miércoles, febrero 02, 2022

"Teoría cinematográfica psicoanalítica" de Todd McGowan


Extracto del texto: 

"Teoría Cinematográfica Psicoanalítica y “Las Reglas del Juego”" de Todd McGowan [1]

 

 

Introducción

 

La conjunción intrínseca

 

Es sorprendente que el psicoanálisis haya tardado tanto en afianzarse en la teoría del cine. La conexión entre el pensamiento psicoanalítico y el cine es evidente. No es pura coincidencia que ambos se originaran en el mismo año. En 1895, Freud y Joseph Breuer publicaron “Estudios sobre la Histeria”, y Louis y Auguste Lumière proyectaron sus primeras películas en el Grand Café de París. Los teóricos del cine a menudo han notado esta conexión histórica, pero no es solo el año de su origen lo que el psicoanálisis y el cine tienen en común. El psicoanálisis realiza sus descubrimientos más importantes a través del análisis de los sueños y, hasta el día de hoy, el cine sigue siendo una fábrica de sueños, una forma de ensueño público.

Aunque “Estudios sobre la histeria” marcaron el descubrimiento del psicoanálisis como una cura hablada para la neurosis, el libro más importante en el desarrollo del psicoanálisis como teoría y no solo como práctica terapéutica fue “La interpretación de los sueños”, que Freud solo publicó en 1900[2]. Cuando escribió un prefacio a la tercera edición en inglés del libro, Freud reflexionó sobre su carrera hasta ese momento y afirmó que esta era su obra maestra. Dijo: “Contiene, aun de acuerdo con mi juicio actual, el más valioso de los descubrimientos que tuve la fortuna de hacer. Un insight como este no nos cabe en suerte sino una sola vez en la vida.”.[3] Freud le da tanta importancia a “La interpretación de los sueños” porque el libro expone la teoría psicoanalítica de la estructura de la psique, y lo hace a través del análisis de los sueños.

La base del psicoanálisis es el descubrimiento del inconsciente. El idealista alemán Friedrich Schelling fue el primero en utilizar el término "inconsciente" (unbewusst en alemán) para describir el funcionamiento de la mente, y varios poetas y filósofos románticos, como Samuel Taylor Coleridge, retomaron este concepto. Pero el inconsciente del romanticismo no es el inconsciente que descubre Freud. El inconsciente romántico es un yo interior formado por emociones y sentimientos, y este inconsciente no aparece externamente. Para Freud, el inconsciente no desafía la articulación, sino que se manifiesta a través del habla y otros actos. En psicoanálisis, el inconsciente no es un lugar de emociones y sentimientos. En cambio, alberga una lógica incompatible con la mente consciente, una lógica orientada en torno al deseo. Freud se interesa por los sueños porque desbloquean el inconsciente y las películas, que comparten la estructura de los sueños, conllevan la misma promesa.

Por supuesto, existe una diferencia fundamental entre un sueño y una película. Un sujeto individual produce un sueño y un director, junto con cientos de personas más, crea una película. Incluso si la película proporciona información sobre la psique del director, esto no tiene un interés inherente para nadie más. Por suerte, probablemente debido a la naturaleza colectiva de la producción cinematográfica, la Teoría Cinematográfica Psicoanalítica nunca vagó por el camino de usar el texto como una ventana a la psique de su creador de la forma en que lo hizo la crítica literaria a mediados del siglo XX. Ningún teórico del cine interpretó “La Règle du jeu” (Las reglas del juego, Jean Renoir 1939) como el producto de la histeria de Jean Renoir de la forma en que los críticos literarios psicoanalíticos interpretaron “La carta robada” como la expresión del deseo edípico de Edgar Allan Poe. Si la película tiene valor por lo que revela sobre la psique, la psique que descubre no puede ser simplemente la del director. Aunque la psique del director indudablemente juega un papel en la forma de la película, el hecho de que la película atraiga a los espectadores indica que también habla a sus psiques y a la estructura de la psique como tal. Por ser un sueño colectivo, el cine revela la psique como tal con mayor precisión que cualquier sueño individual.

 

Teoría de la pantalla

 

Cuando la teoría cinematográfica psicoanalítica surge por primera vez en serio, el goce no juega ningún papel en ella, y esto debería servir como una pista importante de cuán equivocada era esta teoría inicial. Para la teoría cinematográfica psicoanalítica de los años setenta y ochenta, el imaginario sirve como categoría privilegiada para el análisis del cine. En cierto sentido, esto tiene sentido en la medida en que el propio cine se basa en una serie de imágenes. Pero el imaginario es también el menos importante de los tres registros de Lacan, el registro del que pasa menos tiempo hablando. En la medida en que se apoya en lo imaginario con exclusión de lo real traumático y el goce, la teoría cinematográfica psicoanalítica comienza con el pie izquierdo.

El primer intento históricamente significativo de desarrollar una teoría cinematográfica psicoanalítica se produce en Francia. Influenciados por el pensamiento tanto de Freud como de Lacan, pensadores como Jean-Louis Baudry, Jean-Pierre Oudart y Christian Metz avanzan una forma de pensar sobre el cine que se centra en los efectos específicos de la situación del espectador en el cine. Vinculan los efectos del cine en el espectador con conceptos psicoanalíticos particulares.

En cada caso, el concepto psicoanalítico central es diferente, lo que significa que cada teórico crea un tipo particular de teoría cinematográfica, pero la recepción de estas teorías tiende a fusionarlas. Baudry concibe el dispositivo cinematográfico como la colocación del espectador en la posición del niño en el escenario del espejo de Lacan. Oudart ve el concepto de sutura —la relación del sujeto con el sistema de significantes— en funcionamiento en ciertos usos de la técnica de plano / plano inverso en el cine. Y Metz, empleando dos términos del marco conceptual de Lacan, teoriza que la forma subyacente del cine esconde su estructura simbólica subyacente. Dos ideas —la pantalla que funciona como un espejo para el sujeto y la película que sutura al sujeto en su orden significante— emergen como la principal conclusión de este estallido inicial de teorización, y esta amalgama se manifiesta de manera más prominente no en Francia sino en Gran Bretaña.

En la década de 1970, la revista de cine Screen se convierte en el hogar donde varios exponentes de este tipo de aproximación psicoanalítica al cine publican ensayos. De hecho, la revista funciona como un sitio tan crucial para la difusión de esta teoría que la teoría en sí es conocida en muchos círculos como Teoría de la pantalla. Hoy en día, se emplea el término "teoría de la pantalla" para distinguir esta forma particular de teorización psicoanalítica sobre el cine de las manifestaciones posteriores en las décadas de 1990 y 2000 que se ciñeron mucho más al pensamiento de Freud y Lacan. Las tres figuras principales en el desarrollo de la teoría de la pantalla son Laura Mulvey, Stephen Heath y Colin MacCabe, pero es Laura Mulvey quien publica lo que la mayoría percibe como el texto definitivo de la teoría de la pantalla. Su “Placer visual y cine narrativo” orienta el psicoanálisis hacia fines feministas, y lo hace tomando el ensayo de Lacan “El estadio del espejo como formador de la función del yo [je] tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica” como punto de partida.[4] La teoría de la pantalla en su conjunto ve el cine popular como un grave peligro político, precisamente porque, como advierten Baudry y Metz, tiende a ocultar el acto de producción al sumergir al espectador en un baño de imágenes.

Dos ensayos, uno de Lacan y otro de su discípulo (y yerno) Jacques-Alain Miller, sirven como inspiración principal para la teoría de la pantalla. Del ensayo de Lacan "El estadio del espejo", la teoría de la pantalla adopta la idea de que el cuerpo fragmentado se convierte en un ego cuando se reconoce erróneamente a sí mismo como un todo al identificarse con su imagen especular, y la teoría traduce esta idea en la situación de espectador cinematográfico. De la Sutura (Elementos de la lógica del significante) de Miller, la teoría de la pantalla retoma el concepto de sutura y lo transforma en la función ideológica realizada a través de la forma cinematográfica popular[5]. El desarrollo de una teoría del cine que poco tiene que ver con el pensamiento psicoanalítico que le dio origen. Lo que pasa por teoría cinematográfica lacaniana no guarda ningún parecido real con Lacan.

En primer lugar, el ensayo de Lacan sobre el estadio del espejo juega un papel minúsculo en su teoría psicoanalítica general. Escribió el ensayo en 1949, antes de comenzar los seminarios en los que desarrolló su pensamiento, y sus orígenes en realidad se remontan a finales de la década de 1930, cuando propuso por primera vez el concepto. Ya en 1954, durante su Seminario II, Lacan anuncia que él mismo considera que el estadio del espejo es un concepto anticuado. Y su descubrimiento del objeto a como punto nodal de su teoría del deseo en 1962 lo lleva a enfatizar que este objeto es precisamente lo que elude la imagen del espejo.[6] El problema con la idea del estadio del espejo es que conduce a un énfasis sobre lo imaginario a expensas de lo real, razón por la cual el enfoque de la teoría de la pantalla en este ensayo conduce a un callejón sin salida.

