacientes. Finalmente Roazen hace la pregunta obvia sabiendo que lo busca conocer de Freud es su efectividad como terapeuta.
“Cuando le pregunté a Hirst en concreto cómo pudo Freud ayudarle, me habló de la “peculiar y extraña forma de impotencia” de la que sufría por entonces, que no le permitía eyacular cuando mantenía relaciones sexuales… Hirst pensaba que su “cura definitiva”, su “verdadera recuperación”, tuvo lugar unos diez años después de que terminara el análisis. Durante el tratamiento con Freud ya se dio cuenta de que podía ser inusualmente potente, y había mantenido varias relaciones sexuales satisfactorias en una hora”.[8]

¿El síntoma de impotencia tendrá relación con lo comentarios inapropiados de Freud? ¿Fueron solo apropiados para el caso de impotencia de Hirst? Lo interesante de estas memorias de Hirst sobre su análisis con Freud es que la “verdadera recuperación” llegara diez años después. ¿Puede esa recuperación estar ligada directamente al análisis? Para Hirst, el que realizó el análisis, el interesado después de todo, no hay duda de ello.

“Hirst dijo que su “cura definitiva” se produjo cuando pudo relacionar su dificultad para ganarse la vida con lo que antes había pensado sobre su incapacidad sexual. Hirst recordaba que estaba bajando las escaleras (un símbolo sexual según Freud) cuando estableció esa conexión; luego estudió derecho y desde entonces le fue bien. Hirst terminó diciendo que Freud había tenido razón con respecto a él durante análisis. Una vez le había traído algunos poemas suyos para que Freud los leyera, y a éste le sorprendió que tuviera “otros” dones aparte de los que le conocía. A Freud le chocó que tuviera una “mente tan analítica", y le dijo: “no eres una persona débil, sino muy fuerte”. Hirst dijo que recibir tales halagos de Freud era algo inesperado. Pensaba que había estado viviendo sólo con la mitad de su mente, incapaz de usar el resto, y que le debía “enteramente” a Freud haber podido completarse a sí mismo. El hecho de que le asegurase que tenía una buena cabeza era parte de la forma en que Freud le había ayudado”[9].

La cura analítica de Hirst se da cuando esa incapacidad “de usar el resto” de su mente deja de estar cuando Freud reconoce esa parte. ¿Freud operó como un motivador “si se puede”? Todo lo contrario, ya que solo hacía un reconocimiento, tal parece que en ocasiones en sorpresa, de los “otros dones” que le mostraba su paciente. Lo que dista de la forma del mero motivador que exhorta a “echarle ganas” nos parece que va más del lado de la forma que de la intención. Esa forma es el de las “extrañas” intervenciones de Freud.

“Al principio Freud se había mostrado escéptico con respecto al talento de Hirst para escribir poesía… En este sentido le quedó grabado para siempre un comentario de Freud: “En casi todos los ríos la arena contiene oro, la cuestión es saber si hay suficiente oro para que valga la pena explotarlo”. De esta forma, Freud había intentado poner en perspectiva la poesía de Hirst. Según él, Freud generalmente hablaba “muy poco” durante el análisis, y no bromeaba.” [10]

La forma de tales intervenciones tiene el efecto de mostrar un Freud que habla mucho en análisis pero solo si reconocemos que para efectos del estudio de Roazen y el ejercicio de selección de frases para este escrito nos concentramos en lo que dijo y no tanto en el tiempo que guardó silencio. El que Hirst recuerde que “hablaba muy poco y no bromeaba” nos indica que las intervenciones aunque nos parezcan constantes y de tono bromista eran preciosas por escasas y no trasmitían la sensación de meramente “pasar el rato” sino como parte del análisis.

“Hirst aún recordaba algunas anécdotas que contaba Freud. Una vez le dijo que una señora muy digna fue a un médico para saber qué podía hacer para no tener hijos. Éste le recomendó que lo mejor era el hielo y el agua fría. “Bien”, dijo ella, “pero ¿antes o después?” “¡En lugar de!” Para Hirst era característico que Freud expresara su sabiduría de forma sucinta.” [11]

Por lo recordado por Hirst, Freud creaba un ambiente en el análisis que lejos de ser cerrado, le permitió reconocer algo más en él.
“Lo que más admiraba del enfoque de Freud era que le había permitido convertirse en su propio “director de escena”. Cuando le trajo los poemas, por ejemplo, Freud le dijo: “Por fin has decidido que el poeta que llevas dentro también se analice”. Freud nunca le pidió que los trajera. Él no decidía qué temas iban a tratarse. Hirst se sentí inmensamente libre con él, quizás especialmente en contraposición a sus padres, a quienes describía como “puritanos” austeros y “muy severos”.” [12]

