“Todos los animales son iguales, pero hay algunos más iguales que otros”. Esta cita de Orwell podría funcionar de epitafio para nuestros tiempos. Tal es así, desde un punto de vista ingenuo, en nuestra sociedad occidental, vemos realizados los ideales de la Revolución Francesa, “Egalité, Fraternité, Liberté” (Igualdad, Fraternidad y Libertad). La mujer igual que el hombre, el negro igual que el blanco y los derechos de los niños cada vez más tomados en cuenta.
Estudios más precisos revelan que esta igualdad entre los animales implican dos elementos: el lazo social y la autoridad. Ambos pueden ser entendidos desde el estudio de Freud sobre la horda primitiva. El elemento lazo social nos lleva a la fraternidad y esta implica una nivel horizontal de la relaciones entre iguales. De acuerdo con Freud, esta fraternidad está basada en el asesinato del padre primordial, por lo menos es así en su versión de “Tótem y Tabú” de 1913. En su menos conocida pero más importante versión posterior en su estudio sobre “Moisés y la religión monoteísta” (1939) el hijo logrará la fraternidad en la instalación de una figura paterna simbólica. Esto nos lleva al segundo elemento, la autoridad. De estas dos versiones del mito, es claro que la autoridad se encuentra basada en la diferencia, más en particular la diferencia entre el grupo de iguales y aquel que no pertenece a este grupo y quien por su posición particular de ajeno, funciona como una especie de garantía para este grupo. Obviamente para Freud, esta posición es la tomada por el padre, de ahí el lazo entre la horda primitiva y el complejo de Edipo.
Si es cierto que vivimos en la era de “todos los animales son iguales”, esto necesariamente implica la obliteración de la diferencia. En vista del hecho que la autoridad está basada en la diferencia, la implicación es que la autoridad se va por el caño también. Desafortunadamente para nosotros, las esperanzadoras consecuencias de la “égalité et liberté” no llegaron a realizarse, y en su lugar nos enfrentamos, al menos en Europa, con un creciente corporativismo, racismo y nacionalismo. En lugar de la autoridad de ayer, nos encontramos más y más con el poder, lo cual es algo muy diferente.
Es importante intentar comprender la diferencia entre el poder y la autoridad. Desde el punto de vista lacaniano, el poder siempre concierne a una relación dual, es decir: yo o el otro (Lacan, 1936). Esta supuestamente relación igualitaria conlleva a una encolerizada competencia en la cual uno de los dos tiene que ganar sobre el sobre. La Autoridad por el otro lado, siempre concierne a una relación triangular, es decir, yo y el otro a través de un tercer elemento.
Obviamente, hay algo malo con este tercer elemento, lo que nos deja con el poder puro. Teniendo de fondo todos estos síntomas sociales, podemos encontrar un factor en común, y este es la angustia. Este es sin lugar a dudas el síntoma nuclear, que nos impone la pregunta sobre el cómo entenderlo. Como es un fenómeno nuclear, lo podemos estudiar desde lo que Lacan denomina como la formación del sujeto. Como he abordado esta formación extensamente en otro lugar (Verhaeghe, 1998), solo me referiré a dos procesos llamados alienación y separación. En esta formación estos dos procesos operan de tal manera que uno responde y releva al otro.
Si aplicamos esta operación al tema de este artículo, no resulta difícil entender a la alienación como una operación que obliga al sujeto a ser igual que el otro, mientras que la separación abre la posibilidad de ser diferente. De nuevo, mismidad y otredad –como lo veremos, no es coincidencia que Lacan defina como meta del análisis como diferencia absoluta, siendo el mantenimiento de la distancia entre I(A) y el objeto a tan amplia como pueda ser. (Lacan, 1964, último párrafo)[2].