Pero incluso dentro de los confines del ensayo del estadio del espejo en sí, la teoría de la pantalla realiza una operación asesinada sobre el concepto de Lacan. Según Lacan, el niño de entre seis y dieciocho meses tiene una experiencia fragmentada de su cuerpo y aún no ha desarrollado un yo. En algún momento durante este período, sin embargo, el bebé se mira en un espejo y ve un ser completo en lugar de uno fragmentario. Este engaño, como lo ve Lacan, es esencial para la función del orden imaginario, que tiene el efecto de crear una totalidad ilusoria. El logro culminante del orden imaginario es el yo del sujeto, pero en este ensayo y a lo largo de su carrera, Lacan enfatiza que, aunque el yo es un yo corporal, es imaginario en ambos sentidos del término: una ilusión y una imagen. El objetivo del ensayo del estadio del espejo es explicar la formación del yo a través de un proceso de identificación imaginaria.

El estadio del espejo no tiene nada que ver con la producción de un sujeto, pero así es como la teoría de la pantalla interpreta y despliega el ensayo. El teórico principal que retoma este ensayo es Jean-Louis Baudry, quien escribe dos artículos influyentes titulados “Ideological Effects of the Basic Cinematic Apparatus”[7] y “The apparatus: Metapsychological approaches to the impression of reality in cinema”. Baudry alinea su crítica del cine con su lectura del ensayo del Estadio del espejo: ambas estructuras dan una identificación al individuo y al hacerlo esconden el proceso de producción que engendra esa identidad. Al hacer invisible la producción, argumenta Baudry, el dispositivo cinematográfico nos engaña acerca de nuestro propio estatus en relación con la imagen. Aunque estamos inmóviles y pasivos, nos identificamos con la cámara y experimentamos una sensación de dominio sobre el campo visual a través de esta identificación. En opinión de Baudry, el dispositivo también nos convence de que pertenecemos al mundo del campo visual. De esta manera, oscurece la alienación del espectador de lo que ve.

Como lo ve la teoría de la pantalla, la pertenencia que produce el dispositivo es una interpelación ideológica. La ideología permite a los individuos creer que son sujetos, creer que pueden determinar sus propias vidas, que los factores socioeconómicos no los controlan y que no pertenecen a ninguna clase en particular ni tienen ningún vínculo definido con otros de su clase. La interpelación ideológica le da al individuo un sentido de identidad y dirección para que no surja el cuestionamiento sobre el orden social en su conjunto y su injusticia. Este proceso funciona con más fuerza en el cine que en cualquier otro lugar de la sociedad, según Baudry. En el cine, uno puede adquirir un sentido de identidad a través del acto de ver figuras heroicas en la pantalla. Veo a Sandra Bullock o Denzel Washington actuando de una manera específica, y yo me muestro a ellos. La pantalla fílmica funciona como un espejo. Esto me permite ganar la ilusión de subjetividad y el sentido de pertenencia que viene con esa subjetividad.

Para Lacan, el sujeto se reconoce erróneamente a sí mismo en la forma de un yo a través del estadio del espejo, y en este sentido, el estadio representa un alejamiento de la subjetividad más que la constitución de la misma. Pero para la teoría de la pantalla, el resultado de la etapa del espejo no es el yo, sino el sujeto que se concibe a sí mismo como el maestro de lo que ve. La diferencia no es simplemente terminológica. Aunque Lacan teoriza la aparición de una falsa sensación de dominio en el estadio del espejo, ese dominio concierne al cuerpo mismo y no a todo el campo visual. El niño que se ve a sí mismo en el espejo imagina que tiene dominio sobre su cuerpo, no que tiene dominio sobre todo lo que ve. Mucho más importante, la transformación de la teoría de la pantalla del yo a sujeto tiene el efecto catastrófico de eliminar del relato al sujeto psicoanalítico real, que es lo que no encaja en el orden social en la teoría de Lacan. La teoría de la pantalla sostiene que el estadio del espejo, tal como se desarrolla en el espectador de una película, produce al sujeto como su efecto ideológico. Como resultado, el espectador popular es una pesadilla política de la que los teóricos de la pantalla sueñan con emanciparnos. Pero esta es una pesadilla de su propia creación que no tiene nada que ver con la teoría psicoanalítica real o el espectador real.

A través del enfoque en el escenario del espejo, la teoría de la pantalla desarrolla una crítica de lo que llama la mirada cinematográfica, que identifica con la cámara. La mirada ayuda a la producción ideológica del espectador como sujeto, según esta teoría, porque proporciona una ilusoria sensación de dominio del campo visual. A través de la cámara, el espectador se convierte en el maestro de todo lo que contempla y, en el proceso, el espectador se vuelve ciego a su dependencia real.

Laura Mulvey da a esta noción de mirada su giro más famoso cuando la emplea con fines feministas. Su ensayo “Placer visual y cine narrativo” no solo marca una importante contribución a la teoría de la pantalla; se ha convertido, con mucho, en el ensayo más antologizado en la historia de los estudios cinematográficos. La tesis de Mulvey es que el cine de Hollywood despliega la mirada para transformar al personaje femenino del cine en un espectáculo que existe solo para ser visto como un voyerista. Ella escribe,

“En un mundo ordenado por el desequilibrio sexual, el placer de mirar se ha escindido entre activo / masculino y pasivo / femenino. La mirada determinante del varón proyecta su fantasía sobre la figura femenina, a la que talla a su medida y conveniencia. En su tradicional papel de objeto de exhibición, las mujeres son contempladas y mostradas simultáneamente con una apariencia codificada para producir un impacto visual y erótico tan fuerte, que pueda decirse de ellas que connotan “para-ser-miradabilidad” (to-be-looked-at-ness). La mujer expuesta como objeto sexual es el leitmotiv del espectáculo erótico.”[8]

La cámara y el personaje masculino trabajan en concierto con el espectador para levantar la mirada, mientras que el personaje femenino encarna solo la “para-ser-miradabilidad”. La mirada representa el enemigo contra el que debe luchar la teoría de la pantalla, incluso si este enemigo es imposible de eliminar de una vez por todas.

Mulvey construye su concepción de la mirada sobre la base del ensayo escénico del estadio espejo de Lacan, que juega el mismo papel para ella que para Baudry. La mirada del espectador masculino a la mujer en la pantalla es similar a la mirada del bebé en el espejo. Durante esta mirada, el cuerpo fragmentario del infante adquiere la ilusión de plenitud a costa de distorsionar el objeto que se ve. Mulvey se centra en la violencia de la mirada sobre el objeto, mientras que Baudry arremete contra el peligro para el espectador que mira y luego adopta la posición de sujeto. En ambos casos, sin embargo, la mirada funciona como vehículo cinematográfico de la ideología y, por tanto, exige una crítica despiadada. Este es probablemente el desarrollo más fatídico en la historia de la teoría de la pantalla. En la base de su pensamiento, Lacan no alinea la visión con una mirada de dominio como lo hace la teoría de la pantalla, sino que se centra en lo que interrumpe nuestro dominio cuando miramos. Aquí, el malentendido está completo.

Pero increíblemente, los errores que ocurren con el concepto de sutura son igualmente graves. En "Sutura", Miller explica la concepción de subjetividad de Lacan a través de una referencia a la teoría del número de Gottlob Frege. Compara el papel que juega el sujeto dentro del sistema de significación con el papel que juega el número 0 en la teoría de Frege. Según Miller, la sutura muestra que lo simbólico no es un sistema cerrado, sino uno cuya estructura interna exige una referencia a lo que está fuera de él. La sutura marca el punto en el que la externalidad del sujeto se manifiesta dentro del sistema significante y, por lo tanto, atestigua la necesaria falta de completitud o totalidad del sistema. El sujeto es lo que no encaja, no lo que encaja.

Cuando Jean-Pierre Oudart importa el concepto de sutura al análisis del cine, conserva algo del sentido original de Miller. En "Cinema and Suture"[9], Oudart le da crédito a Robert Bresson por descubrir la sutura en el cine en su película “El proceso de Juana de Arco” (Procès de Jeanne d'Arc, 1962).  De acuerdo con Oudart, Bresson utiliza la edición – específicamente la técnica de plano y contraplano: para ubicar al espectador dentro del espacio fílmico, y Oudart celebra a Bresson por su empleo de la sutura. Para Oudart (al menos en su ensayo “Cinema and Suture”), la sutura no tiene un efecto ideológico inherente, pero esta es precisamente la triste conclusión a la que llega el concepto cuando la teoría de la pantalla lo transforma.

