jueves, julio 12, 2007




El Código Da Vinci
Slavoj Žižek


En Marzo del 2005, nada menos que el Vaticano mismo hizo una declaración altamente publicitada, condenando fuertemente al “Código Da Vinci” de Dan Brown como un libro basado en mentiras y propagador de falsas enseñanzas (que Jesús estuvo casado con María Magdalena y que tuvieron descendientes – la verdadera identidad del Grial es ¡la vagina de María!), especialmente lamentando el hecho de que el libro es muy popular entre la generación joven en búsqueda de guía espiritual. Lo ridículo de esta intervención del Vaticano, sostenido por un levemente oculto anhelo por los buenos viejos tiempos donde todavía operaba el infame índice de los libros prohibidos, no debe de cegarnos al hecho de que, mientras que la forma es la errónea (uno casi sospecha una conspiración entre el Vaticano y el publicista para darle un nuevo empuje a las ventas del libro), el contenido es básicamente correcto: “El código Da Vinci” efectivamente propone una reinterpretación New Age del Cristianismo en términos de un balance entre los principios masculino y femenino, es decir, la idea básica de la novela es la reinscripción de la Cristianismo en la ontología sexualizada pagana: el principio femenino es sagrado, la perfección reside en el acoplamiento armonioso de los principios masculino y femenino… La paradoja que debemos asumir es que, en este caso, toda feminista debería apoyar a las Iglesia: es SOLO a través de la suspensión “monoteísta” del significante femenino, de la polaridad de los opuestos masculino y femenino, que el espacio emerge para lo que ampliamente nos referimos como “feminismo” apropiado para el advenimiento de la subjetividad femenina. La feminidad propuesta en la afirmación de una “principio femenino” cósmico es, por el contrario, siempre un polo subordinado (pasivo, receptivo), opuesto al activo “principio masculino”.

Lo anterior es el por qué una película de misterio como “El código Da Vinci” es un indicador de los cambios ideológicos actuales: el héroe está en búsqueda de un viejo manuscrito que le revelará un tipo de amenaza compartida en secreto que socavará las bases del Cristianismo (institucional); la parte “criminal” es provista por los intentos desesperados de la Iglesia (o una fracción dura dentro de ella) para desaparecer este documento. Este secreto se enfoca en la dimensión femenina “reprimida” de la divinidad: Cristo estuvo casado con María Magdalena, el Grial es en realidad el cuerpo femenino… ¿es esta revelación realmente una sorpresa? ¿La idea de que Jesús tuvo relaciones sexuales con Maria Magdalena no es una clase de secreto obsceno que el cristianismo sabía muy bien, un secret de polichinelle cristiano? La verdadera sorpresa hubiera sido ir un paso más adelante y sostener que María realmente era un trasvesti, y que la amante de Jesús era ¡un joven hermoso!

El interés de la novela (y, en contra del rápido rechazo sospechoso de la película, uno debería decir que esto se sostiene más para la película) reside en un rasgo que, sorpresivamente, hace eco de los “Expedientes secretos X” donde (como Darian Leader lo marca) el hecho de que muchas cosas pasen “afuera” donde la verdad supuestamente se ubica (los extraterrestres invadiendo la Tierra) llenan el vacío, es decir, la mucho más cercana verdad de que nada (de relación sexual) aparece entre la pareja de agentes, Moulder y Scully. En “El código”, la vida sexual de Cristo y María Magdalena es un exceso que invierte (encubre) el hecho de que la vida sexual de Sophie, la heroína, La última descendiente de Cristo, es no-existente: ELLA es como la María contemporánea, virginal, pura, asexualizada, no hay ninguna pista de sexo entre ella y Robert Langdon.

Su trama es que ella presenció la escena fantasmática primordial de la copula parental, este exceso de jouissance que ha “neutralizado” totalmente su sexualidad: es como si, en una especie de bucle temporal, estuviera ahí en el momento de su propia concepción, así que, para ella, TODO acto sexual es incestuoso y por lo tanto prohibido. Aquí entra Robert que, lejos de ser una compañero sexual, actúa como su “analista silvestre” cuya tarea es la de construir un marco narrativo, un mito, la cual la habilite a salir de su cautiverio fantasmático, NO de manera que recobre una heterosexualidad “normal”, sino aceptando su asexualidad y “normalizándola” como parte de un nuevo mito narrativo. En este sentido, “El código Da Vinci” no es realmente una película sobre religión, sobre el secreto “reprimido” del Cristianismo, sino una película sobre una joven frígida y traumatizada que es redimida, y liberada de su trauma, provista de un marco mítico que la posibilita a aceptar completamente su asexualidad.

El carácter mítico de esta solución se esclarece si contrastamos a Robert con su oponente Sir Leigh, la contraparte del Opus Dei en la película (y la novela): el quiere revelar el secreto de María y así salvar a la humanidad de la opresión del Cristianismo oficial. La película rechaza este movimiento radical y opta por una solución de compromiso ficticia: lo que importan no son los hechos (los hechos del DNA que probarían la rama genealógica entre ella y María y Cristo), sino lo que ella (Sophie) cree – la película opta por la ficción simbólica en contra de los hechos genealógicos. El mito de ser la descendiente de Cristo crea para Sophie una nueva identidad simbólica: al final, ella emerge como la líder de una comunidad. Es en este nivel de lo que ocurre en su vida terrena lo que en el “Código Da Vinci” permanece Cristiano: en la persona de Sophie, se representa el pasaje del amor sexual al ágape desexualizado como amor político, un amor que sirve como el lazo de una colectividad.
Traducción por Héctor Mendoza

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