Si nos enfocamos a esta angustia como fenómeno nuclear desde el punto de vista de una psicología del desarrollo, la respuesta será más general y más vaga. La psicología del desarrollo nos dirá que un niño necesita ser criado en un ambiente estable y predecible, para que así sea capaz de elaborar la angustia. En breve, el niño necesita la llamada “confianza básica”. Desde un punto de vista psicoanalítico, podemos ser más específicos. Esta confianza básica desde la cual la formación del sujeto toma lugar, está basada en una mayor condición previa, y es la instalación y la implementación de la Ley edípica. Lo cual no lleva a otra pregunta: ¿En qué consiste esta Ley edípica? En las caricaturas contemporáneas, comúnmente es reducida al hecho de que está prohibido para los padres tener sexo con sus hijos.
Aún y cuando lo anterior es verdad, de alguna manera oscurece el aspecto más fundamental y subyacente. En mi interpretación, la Ley edípica instala la diferencia como tal. A partir de ahí, cada sociedad elabora reglas a mayor o menor grado arbitrarias que implementan esta ley de la diferencia, y estas reglas determinarán las identidades particulares de los miembros de esa sociedad.
De esta manera, encontramos de nuevo nuestros procesos de alienación- mismidad y separación-diferencia. El eje de la alienación y mismidad se relaciona a la prohibición del incesto. El eje de la separación y la diferencia pertenece a la obligación por la exogamia. Necesitaremos reinterpretar esta prohibición al incesto y obligación a la exogamia posteriormente. Para estos momentos, podemos decir que la ley edípica de la diferencia apunta a la regulación del goce al instalar reglas a nivel del deseo. O, para ponerlo en términos de la teoría del discurso de Lacan: el nivel superior de cada discurso trata del deseo buscando elaborar el nivel subyacente del goce (Lacan, 1969).
De regreso a nuestro síntoma social: la mismidad, diferencia y angustia. Es obvio que algo va mal, pero no es fácil marcar el exacto punto de la falla. Si lo vemos desde el punto de vista de la clínica, resulta interesante observar que podemos hacer una analogía entre la neurosis traumática clínica por un lado y por el otro algo que podemos considerar como una neurosis traumática colectiva. De hecho, uno de los síntomas principales de las neurosis traumáticas es la automutilación, es decir, quemar y cortar el propio cuerpo. A nivel social, tenemos el piercing en lo particular como toda una serie de operaciones en el cuerpo en lo general (Salecl, 1998). Si seguimos esta analogía, significa que de alguna u otra manera debe existir una etiología similar en la base de estas neurosis traumáticas individuales o colectivas. La etiología de las neurosis traumáticas es conocida: se refiere a la situación en la cual el sujeto ha sido desesperanzado por el Otro, tanto en el sentido literal (niño desilusionado[3]) como en su forma general. Esta situación quiere decir que la confianza básica normal es reemplazada por lo que llamaría una desconfianza básica. Si seguimos esta analogía, debemos encontrarnos también con un gran Otro que falla o desilusiona a nivel de la sociedad.
Esto nos remite de nuevo a lo cuestionado al inicio, aunque de forma más específica: la desaparición contemporánea de la diferencia y la autoridad resulta traumática, conlleva a una mismidad obligatoria, la cual es amenazante, y revela una angustia subyacente. Su síntoma más particular, la automutilación, opera en el cuerpo de forma extraña. Ahora estamos en condiciones de elaborar respuestas a tres preguntas relacionadas:
1. ¿De dónde viene esa angustia subyacente?
2. ¿Cómo debemos interpretar la ley Edípica?
3. ¿Por qué falla, y cómo puede ser instalada?
2. ¿Cómo debemos interpretar la ley Edípica?
3. ¿Por qué falla, y cómo puede ser instalada?