Durante las décadas de 1970 y 1980, la sutura se convierte en el término omnipresente para la interpelación ideológica del sujeto en la realidad ilusoria del cine. En lugar de ser un concepto que indica lo incompleto del sistema significante, la sutura viene a significar la totalidad de este sistema. El punto en el que la película sutura al espectador es el punto en el que el sujeto sucumbe al poder ideológico del texto fílmico. El término "sutura" se convierte en una abreviatura del funcionamiento ideológico del cine narrativo.

Daniel Dayan es el teórico más responsable de esta transformación. En un ensayo a menudo antologizado titulado "The Tutor-Code of Classical Cinema", Dayan asocia la sutura con la función ideológica del cine en términos inequívocos. Concluye el ensayo con una acusación exhaustiva de la sutura. Escribe: “Mediante la sutura, el discurso cinematográfico se presenta como un producto sin productor, un discurso sin origen. Habla. ¿Quién habla? Las cosas hablan por sí solas y, por supuesto, dicen la verdad. El cine clásico se establece como el ventrílocuo de la ideología.”[10] Desde la perspectiva de Dayan, la teoría psicoanalítica puede ayudarnos a comprender el papel ideológico que juega el cine en el orden social.

Esta concepción del psicoanálisis explica cómo encajamos sin problemas en el orden social y tomamos erróneamente la presentación de la realidad de este orden como realidad como tal. El problema es que el psicoanálisis surge de la incapacidad del sujeto para encajar sin problemas en el orden social. Como Miller lo articula originalmente, la sutura representa la externalidad inherente del sujeto vis-à-vis el orden simbólico y la marca disruptiva que el sujeto deja en este orden. Pero esta disrupción desaparece cuando la teoría psicoanalítica se convierte en teoría cinematográfica psicoanalítica.

El problema no es que la teoría cinematográfica psicoanalítica diagnostique al cine como ideología, sino que realiza este diagnóstico de forma demasiado abrupta y sin recurrir adecuadamente al psicoanálisis mismo. Uno podría fácilmente hacer este diagnóstico sin discutir el psicoanálisis en absoluto, simplemente lamentando el papel que juega el poder en el espectador cinematográfico y acusando al cine por su creación de un efecto de realidad. La teoría de la pantalla no necesita discutir el psicoanálisis para criticar el cine popular de la misma manera que lo hace. Es decir, nada cambiaría excepto la terminología si se restara el psicoanálisis de la teoría de la pantalla.

Pero la aparición de la teoría de la pantalla tuvo el efecto de impedir el desarrollo de una auténtica teoría cinematográfica psicoanalítica. Los críticos de cine imaginaban que ya sabían cómo se podía aplicar el psicoanálisis al cine, por lo que no necesitaban pensar más en esta relación. Podrían seguir adhiriéndose o atacando la teoría de la pantalla como si fuera la manifestación de un enfoque psicoanalítico del cine. Y podrían ser sordos a la articulación de una alternativa convincente.

 

Lo Traumático de Joan Copjec

 

A lo largo de la década de 1970 y principios de la de 1980, la teoría de la pantalla disfrutó de un reinado indiscutible como encarnación de la teoría cinematográfica psicoanalítica. Aunque muchos cuestionaron sus principios, nadie cuestionó las credenciales psicoanalíticas de la teoría de la pantalla. La primera incursión contra el dominio de la teoría de la pantalla se produce en 1986, con la publicación de Sexuality in the Field of Vision, de Jacqueline Rose. En este trabajo, Rose cuestiona explícitamente el énfasis que la Teoría de la pantalla pone en el escenario del espejo y la identificación imaginaria en el espectador.[11] Pero la contribución más importante de Rose es su crítica de la conceptualización de la mirada. Rose ofrece un relato sofisticado de la mirada como una forma del objeto a, pero no enfatiza el estado de la mirada como real en lugar de simbólica o imaginaria en su crítica. Esto es lo que Joan Copjec enfatiza con mucho detalle en su innovador ensayo de 1989 "El sujeto ortopsíquico".[12]

Desde el principio, es importante distinguir la mirada de la visión. Si bien en Lacan, al escribir en francés, no se puede hacer esta distinción - le regard significa tanto “ver” como “mirar”) -  los dos términos en inglés permiten una aclaración importante. La visión es la actividad subjetiva de ver, mientras que la mirada es el objeto dentro del campo de visión que los ojos no puede ver. Es importante, después de la intervención de Copjec, mantener siempre la distinción entre la visión que examina el campo visual y la mirada como objeto dentro del campo visual. No hay visión que pueda ver la mirada, pero no hay visión sin la mirada que no puede ver.

Según Copjec, el cine confronta al sujeto con una ausencia real que permanece irreductible a cualquier identificación imaginaria o simbólica, y es esta ausencia la que actúa como causa del deseo del sujeto. La ausencia es la mirada. En “El sujeto ortopsíquico”, afirma, “El sujeto es el efecto de la imposibilidad de ver lo que falta en la representación, lo que el sujeto, por tanto, quiere ver. La mirada, objeto-causa del deseo, es objeto-causa del sujeto del deseo en el campo de lo visible”.[13] Es decir, el sujeto emerge por el punto de imposibilidad. La esencia del fenómeno cinematográfico no radica en lo que ve el sujeto, sino en la ausencia o mirada dentro del campo visual que examina. La mirada como plenitud real, no imaginaria, tiene el papel determinante en la relación del espectador con el campo visual.

El ensayo de Copjec introduce la categoría de lo real de Lacan en una teoría cinematográfica psicoanalítica obsesionada con los registros imaginario y simbólico. No es por casualidad que el título de la obra fundamental de Christian Metz sobre la teoría cinematográfica psicoanalítica, “El significante imaginario”, haga referencia a lo imaginario y lo simbólico, pero no a lo real. La Teoría de la pantalla se ocupa de cómo la situación imaginaria del espectador del cine promueve la estructura ideológica que opera dentro del orden simbólico. Dado que la Teoría de la pantalla ve el cine casi en su totalidad a través de la lente de lo imaginario, nunca capta las ausencias reales que acechan a todos los espectadores. Aquí es donde interviene Copjec.

En su análisis de la Teoría de la pantalla, Copjec identifica la manifestación de su evitación de lo real - una preocupación por el poder a expensas del deseo. Como el apóstata psicoanalítico Alfred Adler, los teóricos de la Pantalla se refugian en una teoría del poder que ignora por completo el deseo que atrae a los espectadores al cine en primer lugar. El cine, para esos teóricos, se refiere al poder del dispositivo sobre el espectador y al poder del hombre sobre la mujer. En este sentido, argumenta Copjec, la Teoría de la pantalla está mucho más alineada con el pensamiento de Michel Foucault que con el de Jacques Lacan, y no reconoce cómo el poder no da cuenta de la disrupción de lo real en el espectador cinematográfico.

Lo real, para Lacan, es siempre traumático y, por tanto, es totalmente apropiado que el ensayo de Copjec que privilegia lo real haya tenido un efecto traumático en algunos de los exponentes originales de la Teoría de la pantalla. En una conferencia titulada "Théorie du Cinéma et Crise dans la Théorie" en París en 1988, Copjec presentó el documento que finalmente se convirtió en "El sujeto ortopsíquico" por primera vez a los referidos que incluían a Christian Metz y Raymond Bellour, dos de los gigantes de la versión dominante de la teoría cinematográfica psicoanalítica en ese momento. Tanto Metz como Bellour expresaron verbalmente su desacuerdo con Copjec, pero Bellour, a quien se le pidió que escribiera una respuesta oficial para el número de la revista producido a partir de la conferencia, registró el impacto traumático del ensayo de Copjec por escrito.

Aunque Bellour accedió a escribir un ensayo en respuesta a Copjec, encontró su argumento tan fuera de límites que cambió de opinión. En lugar de un ensayo, escribió una carta al diario explicando por qué no podía escribir una respuesta. En esta breve carta, sostiene que Copjec no pudo apreciar las contribuciones genuinas de los teóricos del cine psicoanalíticos franceses y estadounidenses y, que, además, no siguió "las reglas del juego".[14] La indignación de Bellour no está fuera de lugar: proviene directamente de la afirmación de Copjec de que Bellour y otros Teóricos de la pantalla basaron su teorización en una comprensión incorrecta del pensamiento de Lacan. En su carta, Bellour ataca la presunción de Copjec al hacer esta afirmación. Él escribe que su texto "deja a uno creer que ellos [los teóricos de la pantalla] serían todos incorrectos en relación con una verdad hipotética de Lacan de la cual [el texto de Copjec] sería el poseedor". Luego etiqueta el ensayo como “una reacción extrema y personal”. Si Bellour creyera que Copjec tiene solo una “verdad hipotética de Lacan”, podríamos imaginar que habría escrito un ensayo corrigiéndola en lugar de escribir una carta demeritándola. La existencia de la carta en lugar del ensayo es una ausencia indicativa de un trauma. Lo que Bellour no puede decir significa más enfáticamente que lo que dice. Pero la inmediata (falta de) reacción de Bellour a "El sujeto ortopsíquico" es solo el comienzo de una sordera profunda que dura hasta bien entrada la década de 2000. Aunque los críticos reconocen la existencia del ensayo de Copjec, nadie se relaciona con él hasta veinte años después de su publicación.