Esa “inmensa libertad” que vive Hirst como paciente nos hace reflexionar de forma transferencial su papel en la función del analista. El Freud que relata Hirst también se percibe libre, no sabemos si de hacer lo que se le plazca porque el mismo Hirst nota una metodología en ese hacer que constituía el análisis, además de una teoría que la sostenía.
“Cuando le pregunté a Hirst qué creía que lo había curado, sostuvo que habían sido dos cosas. La primera era el respaldo que tuvo durante el tratamiento, y la segunda la posibilidad que se le abrió de establecer una relación entre su capacidad de ganarse la vida y su vida sexual. En verdad él no sentía que Freud hubiera sido distante con él, visto el gran interés profesional que mostró y el hecho de que recordara muchas cosas sobre él. No había sentido que Freud lo mantuviera a raya. La relativa “frialdad” de Freud la había percibido más bien en las impersonales y breves tarjetas postales que le mandaba a Norteamérica. Por su parte, su actitud hacia Freud era la que tendría un cristiano ortodoxo hacia Cristo. Lo veía como a su “salvador” y creía que sin él hubiera sido un “fracasado” o un suicida”. [13]

El análisis le permite a Hirst establecer una conexión entre el ganarse la vida y su vida sexual. Este relato de una experiencia nos enseña algo. Contradice la idea que algunos pos-freudianos tienen de una especie de causalidad en lugar de ligazón de representaciones. El síntoma que lleva Hirst a análisis es en su vida sexual ¿Cuál es motivo sexual subyacente si ya el contenido es sexual? Hirst comenta que pudo hacer algo más cuando estableció la relación, de la “extraña” impotencia con la forma de ganarse la vida. De alguna forma, se dio cuenta que no era un bueno para nada. Hablando de potencia, aunque se nota que Hirst exalta a Freud no creo que lo idolatre de una forma blasfema ¿Qué potencia tiene para los judíos (en este caso Hirst y Freud) el Cristo de los católicos? ¿Es similar a que un católico pueda decir que su analista ha sido su guía como Moisés? No en todo río hay oro que valga la pena explotar. En este caso la exaltación tiene un carácter de relación transferencial totalmente parcial ya que el encuentro solo fue entre Hirst y Freud, incluso dejando fuera al psicoanálisis como teoría o institución.
“Al reflexionar sobre el procedimiento del tratamiento y el pensamiento psicoanalítico, Hirst insistía en que “cualquier sistema funcionaría ¡si un Freud lo toma a su cargo!”. [14]

Por comentarios como el anterior, Roazen no deja de preguntarse por el tipo de análisis que operó en Hirst, llegando a la conclusión de ser uno que “el tipo de cura por sugestión o por transferencia que Freud decía querer evitar porque no era duradera y era una reminiscencia de la ayuda religiosa”. Esto abre el tema importante del papel de la sugestión y la transferencia en el análisis. La duración de la cura queda cuestionada en labios del propio paciente Albert Hirst, pero eso que generaba un lazo transferencial en Freud y el cómo lo manejaba es tema a seguir trabajando. Lo que reconoce Roazen es la impresión de Freud que le queda después de hablar con Hirst.
“Si Hirst se había referido a la “frialdad básica” de Freud, se trataba de una respuesta ante la abstracta actitud de Eissler con respecto a los antiguos problemas de Hirst, pero cuando se le permitió dar su propia versión del ambiente que se respiraba durante el tratamiento, describió a Freud como un analista muy activo, a veces intervencionista, lo que difiere bastante del estereotipo de terapeuta neutral preferido posteriormente por los defensores de la ortodoxia como Eissler.” [15]

Cerramos el comentario con una reflexión sobre la ortodoxia freudiana. Ese Freud mistificado requiere ser estudiado. En lugar de solamente estar en contra de esas formas rígidas y pensar en histéricamente luchar contra las instituciones se requiere devotamente cuestionarlas. El mejor lugar para que este cuestionamiento se presente es la clínica. Roazen busca saber la talla de Freud como terapeuta y lo que nos encontramos es que en el proceso del análisis, la experiencia del encuentro entre analista y analizante se mide en sus propios términos, si se permiten estar “juntos en la chimenea”.

[1] Roazen, P. Cómo trabajaba Freud. Comentarios directos de sus pacientes. “How Freud Worked. First-Hand Accounts of Patients” (1995) 1ª edición en castellano, 1998. Ediciones Paidós.
[2] Roazen, P. Óp. Cit. Pág. 19.
[3] Ibíd. Pág. 31
[4] Strachey, J. Nota introductoria de Cinco Conferencias sobre psicoanálisis. (1910 (1909)). Obras Completas de Sigmund Freud. Amorrortu Editores. Volumen XI.
[5] Ibíd. Pág. 33.
[6] Ibíd. Pág. 38
[7] Ibíd. Pág. 39
[8] Ibíd. Pág. 46
[9] Ibíd. Págs. 46-47
[10] Ibíd. Pág. 48
[11] Ibíd. Pág. 52
[12] Ibíd. Pág. 50
[13] Ibíd. Pág. 47
[14] Ibíd.
[15] Ibíd. Pág. 55

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