Comenzaré con la primera pregunta, el cómo y el por qué de la angustia como núcleo. Desde un punto de vista del psicoanálisis clásico, uno esperaría aquí la angustia de castración, pero en mi interpretación, este no es el caso. La angustia de castración como tal ya es una elaboración defensiva de la angustia primaria subyacente que emerge en la relación entre el sujeto y el Otro (Verhaeghe, 1996). La angustia primaria de cada sujeto es el ser tragado por el Otro, ser devorado, es decir: ser reducido a un objeto pasivo del goce del Otro. En términos conceptuales, esto implica una total alienación son posibilidad de separación. Es esta angustia la que conocemos en una serie de clásicos cuentos de hadas donde el niño escapar del Otro devorador. La versión contemporánea de los cuentos de hadas lo podemos encontrar en los universos sádicos creados por un gran número de juegos de computadora. Seguramente, no es coincidencia que ya la más rudimentaria versión de estos juegos consistía en una amplia boca que trataba de comerse al jugador, el juego del “packman”, que en mi idioma literalmente significa: el que atrapa.[4]
Habiendo considerado que la angustia nuclear concierne al Otro devorador, el objetivo básico es la separación y la construcción de la propia identidad. Para hacer todo más complejo, debemos reconocer otros aspectos. Primero, el objetivo del sujeto es paradójico, debido a que no solo quiere escapar de este Otro; al mismo tiempo, quiere permanecer dentro de este Otro. La Alienación y la Separación son dos elementos de este mismo proceso, es – como proponemos – solo otra ilustración de algo que Freud ya había comentado antes, nos referimos a la fusión esencial de la pulsión de vida y de muerte. (Freud, 1920 g:55, 1940ª:149). Segundo, esta lucha entre el Otro y el sujeto remite a una lucha interna entre el sujeto y la pulsión. En otras palabras, este proceso no puede ser reducido a la mera interacción intersubjetiva.
Esto nos lleva a nuestra segunda pregunta, ¿Cómo tenemos que interpretar la Ley Edípica a la luz de esta angustia básica? Como mencionamos anteriormente, esta ley instala la diferencia, es decir, inaugura la separación más allá de la alienación. Obviamente, instala la diferencia entre las generaciones y los géneros. O eres un padre o un hijo, o eres un niño o una niña, y en el despertar de estos significantes de identificación, le siguen una serie de reglas. En su forma primaria, esta ley concierne a la madre, a la que se está prohibido conservar a su producto, es decir, el niño mismo. Este es el primer significado de la prohibición al incesto: no tomaras a tu hijo para tu propio goce. El constante énfasis del incesto entre el padre y el hijo es tal que que hace que este sentido original casi sea olvidado. Esta forma inicial de incesto nos permite entender el deseo Edípico de forma más precisa – más preciso que las interpretaciones caricaturescas que nos dejan creyendo que Pepito quiere tener sexo con su mami y María con su papi. Lo que todo niño quiere, ya sea niño o niña, es esta unidad natural pre-genital con el primer objeto de amor. Lo que toda cultura prohíbe es el estar encerrado en este primer Otro.
Es solo en una etapa posterior que la prohibición al incesto también se aplica al padre. Es entonces cuando se transforma en una prohibición sobre el incesto genital: no tomarás a tu hijo para tu placer fálico. Cuando el padre ignora esta prohibición y utiliza a su hijo como un objeto sexual, existirá siempre una confusión inicial: el niño no entiende el aspecto genital y supone/espera algo más, de este primer amor. Esta forma de incesto ya es secundario y tiene severos efectos traumáticos.
La forma original, primaria, induce efectos psicóticos. Ambos evitan que el Sujeto adquiera una identidad propia, es decir, evitan el proceso de la separación. Este incesto paterno es el más común, como también el más conocido. Sin embargo, la versión subyacente y anterior es por mucho la más importante de las dos. De nuevo, nos encontramos con dos niveles diferentes, el deseo por un lado y el goce por el otro. Es aquí donde el goce recibe su verdadero sentido que proviene del punto de vista legal: significa ganar gratificación de algo que no te pertenece, el “usufructo”. La ley edípica prohíbe esto y obliga la posibilidad de la separación entre el Otro y su producto, es decir, el sujeto.