En cierto punto, queda claro que los críticos de cine se aferran a la teoría de la pantalla e ignoran la intervención de Copjec porque ofrece un terreno más fácil para la crítica. Este es seguramente el caso de David Bordwell, quien es el coeditor de Post-Theory, un ataque a la teoría cinematográfica psicoanalítica por su dominio del campo y su supresión de facto de la investigación empírica e histórica. En su ensayo del volumen, Bordwell dedica un tiempo a criticar a Copjec como un ejemplo del “razonamiento asociacionista de la teoría cinematográfica contemporánea”, agrupándola con los mismos teóricos a quienes la propia Copjec ataca en su ensayo.[15]

Lo que se destaca en la crítica de Bordwell a Copjec, sin embargo, es que él se enfoca en su análisis de la ficción policíaca y el cine negro más que en su revisión de la teoría cinematográfica psicoanalítica. Claramente, Bordwell conoce a Copjec (ya que escribe sobre ella durante varias páginas), pero ignora su importante contribución a la teoría del cine. Para sostener su asalto a lo que él llama "teoría de la posición del sujeto" y "culturalismo" en los estudios cinematográficos, Bordwell debe omitir la única teoría que no encaja en ninguno de los campos y que, por lo tanto, arruinaría su plan de ataque - la teoría cinematográfica psicoanalítica que Copjec articula en "El sujeto ortopsíquico". La existencia de este ensayo sigue siendo significativa porque casi todo el mundo lo conoce y, sin embargo, casi nadie le presta atención.

  

La relevancia de Slavoj Žižek

 

El gran volumen de la producción teórica de Žižek —ha promediado más de un libro por año desde que apareció su primer libro en inglés en 1989— exige un compromiso crítico, si no reconocimiento. Žižek no solo produce una gran cantidad de material teórico, sino que su estilo dramático y pronunciamientos provocativos también le atraen una atención considerable. Es en gran parte responsable de ejemplificar la genuina teoría cinematográfica psicoanalítica que inició Copjec.

La interpretación de Žižek de Lacan en “El sublime objeto de la ideología” en 1989 cambia la concepción común de él como pensador. En lugar de aceptar la agrupación tradicional de Lacan con otros teóricos franceses como Jacques Derrida, Gilles Deleuze, Michel Foucault y Roland Barthes, Žižek vincula a Lacan con figuras de la historia de la filosofía como Descartes, Kant y Hegel. Al hacerlo, establece a Lacan como un filósofo del sujeto más que como un crítico de la subjetividad. Este cambio conduce a la crítica implícita de Žižek al proyecto completo de la teoría de la pantalla, que se basa en la creencia de que el sujeto es un efecto de la ideología.

Mientras que la teoría de la pantalla critica el cine popular por producir al sujeto como un efecto ideológico, Žižek critica el cine cuando oscurece el trauma de la subjetividad mediante el despliegue de una fantasía ideológica. La subjetividad, como la ve Žižek, es lo que surge del fracaso de la interpelación ideológica, no el resultado de una interpelación exitosa. Por tanto, el sujeto no es ideológico, sino una forma de resistencia a la ideología. No es idéntico al Yo, que es producto de un desconocimiento imaginario. El sujeto es el sujeto del significante, por lo que depende inicialmente del significante y de la ideología. Pero el significante produce un sujeto dividido de sí mismo, y esta división es la clave de su capacidad para oponerse a la ideología. El inconsciente no es solo ideología, sino también la fuente de oposición real a la ideología. Si bien el cine puede oscurecer esta posible oposición a la ideología, también puede revelarla al involucrar al espectador con la forma en que el sujeto aparece en la ficción cinematográfica como un vacío dentro de la ficción.

Existe un potencial para explotar la ideología en el cine porque, para Žižek, las películas tienen el estatus de sueños. Žižek sigue a Freud y Lacan al ver el sueño (y por lo tanto al cine) como un lugar privilegiado para el encuentro del sujeto con su deseo. En "El sublime objeto de la ideología", Žižek proclama: “sólo el sueño nos acerca más al verdadero despertar, es decir, a lo Real de nuestro deseo”[16] Debido a su estructura como ficción visual, el cine involucra lo real que la vida cotidiana deja escondida.

Los análisis fílmicos de Žižek casi siempre se enfocan en ciertas escenas cruciales en las que la película logra atrapar y exponer el deseo del espectador más que en películas enteras. A menudo, estas no son las escenas que otros críticos celebran, sino más bien escenas que parecen intrascendentes. Pero el análisis de Žižek muestra cómo el encuentro con nuestro deseo ocurre cuando menos lo esperamos. Por ejemplo, en su análisis de “Psicosis” (Psycho, 1960) de Alfred Hitchcock, Žižek no se centra en la célebre escena de la ducha, sino en lo que sigue a continuación. Una de las escenas más importantes en la historia del cine para Žižek involucra a Norman (Anthony Perkins) escondiendo el auto de la recién asesinada Marion (Janet Leigh) en el pantano detrás del Motel Bates.

Lo real del deseo no está presente en la mirada del espectador o de Norman a Marion en la ducha, sino en el objeto que se hunde, o no se hunde, en el pantano. Cuando Hitchcock muestra que el automóvil deja de hundirse a mitad de camino a través de su descenso, destaca el deseo del espectador y alinea ese deseo con el encubrimiento de Norman de un asesinato. Corta el rostro ansioso de Norman y de ese modo anima al espectador a compartir el deseo de Norman de que el coche se hunda. Žižek señala que el rodaje de esta escena expone la inversión del espectador en la película a través del deseo y la imposibilidad de una visión imparcial de los eventos en la pantalla. La secuencia obliga al espectador a confrontar su complicidad con la acción de Norman en el nivel del deseo. Hitchcock priva al espectador de la ilusión de distanciamiento psíquico de lo que acontece dentro de la realidad diegética, y esto señala la radicalidad del filme.

A pesar de la constante referencia de Žižek al cine, muchos teóricos del cine lo ven como un filósofo que carece de una preocupación genuina por el cine como tal. Según esta crítica, las películas simplemente sirven como ejemplo para Žižek, y su verdadera preocupación radica en el punto teórico que ejemplifica la película. Según Stephen Heath, “es indicativo de que Žižek tiene, de hecho, poco que decir sobre la “sociedad”, “dispositivo”, etc., todas las preocupaciones de los intentos inmediatamente precedentes de pensar el cine y el psicoanálisis (las películas y las novelas, por lo tanto, la mayoría de las veces se hace referencia sin ninguna distinción particular entre ellas como formas).” Vicky Lebeau se hace eco de este punto, afirmando que “es la especificidad del cine lo que parece desaparecer en la explicación de Žižek: la connivencia entre espectáculo e imagen, proyección y narrativa.” Es el caso de que Žižek no suele proporcionar un análisis sostenido de películas completas, y sus análisis a veces ignoran aspectos formales de las películas que analiza. Sin embargo, esta línea de pensamiento pierde el peso de la contribución de Žižek.

La crítica pasa por alto las muchas ocasiones en las que Žižek analiza directamente la forma, como su interpretación del despliegue del deseo del espectador en relación con la forma en “Psicosis”. Pero lo que es más importante, no reconoce que el propio giro de Žižek hacia el cine demuestra una apreciación de su especificidad. Vuelve a los ejemplos fílmicos más que a ningún otro porque el cine habla de una manera específica al deseo contemporáneo. La especificidad de la película para Žižek radica en cómo escenifica nuestro deseo. Las ficciones fílmicas tienen la capacidad de confrontarnos con el deseo que de otro modo perderíamos.

Aunque Žižek no enfatiza la forma cinematográfica en la medida en que Copjec lo hace o desarrolla un sistema completamente elaborado de interpretación cinematográfica, sus breves análisis de escenas cinematográficas importantes ayudan a allanar el camino para otros teóricos psicoanalíticos que han seguido la estela de Žižek. De frente al dominio absoluto del antiguo concepto de la mirada elaborado por la teoría de la pantalla en los años setenta y ochenta, la transformación teórica que lideró Žižek ha sido revolucionaria. Por breves o meramente ejemplares que hayan sido sus análisis fílmicos, han jugado un papel central en el renacimiento de la teoría cinematográfica psicoanalítica.

 

La Mirada o lo que no se ve

 

El paso de la teoría de la pantalla a una auténtica teoría cinematográfica psicoanalítica implica un cambio radical de énfasis en el análisis cinematográfico. La teoría de la pantalla prioriza el proceso de identificación imaginaria que tiene lugar cuando un espectador mira una película, mientras que la teoría cinematográfica psicoanalítica se centra en la forma en que una película se relaciona con el deseo del espectador. No se trata simplemente de un ajuste menor, sino de un cambio teórico total en el que nada permanece igual. El acercamiento a películas particulares no comienza con la ilusión de plenitud en la imagen y el proceso de producción ausente que esta plenitud imaginaria ofusca, como lo hace el enfoque de la teoría de la pantalla. En cambio, se centra en cómo la película estructura formalmente la relación entre plenitud y ausencia dentro de la imagen. Descubre el alcance político de una película al examinar cómo la película despliega plenitud y ausencia, y el resultado es que la política del cine se vuelve mucho más compleja.

Una de las grandes ironías en la historia de la teoría del cine es el mismo término "teoría de la pantalla". Bien podríamos decir que los teóricos asociados a la revista Screen niegan la existencia de una pantalla. Para ellos, como apunta Joan Copjec en “El sujeto ortopsíquico” (y posteriormente en Read My Desire), la pantalla de cine funciona como un espejo. El problema con esta reducción de la pantalla al espejo es que la pantalla no solo refleja un yo ideal imaginario al espectador. También produce un encuentro con lo que Lacan llama lo real, el punto de imposibilidad dentro de la estructura simbólica. Como el propio Lacan afirma en el Seminario XIII, “La pantalla no es solamente lo que oculta lo real, lo es seguramente, pero al mismo tiempo lo indica.”[17]. En el campo visual, la pantalla cumple una doble función: es un sitio para presentar la imagen y para marcar lo que falta dentro de la imagen.

Al hablar de la pantalla, Lacan utiliza el término francés écran, que tiene el mismo significado contradictorio que la palabra inglesa "screen". Una pantalla es simultáneamente un dispositivo que permite ver imágenes y un obstáculo para ver. Uno mira una pantalla de cine y ve imágenes en la pantalla, pero una pantalla frente a alguien evita que uno la vea. La concepción de Lacan de la pantalla es paradójica: “esconde lo real” cuando funciona como un sitio para ver, pero “indica” lo real a través de su acto de bloquear lo que el sujeto puede ver.

La pantalla no refleja la imagen idealizada del sujeto, sino que abre un agujero en el campo de visión. Este agujero perturba la mirada del sujeto; la pantalla le revela al sujeto que no todo lo ve, que no existe la visión de Dios sobre la realidad. Pero la alteración de la visión del sujeto es la condición de visibilidad del campo que ve el sujeto. Sin lo que el sujeto no puede ver, no vería nada en absoluto. La pantalla que nos proporciona algo para mirar simultáneamente oculta una parte de lo que podemos ver, que es precisamente el acto de representación en sí mismo. El acto de representación aparece dentro de la representación como límite interno de la representación. Ninguna representación puede mostrarse mostrándose o revelarse revelando, y la pantalla marca ese límite. Pero el límite es un límite productivo.

El espacio en blanco dentro del campo de visión que produce la pantalla compromete el deseo del sujeto en este campo. Un sujeto que todo lo ve no tendría ganas de mirar, por eso las colonias nudistas no son focos de deseo, sino paradigmas para la evacuación del deseo. Deseamos ver porque no podemos ver todo, y la barrera que nos impide ver funciona como el objeto-causa de nuestro deseo u objeto en el campo visual. Ésta es la versión del objet a que Lacan llama la mirada.

La mirada es una distorsión dentro del campo visual, un punto en el que se rompe la aparente omnipotencia de la visión. En este sentido, es el reverso de la mirada de dominio que critica la teoría de la pantalla. Aparece bajo la apariencia de una mancha que vuelve ininteligible una parte del campo visual. Esta distorsión no es simplemente un aspecto contingente del campo visual, un aspecto que puede estar ahí o no. Sin él, no habría nada que ver, aunque el sujeto rara vez nota la mirada cuando mira. La mirada define el campo visual a través de la distorsión que crea, pero la mayoría de las veces sigue siendo difícil de detectar incluso cuando motiva el acto de ver del sujeto. La virtud del cine es que puede hacer evidente esta distorsión.

El ejemplo privilegiado de Lacan de la mirada no se da en el cine sino en la pintura. Lo ve en acción en Los embajadores de Hans Holbein, una pintura que representa a un par de viajeros del mundo adinerados con los pertrechos de sus viajes rodeándolos en la imagen. Pero en la parte inferior de la imagen frente a estos viajeros del mundo, el espectador puede ver una figura grande, aunque oscura. Mientras mira la pintura de frente, esta figura parece una mancha que no tiene lugar en el mundo de riqueza y esplendor representado en la pintura. Quizás parezca un error que cometió el pintor. Solo cuando uno se acerca a la pintura y mira esta figura desde la parte superior derecha puede descifrar que en realidad es una calavera. El uso de Holbein de la técnica de la anamorfosis alarga la imagen del cráneo y requiere un cierto ángulo de espectador para comprimirla en una figura inteligible. Uno puede ver el cráneo solo desde este ángulo extremo de espectador, y la distorsión anamórfica permite a los espectadores encontrar la mirada. Los espectadores pueden ver el cráneo distorsionado solo a través del acto de involucrarse dentro de la pintura moviéndose hacia adelante y mirando desde un ángulo inusual.

Cuando el cráneo se vuelve visible, el espectador reconoce su propia participación en la imagen. Es decir, la mirada revela que Holbein no solo pintó el cuadro para una mirada neutral o imparcial. Hay que pasar a una perspectiva particular para verlo, revelando que la posición del espectador cuenta dentro del cuadro. La pintura en sí tiene en cuenta el deseo del espectador, y el cráneo es el punto en el que el espectador se involucra en lo que ve. Ninguna pintura o película puede anunciar directamente la participación del espectador: el intento de salir del espacio de ficción y hablar directamente al espectador siempre fracasa porque la pintura o la película no pueden salir de sí mismos y al mismo tiempo permanecer dentro de sí mismos. Por ejemplo, cada vez que una película anuncia que "esto es una película, no una realidad", podemos estar seguros de que permite al espectador evitar un encuentro con la mirada al contar, en lugar de representar, la complicidad del espectador en lo que ella o él ve. Pero la mirada señala indirectamente la implicación del espectador en forma de una distorsión en el campo visual que muestra cómo el campo visual mismo toma en cuenta el deseo del espectador en su estructura.

En el Seminario XI, donde Lacan ofrece una de sus explicaciones más amplias de la mirada, añade un ejemplo de su propia vida a la de los embajadores de Holbein. Recuerda una época en la veintena cuando dejó la seguridad de su medio culto donde creció y se fue a trabajar con un grupo de pescadores en una ciudad costera francesa. Como admite, la emoción y el peligro de esta vida lo atrajeron a ella, pero siguió siendo un extraño entre los miembros de la clase trabajadora con la que convivía. Un día, mientras estaba en el mar, uno de los jóvenes pescadores apodado Petit-Jean vio una lata de sardinas reluciendo en el océano y le señaló a Lacan que, aunque Lacan podía ver la lata, la lata no podía verlo a él (¿ves esa lata? ¿La ves? Pues bien, ¡ella, ella no te ve!). Petit-Jean entendió este comentario como un insulto que indicaba que Lacan no pertenecía al pueblo costero donde se había instalado, que no tenía lugar en el mundo del pueblo de pescadores. Pero Lacan extrae una lección diferente del encuentro con la lata de sardinas, una lección similar a la que encuentra en el cuadro de Holbein.

Aunque relata el insulto de Petit-Jean, Lacan ofrece una contra-interpretación del encuentro al que ofrece Petit-Jean. Según Lacan, la lata de sardina sí vio a Lacan en el sentido de que marca la propia distorsión de Lacan del campo visual. Afirma: “si algún sentido tiene que Petit-J ean me diga que la lata no me ve se debe a que, en cierto sentido, pese a todo, ella me mira.”[18] La lata de sardinas puede mirar a Lacan en la medida en que distorsiona la superficie del océano de la misma manera que la propia perspectiva y el deseo de Lacan distorsionan la vida en el pueblo de pescadores. Su deseo por la emoción de esta vida le impide tener una visión neutral del mundo que ve allí. Pero esta distorsión de alguna forma es ineludible. Agrega: “No soy simplemente ese ser puntiforme que determina su ubicación en el punto geometral desde donde se capta la perspectiva. En el fondo de mi ojo, sin duda, se pinta el cuadro. El cuadro, es cierto, está en mi ojo. Pero yo estoy en el cuadro.” Además de la biología básica de la vista - “la imagen, ciertamente, está en mi ojo ”- Lacan nota cómo el deseo da forma a este acto al incluir al sujeto dentro de lo que ve en el punto de la mirada. Es en la distorsión de la imagen donde se incluye al sujeto, porque la perspectiva del sujeto es responsable de distorsionar lo que ve el sujeto. Nadie puede mirar sin la distorsión que provoca el deseo.