De esta forma, la ley edípica es más fundamental que solo edípica, lo que significa que va más allá de la situación interpersonal de mamis devoradoras y papis pervertidos. De hecho, la forma como presentamos la primera forma de la prohibición al incesto, podríamos muy bien interpretarla como “culpígena materna”. Es importante resaltar el hecho de que – más allá de un maternaje patológico – la madre como primer Otro provoca las pulsiones en el sujeto mismo. Todo sujeto tiene que elaborar su pulsión, es decir: requiere simbolizar esa parte del Real. La estructura edípica (tanto lo predipico como lo edípico) no otra cosa que la solución que endosa la cultura para la elaboración de este proceso. Desde nuestro punto de vista, la separación es más fundamental que solo la separación edípica, y tiene que ver con una disociación interna en la formación como ser humano. Esto se relaciona probablemente con la parte más difícil de la teoría lacaniana. La hiancia – fisura – que tiene que mantenerse abierta entre el sujeto y el Otro remite a una más original entre la vida y la muerte. Ya en 1948, Lacan escribía que en la humanidad, existe una “déhiscence”, una fisura en el núcleo del organismo, una discordancia primordial (Lacan, 1936), y su trabajo posterior puede leerse como una elaboración sobre esta falta. Para resumirla: argumenta sobre una relación circular no-recíproca que se nos presenta en un número de niveles concretos, pero todos ellos remiten a la misma falta original.
En cada nivel encontramos la dinámica entre la alienación y la separación. La primera concierne a lo que llamó “el advenimiento del ser viviente”[5], que implica simultáneamente la pérdida de la vida eterna. La segunda concierne al advenimiento del Yo y la pérdida del cuerpo. La tercera concierne al advenimiento del sujeto y la pérdida del Otro. La última concierne al advenimiento de la identidad fálica y la pérdida de la feminidad. Todas ellas presentan la misma interacción: hay una totalidad original de la cual un producto emerge en la separación – la totalidad original trata de recapturar su parte perdida, mientras esta parte busca ambas formas: quiere retornar a su original completud (alienación) y también busca permanecer con su propia individual (separación). La forma como el producto busca retornar a su completud original, a partir de la separación, trae consigo que el proceso continúe perpetuamente.
Para ilustrar esta pate de la teoría lacaniana (Lacan, 1964: 197-98, 204-05), daremos nuestra interpretación del primer nivel, el advenimiento del ser viviente al momento del nacimiento. El advenimiento de las formas de la vida que esta sexualmente diferenciadas implica la necesaria pérdida de la vida eterna. Esto es lo que Lacan establece como el objeto (a), lo que significa la falta pura, la pérdida primordial de la vida instintiva. Esta vida eterna, la Zoë de los Griegos clásicos, opera como un polo de gran atracción para lo vivo, es decir, para el Bios, la forma de vida individual. Si esta tiene éxito, esta forma de vida individual desaparecerá (alienación) en la gran vida y muerte eterna, lo que explica la otra tendencia, la búsqueda por la separación. La solución “normal” para recuperar la vida eterna falla, ya que se sostiene en la falta original; así, el Bios trata de unirse al Zoë a través de la reproducción sexual, y así repite la falla original. Desde este momento, las pulsiones de vida y muerte están fundidas.
Esta interacción de la vida y la muerte trae consigo una relación circular no-recíproca (Lacan, 1964:207)[6]. La pérdida a nivel del Real transforma la vida en un intento interminable de regresar a una vida eterna precedente. Esta interacción nos deja con dos elementos, uno de ellos operando como una fuerza de atracción, mientras la otra busca retornar y avanzar al mismo tiempo.
Esto es el Philia y Neikos al que se refiere Freud (Freud, 1937c)[7]. Esta interacción es montada cada vez en un nivel diferente, sosteniendo su no-relación y la falta original. Es resultado final de esta falta original es la no-existencia de la relación sexual. A la luz de lo anterior, la angustia básica concierne a la muerte, el miedo a desaparecer en la totalidad precedente. La ley básica se sostiene en la falta original e instala la separación, es decir: la diferencia. De esta forma, arroja al sujeto en unas novelas interminables del deseo y lo aleja del nivel del goce.