Esta comprensión de la mirada abre un acercamiento al cine que anula por completo la anterior encarnación de la teoría cinematográfica psicoanalítica. La teoría de la pantalla concibió la mirada en el cine como una mirada subjetiva que crea la ilusión de ser omnisciente. Esta ilusión tiene efectos políticos deletéreos porque permite al sujeto creer que existe independientemente del campo visual que examina. Este sentido de independencia corresponde al individualismo que promulga el capitalismo y a la interpelación que promulga la ideología capitalista. Por esta razón, la teoría de la pantalla ataca la mirada como mirada de dominio en cada punto. Pero para ser claros, solo debemos usar la palabra "mirar" cuando nos referimos a la teoría de la pantalla y limitar la palabra "mirada" al objeto a en el campo visual.

La mirada tal como la teoriza Lacan —ubicada en la mancha de la imagen— no es el lugar donde la ideología trabaja sobre el sujeto. Es más bien el punto de un agujero dentro de la estructura ideológica. El despliegue de la mirada por parte del cine determina su valencia ideológica, pero el cine se vuelve ideológico cuando oscurece la mirada más que cuando la resalta. El cambio de la teoría de la pantalla a una auténtica teoría cinematográfica psicoanalítica pone patas arriba el análisis del cine.

La ideología funciona oscureciendo la participación del sujeto en el mundo que experimenta. Presenta el mundo como completamente formado antes y al margen del deseo del sujeto. Esto le da al mundo una solidez que realmente no tiene porque el mundo realmente se forma alrededor de la apelación que hace al deseo del sujeto. Sin la investidura de sujetos en él, el mundo dejaría de funcionar, y la ideología debe trabajar para perpetuar esta investidura sin revelar la dependencia del mundo de los sujetos que lo constituyen. En la mirada se manifiesta el papel del sujeto en la constitución del mundo que ve, por lo que el encuentro con la mirada en el cine tiene un potencial radical para transformar la relación del sujeto con su mundo. Esto es lo que descubre la reciente teoría cinematográfica psicoanalítica. [19]Pero la mayoría de las veces, el cine popular trabaja para ocultar la mirada y limitar el potencial disruptivo del cine.

 

La voz o lo que no se escucha

 

Aunque la mirada ha jugado históricamente el papel principal en las discusiones psicoanalíticas sobre el cine no es el único objeto en juego en la experiencia fílmica. Las versiones del objeto perdido que Freud concibe claramente no funcionan: incluso si las películas pueden mostrar senos o heces, nadie ha intentado convertir la película en sí misma en un pecho o un montón de excrementos, por muy buena o mala que haya sido la película. Pero este no es el caso de la otra versión del objet a que presenta Lacan: la voz. Los cineastas han explorado la voz como objeto fílmico y los teóricos del cine psicoanalíticos han interpretado el papel que juega la voz en el cine.

En una de las interpretaciones psicoanalíticas iniciales de la voz, Kaja Silverman aborda la voz de la misma manera que la teoría de la pantalla (específicamente Laura Mulvey) aborda la mirada. Según Silverman, la autoridad simbólica reside en la voz incorpórea que proporciona una voz en off y habla sin ser vista. Esta voz es casi exclusivamente masculina. La voz femenina, en cambio, se alinea con un personaje que el espectador puede ver, lo que tiene el efecto de desempoderar a la mujer. En The Acoustic Mirror, Silverman escribe: "El régimen sonoro de Hollywood es otro mecanismo, análogo a la sutura, por el cual el sujeto femenino está obligado a soportar una doble carga de carencia: absorber la castración del sujeto masculino tanto como la suya propia".[20] El personaje se ve y se escucha, mientras que el personaje masculino evita esta doble ignominia. La voz, como la mirada, no es más que un vehículo para la determinación de la autoridad.

El análisis de Silverman adolece del mismo defecto que la teoría de la pantalla de la que desciende. Bajo la apariencia de un enfoque psicoanalítico del cine, transforma al sujeto que desea en un sujeto de poder y, por lo tanto, borra la esencia del psicoanálisis. En el proceso, echa de menos cómo la voz podría funcionar como una versión del objeto y no simplemente como un objeto empírico que uno puede aislar fácilmente. Así como la mirada como objet a no es un sujeto que mira, la voz como objet a no es un sujeto que habla.

La mirada es cómo el deseo del sujeto distorsiona el campo visual y, según Lacan, la voz es cómo el deseo del sujeto distorsiona el campo auditivo. La diferencia entre la mirada y la voz se deriva de la diferencia entre los campos visual y auditivo. La mirada existe en el margen de la imagen, como la calavera al pie del cuadro de Holbein o en el momento en que el coche de Marion deja de hundirse en Psicosis. Debido a la naturaleza del campo auditivo, la voz no puede permanecer tan discreta como la mirada. Los momentos en que la voz se distingue del sonido son mucho más raros en el cine que los momentos en que la mirada se distingue de la imagen. Michel Chion identifica la forma primaria que asume la voz como objeto a.

Chion es el gran teórico de la voz en el cine. Inventa el concepto de “Acusmaser” (Acousmêtre) para dar cuenta de la voz como objeto cinematográfico. El Acusmaser es una voz que aparece dentro de la realidad diegética de la película pero que no se adjunta a ninguna representación específica, como la voz de la Sra. Bates en Psicosis o la del Dr. Mabuse en “El Testamento del Dr. Mabuse” (Das Testament des Dr Mabuse, Dir. Fritz Lang 1933).[21] Aunque Chion no se identifica explícitamente con la teoría psicoanalítica, el Acusmaser es una concepción de la voz como objeto. Cuando el espectador escucha el Acusmaser, encuentra la voz como un objeto desapegado. La voz como objet a manifiesta el deseo del sujeto porque es lo que se puede escuchar más allá del régimen del sentido.

La voz es una perturbación del campo auditivo. Es el punto en el que el sonido deja de alinearse con la significación y se hace evidente la parcialidad o no neutralidad del campo auditivo. Las películas que los críticos asocian tradicionalmente con la exploración del sonido cinematográfico, como “La conversación” (The Conversation, Dir. Francis Ford Coppola 1974) o “Estallido mortal” (Blow Out, Dir. Brian DePalma 1981), suelen ser exploraciones de la voz como objeto. Este es ciertamente el caso de “La conversación”, donde la repetición de la frase "Nos mataría si tuviera la oportunidad", hace que la voz sea un objeto evidente.

La película muestra a Harry Caul (Gene Hackman), un experto en vigilancia de audio, que es contratado para investigar a una pareja joven que tiene una aventura. En la secuencia de apertura de la película, él y su equipo graban al hombre y la mujer mientras caminan entre la multitud en Union Square de San Francisco. A través de una serie de manipulaciones de la grabación, Harry descifra la declaración del hombre: "Nos mataría si tuviera la oportunidad". Sobre la base de este descubrimiento, asume que la pareja corre peligro debido al marido de la mujer, el director (Robert Duvall) de la empresa que contrató a Harry. Cuando hace la declaración por primera vez, parece que el hombre enfatiza la palabra "matar", por lo que Harry cree que el director tiene la intención de matarlos y que será cómplice de este asesinato porque él hizo la grabación.

Pero después de que muere el director en lugar de la pareja, Harry vuelve a la grabación y escucha algo bastante diferente. En lugar de enfatizar la palabra "matar", escucha énfasis en la palabra "nosotros", que indica que el hombre estaba justificando ante su amante el futuro asesinato de su esposo. Al mostrar cómo exactamente la misma declaración puede cambiar por completo su significado en función del deseo del oyente, “La conversación”confronta al espectador con la voz como el punto en el que el deseo da forma al campo auditivo. Al igual que Harry, el espectador escucha una declaración diferente después de conocer el asesinato del director.

El encuentro con la voz despoja al sujeto de la neutralidad del campo auditivo. La voz juega un papel paralelo a la mirada para la teoría cinematográfica psicoanalítica. En ambos casos, el objeto se entromete en la distancia segura del espectador de los eventos en la pantalla y hace evidente la participación del espectador en estos eventos. Esto significa que la teoría psicoanalítica no puede ignorar la voz, pero tampoco debemos reprender al cine cuando centra su atención en la mirada con exclusión de la voz. La mirada y la voz son dos formas diferentes del mismo objeto perdido: el objeto que marca una ausencia en el campo visual o auditivo y que manifiesta el deseo del sujeto.

 

Antagonismo omitido

 

El cine se basa en la mirada y la voz para despertar el deseo del espectador. Una película sin ninguna sugerencia de la mirada o la voz sería una película imposible de ver. No habría nada para disfrutar, ningún momento que se apartara de la procesión de imágenes socialmente autorizadas. Pero el contraste —una película que produjo un encuentro tras otro con la mirada— resulta igualmente desagradable para el espectador. Cuando esto ocurre, el trauma del encuentro con lo real de la mirada se normaliza y comienza a funcionar como una nueva construcción simbólica. La mirada requiere el desarrollo de una estructura simbólica de la que sobresalga. Así como la pintura de Holbein requiere la representación de los dos embajadores y su acumulación de riqueza para que el cráneo funcione como mirada, una película debe establecer una realidad diegética para revelar la participación del espectador en ella a través de la mirada. Un engaño inicial sobre la posición del espectador es necesario para la revelación de su verdad. La mayoría de las películas, sin embargo, no llegan a revelar la verdad del sujeto. No logran confrontar al sujeto con la mirada como lo hace la pintura de Holbein. Las películas se distinguen estética y políticamente en base a la relación que asumen con la mirada.

La forma principal en que opera la ideología en el cine no es (como sostiene la teoría de la pantalla) a través de la identificación con la cámara o con los personajes en la pantalla, sino a través de la representación y posterior resolución de la mirada. La resolución de la mirada se da dentro de una fantasía que logra lo imposible. En el curso de esta operación ideológica, lo real imposible se convierte en una posibilidad simbólica y, por lo tanto, lo real desaparece de la vista. Las películas que realizan esta operación tienen un efecto pacificador inherente en los espectadores. Trabajan para convencer al espectador de que el trauma de lo real no es más que un hipo simbólico temporal.

Podemos ver este tipo de resolución ideológica de la mirada en el caso de “Casablanca” (Michael Curtiz 1942). La película muestra una interrupción en la vida de Rick Blaine (Humphrey Bogart), un expatriado estadounidense que dirigía un bar en Marruecos durante la Segunda Guerra Mundial. Un antiguo amor del pasado de Rick, Ilsa Lund (Ingrid Bergman), llega al bar de Rick una noche con su esposo, Victor Laszlo (Paul Henreid). Víctor es un líder de la oposición que busca una carta de tránsito para él y para Ilsa para que puedan escapar de los nazis, y Rick posee dos cartas que garantizarían su libertad. La película gira en torno a dos fantasías ideológicas en competencia centradas en Rick: por un lado, un reencuentro con Ilsa y, por otro, ayudar heroicamente a Víctor en su escape.

La coexistencia de dos imperativos ideológicos contrapuestos e irreconciliables indica que la película toca lo real. Revela la naturaleza antagónica del orden simbólico al espectador. Se ve cómo las demandas simbólicas se contradicen entre sí y conducen a un callejón sin salida evitable. Este impasse es lo real, y es el punto en el que el deseo del espectador compromete la película. Durante la mayor parte del tiempo de ejecución de “Casablanca”, la mirada acecha en forma de impasse entre los imperativos ideológicos en competencia, pero la conclusión de la película domestica la mirada y permite al espectador haberla disfrutado sin enfrentarse al trauma inherente de este goce. Pero el final de Casablanca no es tan desastroso políticamente como podría haber sido.

“Casablanca” rechaza la resolución barata de que Ilsa se quede con Rick mientras ayudan a Víctor a escapar solo. Este tipo de resolución es común en el cine popular. La conclusión de “Batman: El caballero de la noche asciende” (The Dark Knight Rises, Dir. Christopher Nolan 2012), por ejemplo, muestra a Batman (Christian Bale) enfrentado al estancamiento de dos imperativos en competencia: una unión romántica con Selina Kyle (Anne Hathaway) y salvar la ciudad de Gotham sacrificando su vida. En lugar de elegir, Batman milagrosamente puede lograr ambas cosas: aparentemente muere salvando la ciudad mientras lanza una bomba atómica sobre el océano para que explote, pero luego termina en un café en Europa con Selina durante el epílogo de la película. A través de este final típico, “Batman: El caballero de la noche asciende” resuelve el antagonismo que anima la película y revela al espectador que, de hecho, el antagonismo no fue un antagonismo en absoluto sino una dificultad superable. Este es también el efecto de la conclusión de Casablanca, pero Casablanca logra la resolución del antagonismo con una destreza más fantasmática.

Si “Casablanca” fuera “Batman: El caballero de la noche asciende”, Ilsa se quedaría con Rick mientras Víctor volaba a un lugar seguro. Curtiz opta por un camino diferente al mismo efecto ideológico. Ilsa se va con Víctor, pero antes de irse, revela que ama a Rick en lugar de a Víctor. Rick decide que debe irse no porque el deber con la resistencia sea más importante que su amor (que es lo que él le dice) sino porque su amor es tan poderoso que la separación física no interferirá con él. El final de Casablanca no disminuye ni el imperativo de la unión romántica ni el del heroísmo, pero permite la coexistencia de los dos imperativos antagónicos. Aunque el antagonismo real impulsa la narrativa de la película, al final desaparece y permite al espectador aceptar que la estructura simbólica funciona de manera efectiva. Este giro final marca la desaparición de la mirada de la película.

La mirada es real, y el carácter antagónico del orden simbólico debe ser evidente para que aparezca la mirada. Cuando una película resuelve su antagonismo estructurante, la mirada retrocede y una imagen de plenitud la reemplaza. En este punto, la realidad simbólica de la película se vuelve autónoma y la participación del espectador en la estructuración de esa realidad se vuelve invisible. El encuentro con la mirada en el cine depende de la presencia del antagonismo. Cuando el antagonismo desaparece en “Casablanca” y “Batman: El caballero de la noche asciende”, estas películas esconden la mirada. Esta acción de apoyarse en la mirada y luego ocultarla es la principal operación ideológica del cine.

La ideología proclama que el antagonismo no existe y que no hay nada necesario en el trauma. Esto libera al sujeto para creer que el orden simbólico opera sin problemas por sí solo sin la participación del sujeto mismo. La ideología le da al sujeto la ilusión de un trasfondo neutral y duradero que garantiza el significado de las acciones del sujeto. El cine juega un papel ideológico en la sociedad cuando contribuye a la creencia e inversión del sujeto en este ilusorio trasfondo neutral. Esto es lo que sucede con la mayoría de las películas. Pero existe la posibilidad de que las películas se vuelvan contra su función ideológica y creen un encuentro con la mirada que alerta al espectador sobre el trauma del antagonismo real en lugar de oscurecerlo.

 

Antagonismo expuesto

 

Aunque el cine opera con mayor frecuencia a la manera de Casablanca y permite al espectador evitar confrontar las implicaciones del encuentro con la mirada (y así confrontar el antagonismo social), el cine es un medio artístico importante porque hay películas que frustran esta evitación y en cambio facilitan el encuentro con la mirada. Ninguna película evita la mirada por completo, pero la mayoría hace todo lo posible para minimizar su trauma. Sin embargo, cada salida al cine o cada vez que nos sentamos a ver una película en casa nos presenta la posibilidad del encuentro con la mirada. Aunque es inherentemente traumático, la mirada impulsa nuestro espectador. Si no existiera la posibilidad del encuentro con la mirada, nadie vería una película. En la mirada, vemos la verdad de nuestro deseo.

“M, el maldito” (M, 1931) es la obra maestra de Fritz Lang porque se niega a resolver el antagonismo como lo hace “Casablanca”.[22] La película narra una serie de asesinatos de niños que tienen lugar en Berlín durante la República de Weimar. Lang divide la atención del espectador entre los que persiguen al asesino y el asesino mismo, Hans Beckert (Peter Lorre). Esta división en la atención del espectador establece el antagonismo fundamental de la película. El deseo del espectador se alinea inevitablemente con los niños y el público que intenta protegerlos. Pero al mismo tiempo, Beckert es el único personaje individualizado en la narrativa de la película, y esto fuerza el deseo del espectador a su lado, a pesar de sus horribles acciones.

Lang no rehúye el horror del asesinato de una niña para crear simpatía por Beckert. De hecho, estructura la película como lo hace para centrarse en el trauma de los asesinatos de niños. “M, el maldito” no retrata a Beckert como una figura comprensiva, pero tampoco permite que el espectador tenga un deseo sencillo en relación con él. Esta complicación alcanza su punto culminante en la escena más importante de la película. Después de que gente del pueblo persiguen a Beckert, lo llevan a una “corte canguro” -un juicio extraoficial- en un antiguo almacén.

La escena clave en “Casablanca” ocurre en el aeropuerto, cuando Rick permite heroicamente que Ilsa se vaya y proclama que su amor trasciende la distancia física. Esta resolución del antagonismo fundamental de la película aleja al espectador de la mirada. La escena clave en “M, el maldito” se mueve en la dirección opuesta. Es la escena de la corte extraoficial, en la que el inframundo de Berlín, los criminales, conspira con otros ciudadanos para imponer su propia forma de justicia sobre Beckert. Lang filma esta escena de una manera que resalta el antagonismo de la película en lugar de oscurecerla, pero incluso la decisión de incluir la escena de la corte extraoficial indica el compromiso de la película de resaltar las contradicciones del sistema simbólico en lugar de eludirlas.