Esto nos lleva a nuestra pregunta final: ¿Por qué parece que esta ley falla actualmente, y cómo puede ser instalada? La respuesta de Freud es bien conocida, aunque en gran medida malentendida. Olvidémonos del padre primordial de Tótem y Tabú, es mucho más interesante estudiar las implicaciones clínicas de su artículo sobre Moisés y la religión Monoteísta. Es su artículo, nos presenta con la idea de la función simbólica del padre como algo que es instalada por el hijo basada en la angustia de algo desconocido que proviene de las madres. No resulta difícil leer la teoría posterior de Lacan con respecto a este mito Freudiano: el sujeto teme la alienación total, es decir: la desaparición en el goce de lo Real, y busca por un tipo de contramedida en lo Simbólico. Este impacto del Simbólico ya lo encontramos claramente en el mismo escrito de Freud, especialmente cuando uno lo lee a través de Lacan.
El problema con la respuesta de Freud es que permanece totalmente patriarcal. La función de la separación puede operar a través del orden simbólico, pero para Freud, este Orden permanece como sinónimo del padre. Lacan ha hecho una interesante evolución a este respecto (Porge, 1997). Todavía en su teoría inicial, relaciona este aspecto simbólico con la función paterna edípica. La metáfora del nombre del padre realmente opera desde el nombre. La propuesta es que al brindar al niño con un nombre en combinación con el nombre del padre (apellido) liberará al niño de la simbiosis original. Posteriormente en su obra, Lacan hará énfasis cada vez más en el aspecto de nombrar, de ahí el uso del plural: los NOMBRES del padre. Sin duda, influenciado por la antropología, debe haber advertido el hecho de que incluso en las culturas matrilineales, la función de la separación fue operada a través del nombrar, incluso fuera de la familia nuclear occidental tradicional. Proveyendo al sujeto con un significante de identificación diferente que el original, nos referimos al materno, induce la separación y por lo tanto la protección. Esto nos trae una importante conclusión: la ley edípica puede ser muy bien instalada fuera del clásico Edipo, - es decir, las sociedades patriarcales – esto es importante ya que significa que no tenemos que forzar un regreso a esos viejos buenos tiempos patriarcales para restablecer la confianza básica. Significa que tenemos que buscar el factor operativo en la función de la separación a través del nombrar.
La idea de esos “buenos viejos tiempos” siempre resulta falsa. Resulta escalofriante observar que dicha idea puede adjudicarse a cierta clase de interpretación desde la teoría lacaniana. En estas interpretaciones, la idea principal concierne a la necesidad del significante paterno, lo cual solo está a un paso de la supuesta necesidad del patriarcado clásico. Esto resulta muy ingenuo, ya que un estudio más preciso demuestra que este significante paterno ni siquiera funcionaba en esos “buenos viejos tiempos”. DE hecho, si uno lee los estudios de casos de Freud, resulta obvio que en todos ellos, el padre no estaba a la altura de su función. A nivel conceptual, Freud tuvo que inventar el mito de un padre primordial y una consecuente memoria colectiva inconsciente, para sostener este padre, cuya ausencia o falla en la vida real es evidente. El rey está desnudo.
En lugar de sostener esta siempre fallida figura paterna, resulta más interesante observar que el sujeto neurótico necesita de esta figura para su función, y la construye todo el tiempo, aunque nunca funciona de forma satisfactoria. En los “viejos buenos tiempos”, esta construcción se sostenía por el clima patriarcal, incluso para el mito auto-inventado de Freud, pero eso no evitó las fallas a nivel individual. Actualmente, este sostén cultural ha desaparecido. Como resultado, podemos hacer preguntas más sobre los fundamentos que conciernen a la implementación de esta función.