Al mostrar el tribunal extraoficial de los criminales antes de la descripción del juicio real, Lang revela que los criminales tienen un estatus interno de la ley, a diferencia del asesino de niños Beckert. Aunque los criminales violan las leyes escritas de la sociedad de Berlín, siguen perteneciendo a la sociedad de Berlín. Su desobediencia no se extiende a las reglas no escritas de la sociedad. Beckert, por el contrario, debe soportar la completa exclusión del orden social. Sus actos de asesinato infantil violan tanto las leyes escritas como las reglas no escritas y, por lo tanto, está mucho peor que los criminales. A diferencia de él, son personas que pertenecen a la sociedad y pueden juzgarlo.

En la escena en la que se sientan a juzgarlo, Lang la construye para enfatizar la alineación del espectador con el horrible asesino de niños. La escena muestra una masa amenazadora llena de odio, y contrasta con el aislado Beckert. Lang filma a Beckert articulando su defensa aislándolo en la toma, después de varias tomas de la multitud enojada. La yuxtaposición de la multitud amenazante y el asesino infantil aislado tiene el efecto de forzar el deseo del espectador a alinearse con el del asesino infantil. En este momento de la película, el espectador se encuentra con la mirada y, a través de la mirada, el antagonismo fundamental del orden social.

Mientras mira “M, el maldito”, el espectador reconoce que la sociedad moderna no puede conciliar las demandas del individuo con las de la justicia, y este fracaso pone de relieve la insustancialidad del orden simbólico. Este orden se contradice. Como resultado, se basa en la inversión del deseo del sujeto por su sustento. Cuando vemos nuestro deseo manifestado en la pantalla, vemos simultáneamente, como le gusta repetir a Žižek, que el gran Otro no existe. La estructura simbólica se apoya en la inversión del sujeto porque no puede apoyarse en sí mismo, y la tarea del cine consiste en prestar atención a esta incapacidad.

El cenit del arte cinematográfico se produce con el encuentro con la mirada y la voz. Sin duda, la teoría de la pantalla tuvo razón al hacer del acto de mirar un eje central de su enfoque del cine, pero esta teoría nunca ve lo que busca. La mirada es la ruptura del ver y el lugar de la radicalidad potencial del cine. El peligro político no es que el cine emplee la mirada, sino que la elude. La teoría cinematográfica psicoanalítica toma la mirada y la voz como puntos de partida, no porque estos objetos sean la última palabra sobre el cine, sino porque son los puntos en los que el goce se manifiesta en la forma cinematográfica. La clave de un enfoque psicoanalítico del cine radica en teorizar cómo las películas abordan formalmente el deseo y el goce del espectador, cómo construyen fantasías que apelan al deseo del espectador y que le permiten gozar a través del enfrentamiento con un antagonismo real.

 

 



[1] McGowan, T. (2015) "Psychoanalytic Film Theory and The Rules of the Game". Bloomsbury Publishing.  Extracto traducido por Héctor Mendoza

[2] La Interpretación de los sueños realmente apareció a finales de 1899, pero Freud convenció a su editor que fechara el libro en el nuevo siglo para resaltar el cambio de época de sus descubrimientos. Como resultado, 1900 se ha convertido en la fecha aceptada de la publicación del libro. 

[3] Sigmund Freud, Prólogo a la tercera edición inglesa (revisada) de La interpretación de los sueños. (Parte I) (1900) en Obras completas de Sigmund Freud, Amorrortu Editores. Vol. 4, pág. 27.  

[4] Jacques Lacan “El estadio del espejo como formador de la función del yo [je] tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica” en Escritos 1. Editorial Paidós. Pág. 99-106.

[5] Jacques Alain Miller. La Sutura. Elementos de la lógica del significante. Exposición pronunciada el 24 de febrero de 1965 en el seminario del doctor J. Lacan. Texto extraído de "Significante y sutura en psicoanálisis", varios autores, ed. Siglo XXI.

[6] Lacan resalta esto mismo en su seminario sobre el objeto del psicoanálisis. Menciona: “El objeto @, de lo que no podemos jamás agarrar, y especialmente, en el cuadro, por la razón de que es la ventana que constituimos nosotros mismos por abrir los ojos simplemente.” Jacques lacan. El seminario 13: L´objet de la psychanalyse, manuscrito inédito. Clase de Mayo 18 de 1966. (En la versión en castellano consultada en psickolibro menciona “en el cuadro” mientras que en la nota original de McGowan menciona “en el espejo”, sin embargo, considerando lo abordado en esa clase consideramos consistente ambos términos. H.M.)  

[7] Jean Louis Baudry. “Ideological Effects of the Basic Cinematic Apparatus”. Film Quarterly. Vol. 28. No.2 (Winter, 1974-1975), pp. 39-47. 

[8] Laura Malvey (2001) “Placer visual y cine narrativo” en “Arte después de la modernidad. Nuevos planteamientos en torno a la representación” (Brian Walls ed. Pp. 367-377.) Ediciones Akal. Pág. 370

[9] Jean-Pierre Oudart, “La suture”, Chahiers du Cinéma, no 211 y 212, abril y mayo de 1969.

[10] Danel Dayan. “The tutor-Code of Classical Cinema” Film Quarterly, Vol. 28, No. 1 (Otoño, 1974), p. 31. En este ensayo, Dayan incluye múltiples malentendidos e incluso completamente erróneas postulados sobre la propuesta de psicoanálisis de Lacan. Por ejemplo, menciona que Lacan llama al psicoanálisis una ciencia y que ve al psicoanálisis como una teoría de la intersubjetividad. Lo más equivocado, Dayan postula que Lacan recurre al concepto de lo imaginario para evitar el agotado concepto de subjetividad, el cual rechazó completamente. El resumen de Dayan sobre Lacan se lee actualmente como una caricatura, pero para ser justos, las versiones impresas de los seminarios no eran tan accesibles a principios de los 1970´s como los son ahora, e interpretar a Lacan solo en base a los Escritos es una empresa casi imposible.    

 [11] Rose apunta que el efecto d realidad que la Teoría de la Pantalla critica es un efecto de realidad que su concepción de lo que es el cine crea. En su discusión sobre la obra de Christian Metz, ella apunta “al confinar el concepto de lo imaginario dentro del debate sobre el realismo, Metz hace de la posición del espectador del cine (la fantasía del sujeto de la omnipercibidad) una imagen especular del error que sustenta una ontología idealista del cine (el cine como apropiación incesante y paulatinamente perfeccionada de la realidad)”. Jacqueline Rose, Sexuality in the field of visión (London: Verso, 1986), p. 201.

[12] Aunque Copjec reconoce la importancia de Rose en dos puntos de su ensayo, también señala esta ausencia - o ausencia de lo real - en la crítica de Rose a la teoría de la pantalla.

[13] Copjec, Joan. (2015 (1994)) The Orthopsychic Subject: Film Theory and the Reception of Lacan. en Read My Desire: Lacan Against the Historicists (Serie: Radical Thinkers) (p. 15). Verso. Capítulo 2.  Traducción de Héctor Mendoza

[14] Raymund Bellour, “Cher amis the Hors Cadre…;” Hors Cadre 7 (1989): 52.

[15] David Bordwell, “Contemporary Film Studies and the Vicissitudes of Grand Theory”, en Post-Theory: Reconstructing Film Studies (Madison: University of Wisconsin Press, 1996), 24.

[16] Slavoj Žižek, (1989) "El sublime objeto de la ideología". Siglo XXI: Editores Argentina 2003. Pág. 78.

[17] Jacques Lacan, El seminario XIII: L’objet de la psychanalyse, El objeto del psicoanálisis Clase del 18 de mayo de 1966. Traducción no oficial. Psykolibro. 

[18] Jacques Lacan. El seminario de Jacques Lacan. Libro 11. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. 1964-1965  (1986) Clase del 4 de marzo de 1964. Ediciones Paidos. Pág. 103.

[19] Para una elaboración más completa de este argumento, ver Todd McGowan, The Real Gaze: Film Theory After Lacan (Albany: SUNY Press, 2007).

[20] Kaja Silverman, The Acoustic Mirror: The Female Voice in Psychoanalysis and cinema (Blomington: Indiana University Press, 1988), 63.

[21] Para saber sobre la argumentación de Chion sobre el Acusmaser, ver Michael Chion, “La voz en el cine”. Ediciones Cátedra (Grupo Anaya, S. A.), 2004.

[22] “M, el maldito” representa uno de los raros casos donde un cineasta acertadamente reconoce el valor de su propia obra. Lang mismo siempre la considero su mejor película, a pesar de las muchas posibilidades que tanto la preceden como le siguieron.

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