Por lo anterior, nuestra siguiente pregunta es: ¿Qué hay acerca del establecimiento desde la función separadora del nombrar a través del significante? Freud mismo había estado elaborando esta pregunta, aunque en los límites de su versión patriarcal. Para él, el problema podía resumirse de la siguiente manera. Una figura paterna concreta adquiere su autoridad para llevar a cabo su función debido a que está garantizado a través del sistema patriarcal monoteísta. La gente cree en la función paterna del Todopoderoso dios-padre, y todo padre concreto toma partido de su autoridad.
Lo anterior deja a Freud con la pregunta concerniente al origen de la autoridad de este dios monoteísta. La respuesta de Freud es muy terrenal: esta figura recibe du autoridad simplemente porque la gente cree en él. Incluso cita a uno de los padres de la Iglesia, quien aparentemente ya había analizado el mismo problema sin encontrar una respuesta apropiada. La cita de Tertuliano es: “Credo quia absurdum”, lo creo porque es absurdo. (Freud, 1939a, 118)[8].
La apuesta que tomamos, junto con Lacan, nos permite avanzar un poco más, pero finalmente nos lleva al mismo problema. Nos hace avanzar, debido a que nos libera de la idea de un sistema patriarcal necesario. De hecho, cualquier significante que da identificación lo hace. Pero nos deja con el mismo problema. Si tomamos en cuenta la lingüística estructural, es decir de Saussure (1979), pronto advertimos que un significante adquiere su significación, y así su poder, solo por una condición: que puede pertenecer a una convención, esto es, el uso compartido y la creencia en este significante por un cierto grupo, un colectivo. Más allá de esta creencia compartida y la convención, encontramos al psicótico y su muy personal intento de crear nuevos significantes, neologismos, y también una nueva creencia.
La apuesta que tomamos, junto con Lacan, nos permite avanzar un poco más, pero finalmente nos lleva al mismo problema. Nos hace avanzar, debido a que nos libera de la idea de un sistema patriarcal necesario. De hecho, cualquier significante que da identificación lo hace. Pero nos deja con el mismo problema. Si tomamos en cuenta la lingüística estructural, es decir de Saussure (1979), pronto advertimos que un significante adquiere su significación, y así su poder, solo por una condición: que puede pertenecer a una convención, esto es, el uso compartido y la creencia en este significante por un cierto grupo, un colectivo. Más allá de esta creencia compartida y la convención, encontramos al psicótico y su muy personal intento de crear nuevos significantes, neologismos, y también una nueva creencia.
Para concluir: todo ser humano oscila entre dos tendencias, sin tener una elección real (el famoso “vel” de la alienación, Lacan 1964)[9]. La tendencia a regresar a la totalidad previa conllevaría necesariamente su propia muerte y evoca una angustia primordial. La tendencia a crear una identidad por sí mismo, es decir, la única opción que le queda, empuja al sujeto en una interminable cadena de deseo.
La transición requiere un significante que cambie la identidad traslade la identidad del sujeto a otro grupo. Pero el fondo necesario para esto es una creencia compartida en el significante por este mismo grupo. La pregunta más importante de nuestro días es entonces: ¿Cómo podemos restaurar esta creencia sin tener la necesidad de volver a la creencia clásica de una clásica figura patriarcal como garantía?
Bibliografía
Bibliografía
De Saussure (1979), Cours de linguistique générale, Paris, Payot.
Freud, S. (1912-13), Totem and Taboo, S.E. 13.
Freud, S. (1920g) Beyond the pleasure principle, S.E. 18.
Freud,S. (1937c), Analysis terminable and interminable, S.E. 23.
Freud, S. (1939a), Moses and Monotheism, S.E. 23.
Freud, S. (1940a), An Outline of Psychoanalysis, S.E. 23.
Lacan, J. (1936), The mirror stage as formative of the function of the I, in: Ecrits, a selection. Transl. by A.Sheridan, London, Tavistock, 1977.
Lacan, J. (1964), The four fundamental concepts of Psychoanalysis. Ed.
J.A.Miller, transl. A.Sheridan, Pinguin books, 1994.
Lacan, J. (1969), Le séminaire, livre XVII, L’Envers de la psychanalyse, texte établi par J.A.Miller, Paris, Seuil, 1991.
Porge, E. (1997), Les noms du père chez J.Lacan. Ponctuations et problématiques. Paris, Point Hors Ligne.
Salecl, R. (1998), (Per)Versions of Love and Hate, London – New York, Verso.
Verhaeghe, P. (1996), The riddle of castration anxiety: Lacan beyond Freud, in: The Letter. Lacanian Perspectives on Psychoanalys, 6, Spring 1996, 44- 54.
Verhaeghe, P. (1998), Causation and destitution of a pre-ontological nonentity: on the lacanian subject, in: Key Concepts of Lacanian Psychoanalysis, London-NewYork, Rebus Press – Other Press, 1998, pp. 164-189.
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Notas
[1] Se debe referir a este artículo como: Verhaeghe, P., Social bond and authority: everyone is the same in front of the law of difference. Publicado en: Journal for The Psychoanalysis of Culture & Society. Artículo original presentado en la quinta conferencia anual de la APCS, NY, Columbia University, Octubre 1999. Traducción por Héctor Mendoza con autorización del autor.
[2] “El amor, del que ha parecido a algunos que habíamos procedido a su rebajamiento, sólo puede plantearse en ese donde, en primer lugar, renuncia a su objeto. Eso es también lo que nos permite comprender que todo refugio donde pueda instituirse una relación vivible, templada, de un sexo con el otro necesita la intervención -esa es la enseñanza del psicoanálisis- de ese médium que es la metáfora paterna. El deseo del analista no es un deseo puro. Es un deseo de obtener la diferencia absoluta la que interviene cuando, enfrentado al significante primordial, el sujeto viene por primera vez en posición de someterse a él, ahí sólo puede surtir la significación de un amor sin límites, ya que está fuera de los límites de la ley, donde sólo él puede vivir.” Jacques Lacan. 24 de Junio de 1964.
[2] “El amor, del que ha parecido a algunos que habíamos procedido a su rebajamiento, sólo puede plantearse en ese donde, en primer lugar, renuncia a su objeto. Eso es también lo que nos permite comprender que todo refugio donde pueda instituirse una relación vivible, templada, de un sexo con el otro necesita la intervención -esa es la enseñanza del psicoanálisis- de ese médium que es la metáfora paterna. El deseo del analista no es un deseo puro. Es un deseo de obtener la diferencia absoluta la que interviene cuando, enfrentado al significante primordial, el sujeto viene por primera vez en posición de someterse a él, ahí sólo puede surtir la significación de un amor sin límites, ya que está fuera de los límites de la ley, donde sólo él puede vivir.” Jacques Lacan. 24 de Junio de 1964.
[3] En su forma original el autor utiliza la palabra “disabused” que permite múltiples formas de traducción, cada una de ellas importantes. En su sentido etimológico, refiere a la negación del abuso (Como disadvantage- desventaja o disable – inutilizar), así des-abuso refiere a algo que no se hace o dejó de hacerse. En este caso, el abuso podríamos remitirlo al de la confianza, de ahí que los sinónimos que corresponden al término de forma tradicional son “desengañado”, “desilusionado”, “desesperanzado”, donde el engaño, la ilusión y la esperanza son el “abuso” del Otro, de ahí que son utilizados según el contexto. N.T.
[4] Posiblemente el autor se refiere al videojuego de Atari “Pac-Man”, que remite fonéticamente al término “Packman” que en nuestro idioma literalmente se traduce como “el que empaca”, “el que mete en la maleta o la bolsa”. De forma más regional diríamos “el viejo del costal” N.T.
[5] Clase del 27 de Mayo de 1964. N.T.
[6] “Ciertamente, estos procesos han de articularse circularmente entre el sujeto y el Otro: del sujeto llamado al Otro, al sujeto de lo que el mismo vio aparecer en el campo del Otro, del Otro que regresa allí. Este proceso es circular, pero, por naturaleza, sin reciprocidad. Pese a ser circular, es asimétrico.” Jacques Lacan. Clase del 27 de mayo de 1964. N.T.
[7] “El filósofo enseña, pues, que existen dos principios del acontecer así en la vida del mundo como en la del alma, dos principios que mantienen eterna lucha entre sí. Los llama Philia (amor) yNeikos discordia)… Los dos principios básicos de Empédocles, Philia y Neikos, son, por su nombre y por su función, lo mismo que nuestras dos pulsiones primordiales, Eros y destrucción, empeñada la una en reunir lo existente en unidades más y más grandes, y la otra en disolver esas reuniones y en destruir los productos por ellas generados. Más no ha de asombrarnos que esta teoría haya reaparecido alterada luego de dos mil quinientos años. Aun si prescindimos de la limitación a lo biopsíquico, que nos es impuesta, nuestras sustancias básicas ya no son los cuatro elementos de Empédocles; la vida se ha separado para nosotros tajantemente de lo inanimado, ya no pensamos en una mezcla y un divorcio de partículas de sustancia, sino en una soldadura y una desmezcla de componentes pulsionales. Por otra parte, en cierta medida hemos dado infraestructura biológica al principio de la «discordia» reconduciendo nuestra pulsión de destrucción a la pulsión de muerte, el esfuerzo de lo vivo por regresar a lo inerte. Esto no pone en entredicho que una pulsión análoga pueda haber existido ya antes, y desde luego no pretende afirmar que una pulsión así se ha engendrado sólo con la aparición de la vida. Y nadie puede prever bajo qué vestidura el núcleo de verdad de la doctrina de Empédocles habrá de mostrarse a una intelección posterior.” Sigmund Freud. Análisis Terminable e interminable (1937) Amorrortu Editores. Vol. XXIII. N.T.
[8] “Si se toma nuestra exposición del acontecer histórico-primordial como creíble en su conjunto, se discierne en las doctrinas y ritos religiosos dos órdenes de elementos: por un lado, fijaciones a la antigua historia familiar y supervivencias de ella; por el otro, restauraciones del pasado, retornos de lo olvidado tras largos intervalos. Este último componente ha sido el omitido hasta hoy, y por eso no se lo comprendió; aquí, al menos, se lo demostrará con un impresionante ejemplo. Es digno de destacar, en especial, que cada fragmento que retorna del pasado se abre paso con un poder particular, ejerce sobre las masas humanas un influjo de intensidad incomparable y reclama unos títulos de verdad irresistibles, frente a los que permanece impotente el veto lógico. Ello es al modo del «Credo quia absurdum»… Un contenido así, de verdad que se llamaría histórico- vivencial {historisch}, debemos atribuir también a los artículos de fe de las religiones, las cuales ciertamente conllevan el carácter de unos síntomas psicóticos, pero, como fenómenos de masa que son, se sustraen a la maldición del aislamiento {Isolierung}.” Sigmund Freud. Moisés y la religión monoteísta. (1939 [1934-38]) Amorrortu Editores. Vol. XXIII. N.T.
[9] “El vel de la alienación se define por una elección -cuyas propiedades depende de que en la reunión uno de los elementos entrañe que sea cual fuere la elección, su consecuencia sea uno ni lo uno ni lo otro. La elección sólo consiste en saber si uno se propone conservar una de las partes, ya que la otra desaparece de todas formas. Ilustremos esto con lo que nos interesa, el ser del sujeto, el que está aquí del lado del sentido. Si escogemos el ser, el sujeto desaparece, se nos escapa, cae en el sin-sentido: si escogemos el sentido, éste sólo subsiste cercenado de esa porción de sin-sentido que, hablando estrictamente, constituye, en la realización del sujeto, el inconsciente. En otros términos. la índole de este sentido tal como emerge en el campo del Otro es la de ser eclipsado, en gran parte de su campo, por la desaparición del ser, inducida por la propia función del significante.” Jacques Lacan. El sujeto y el otro: la alienación. Clase del 27 de Mayo de 1964. N.T.
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